miércoles, marzo 15, 2006

Barnum & Barley

It’s a Barnum and Barley World
Just as phoney as it can be
But, oh! It wouldn’t be make-believe
If you believed in me.

"Paper Moon", de Ella Fitzgerald


Hoy le subieron la dosis.

Apenas dos horas después, ya lo notaba. La reacción inmediata fue que se puso bizca, como si las pupilas quisieran darse un beso. Una hora después, sus fosas nasales estaban hiper-ventiladas. El aire entraba limpio y raudo por el túnel interno hacia los pulmones, que se ensanchaban orgullosos y pletóricos cada siete segundos.

Una hora más tarde la cabeza seguía haciendo equilibrios sobre el cuello mientras dentro chocaban miles de nanosaltimbanquis en un desmadre circense. Y ella se ponía de pie, cogía paso firme, daba tres o cuatro paseos por la habitación, y les espetaba:

- Todos a la una, vamos, controlaros. ¡¡Coordinación, coordinación!! ¡¡Coreografía, nada de descontrol!!

Y con los ojos cerrados iba señalando uno a uno a los funambulistas, los payasos, los domadores de tigres, las bailarinas con tutú plateado, los hombres forzudos y los hombres bala.

Y de su cabeza emanaba discreta una marcha a lo Wringling Bros.

- Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-taaaaaaaaaaaaam – boing-boing-boing.

Se rascaba las orejas, se pasaba la lengua por los labios, se mordía las yemas de los dedos. Y globos en forma de elefantes rosas flotaban en el espacio que unía sus hemisferios. Sonreía. Sonreía mucho.

- Alguien les ha puesto un parque temático a mis neuronas.

El lobo, indiferente a todo, comía algodón de azúcar encerrado en una jaula al lado de los tigres, los leones, los osos esteparios, los monos tití, el elefante pintado de azul. De cuando en cuando miraba de reojo en dirección a las fieras, chasqueaba la cola y entornaba los ojos amarillentos. Y las fieras se retraían en sus jaulas, se abalanzaban contra los barrotes gimoteando como niños.

Ella sonreía, de pie frente a la la ventana. Chasqueaba la lengua y entornaba los ojos mirando al cielo.

Dentro, entre risas, cuatro diminutas contorsionistas tailandesas tiraban cacahuetes al lobo que – inmune a todo y somnoliento por el atracón de azúcar – dejaba de chasquear la cola, dejaba de entornar los ojos amarillentos, y dormitaba, los cacahuetes rebotando sobre su pelaje gris otrora lustroso.
Las diminutas contorsionistas tailandesas volvían a reír y se columpiaban sobre el cartel de madera que encabezaba la jaula:

EL LOBO TRISTE Y GLOTÓN
¡PASEN Y VEAN!


Mientras, las fieras de las otras jaulas las seguían con la mirada. Ansiosas, asustadas, hambrientas.

Ella se alejó de la ventana, se dejó caer de nuevo sobre su silla, se acarició la cabeza, respiró hondo. Intentó enfocar la vista, miró en su cartera, sacó un par de monedas y se compró una entrada para la primera función.

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