sábado, mayo 27, 2006

Highway from Hell


(Para Asmadeus, con fe.)


Hans Ibsen se despertó más dolorido y nervioso de lo normal. Cierto es que en el infierno no puedes darte el lujo de una tranquilidad contemplativa, porque las jodidas llamas y los tridentes son altamente molestos, y escuecen. Sobre todo a la hora de la siesta.

Y tampoco es muy fácil dormir entre los espantosos gritos de agonía de los vecinos.

Se había acostumbrado a medir el tiempo en el infinito según la época, y en esa lo hacía a golpe de eructos – 4 eructos: 1 hora.

Eructó, y decidió que debía ser por la tarde. Ahí estaba, tumbado sobre su roca habitual al borde del cráter habitual, intentando evitar los habituales salpicones de lava candente que se empeñaban en destrozarle los dedos del pie.

- Malditos abismos infernales – se dijo, mientras encendía una colilla con un trozo de carbón encendido y sacudía asqueado la pierna derecha para liberarse de una cucaracha gigante que había empezado a alimentarse con su gemelo.

Sobre la superficie rojiza del suelo apareció una sombra familiar, una figura ominosa y humanoide coronada por dos tremendas astas encorvadas.

Sonrió con un poco de amargura y miró hacia arriba, tapándose la frente con una mano para evitar el destello de aquellos ojos en llamas.

- Buenas tardes, Belfegor. Ya se te echaba de menos. ¿Cuánto ha sido? ¿Dos, tres años?

- Algunos más, me temo. Mueve el culo y levántate.

Belfegor era un tipo feo. Siempre lo había sido. Pero tenía carisma. Se podría incluso decir que escondía un matiz de bondad bajo su piel negruzca y escamosa y, por algún motivo, sus cuatro metros de altura no eran del todo intimidantes. O tal vez es que le había cogido cariño.

¿Se puede tener el síndrome de Estocolmo en el infierno?

Se desperezó como pudo y se puso en cuclillas, sin importarle en absoluto que el Demonio milenario viera sus chamuscadas partes pudendas oscilando sobre las rocas.

- ¿Qué va a ser ahora, querido? ¿desollación? ¿descuartizamiento? ¿Partida de bridge?

- No me provoques, Hans. Levántate o te saco de aquí arrastrándote por los pocos pelos que te quedan hasta que acabe hundiéndote las uñas en los sesos.

- En los cuarenta años que llevo aquí no me habías dicho nunca nada tan romántico.

- Ni tú me has invitado a cenar.

- Normal, he estado bastante ocupado devorando mis propios intestinos.

- Levántate. No te lo voy a repetir más.


Se levantó, raspándose las palmas de las manos contra las piedras afiladas. Un hilillo de sangre se deshizo entre sus dedos. Le ofreció una uña ensangrentada a Belfegor y sonrió.

- ¿Quieres un poco o vas a darte un festín con mi hígado?

Agarrándolo por un brazo, el demonio empujó a Hans por un camino cubierto de cal y vísceras. Al fondo, las siluetas de los cráteres y volcanes en erupción dibujaban bonitas sombras rojizas sobre el cielo gris. Cuerpos empalados sobre postes negruzcos se retorcían a su paso. Algunos le saludaron.

- Hans, ¿dónde te llevan?

- No sé, Minnie. Supongo que volveré. ¿Te duele mucho eso?

- Aguanto como puedo. Es molesto, sobre todo cuando me llega la punta a la glotis. Oye, Hans, cuando vuelvas, si puedes, a ver si me traes algo de agua.

- Haré lo que pueda, Minnie. Aguanta ahí.

Al final del camino estaba la puerta. Hacía al menos tres años desde la última vez que lo habían llevado al umbral, desde aquel día que las huestes del séptimo círculo se habían cebado con él en una de sus orgías. Todavía le dolía el costado por donde Abaddon le había arrancado los riñones a bocados, y la tráquea a menudo se le desprendía después de haber sido masticada por el glotón de Haborimo.

- ¿Qué va a ser esta vez, viejo amigo? Dame al menos una pista, no me mantengas en la intriga... que vivo sin vivir en mí.

- Calla, Hans. Ya estoy harto de ti. Largo.

Belfegor le pegó un empujón en la espalda con una de sus zarpas dejándole un bonito surco rojo, extendió las alas de murciélago y salió volando.

Las Puertas del Infierno eran bastante más prosaicas de lo que uno se imaginaría. Nada de orlas doradas ni grabados luciferinos en el acero: Un par de viejos tablones de madera roída algo cochambrosos, sujetos con una barra de hierro.

Se sentó en el suelo y esperó, sumiso, a que vinieran a buscarle.

Al cabo de unas cuantas horas, y viendo que nadie aparecía, se levantó y observó las puertas con detenimiento. Colocó una mano tímidamente sobre la barra de hierro y empujó hacia la izquierda: se deslizó suavemente y dejó al descubierto ambas puertas, que se abrieron con un leve gemido.

Miró atrás: no aparecía nadie por aquel camino calcinado.
Al fondo, en el horizonte rojo, las figuras de los empalados bailaban en el vapor de las llamas como libélulas moribundas.

- Que les den a todos por el culo – se dijo.

Y salió.

jueves, mayo 18, 2006

Alfabestias

Hace tiempo que vivo con esta pexadilla. No recuerdo ya muy bien... ¿Dos semanes? ¿tres? Me quita el sueño, me mina el apetito, merman mis energíax a medida que rebusco y rebusco en el enigma. El caso es que me estoy volviendo totalmente loca, de hecho he llegado a penser que es todo un producto de mi calenturienta imaginación. Pero no, la evidencia está clara, cada día lo demuestran con máx y mayor constancia: las tecles A y S de mi teclado se han peleado.

Desde entonces, y haxta que no encuentre una forma de conseguir una reconciliación, no me es posible escribir ninguna palabra en la que ambes letrax estén juntes. Por eso, cada vez que se da el ceso, me veo obligada a sustituir a A por E y S por X. En un principio sugerí a A dejarme utilizar la @, que al menos tenía un cierto parecido como es el caxo de S con X. Pero A es arisca y orgullose, y afirma que – siendo nada menos que la primera letra del alfabeto – no está dispuesta a ser sustituida por un signo.

Y a pexar de que le he asegurado repetides veces que la arroba es un signo que proviene del latín, se sigue negando La muy axtuta.. Es més, como habréis comprobado también me veo obligada a alternar el uso de sus letrax sustitutes, para que axí la ecuanimidad sea total. El problema es de difícil solución. Penseréis que sería tan fácil como cambiar de teclado. No soy tan tonta, ya lo he intentado. Pero ni aún axí funcionó. El problema radica mucho més allá. Creo que el enfrentamiento se produjo directamente en el disco duro, o posiblemente en el procexador. He probado incluso a formatear el disco, pero tampoco he conseguido solucionarlo.

Al final, tres un larguísimo proceso de investigación, revixando el backup que realicé antes de formatear, descubrí que el origen de esta pelea se remonta a hace una semana cuando abrí, como cada mañana al sentarme frente al ordenador, la página web de El País. Me fijé en la curiose noticia de que Madonna se había convertido a la Cábala. Al parecer lax letras de mi teclado también se fijan en todo lo que yo leo. No en vano están sometides al continuo contacto con mis dedos y, de algún modo, van recogiendo pequeñax señales de la actividad electromagnética de mis ondes cerebrales.

Y bien, en mi indagación no solamente descubrí eso (confirmado máx tarde por las mismísimas A y S, pero cómo llegué a alcanzar la comunicación con elles es algo que contaré en otra ocasión). También descubrí, para mi tremenda sorprese, que cada vez que dejaba el ordenador encendido lax teclas investigaban por su propia cuenta. No vamos ahora a contar cuáles han sido les inquietudes del resto del alfabeto porque esta historia entonces sería interminable… y ese trabajo ya lo hizo con mejores méritos Michael Ende.

El ceso es que tanto A como S coincidieron en la misma curiosidad por los secretos de la Cábala Gnóstica. Y, durante noches y noches en mi ausencia frente a la pantalla, fueron entregándose a una batalla sin igual sobre sus derechos. Primero, me confesó A, fue el inocente vacile mutuo sobre sus correspondientes referentes numerológicos. Según la Tabla Numérica Cabalística tanto A como S tienen el mismo valor: 1. El significado del número 1 es el siguiente: “Nuevos comienzos, originalidad, liderazgo, inventiva, disposición y energía maxculina.” Era en este último punto donde empezaron a discrepar, pues tanto una como otra eseguraban poseer pura esencia femenina. Una por ser vocal y la otra por ser sinuoxa. Negaban, sin embargo, y especialmente S, que su género fuera exactamente igual ya que A afirmaba que, siendo vocal, tenía més capacidad de acuñación léxica – el poder de dar la vida – y S como mucho podía aportar una pluralidad en muchos cesos obsoleta. Por lo tanto A absorbía máx poder de su valor numérico que S, que simplemente se ajustaba a un estándar. Sin olvidar la pedante manía de A de recordar en todo momento que ella también es una conjunción y por lo tanto pertenece a la élite vocal.

Intentaron redefinir sus territorios mediante una relectura de su valor numérico a otro nivel, lo que sólo acrecentó el fuego de su discordia: recurrieron a la tabla ESCII. Cuál sería la sorprexa cuando descubrieron que el valor de A es 065 y el de S 083; ambos números suman 11, y 11 suma .... 2. En ambos cesos empate total.

Ni siquiera su posicionamiento en el Alfabeto resolvía el caxo: A está en el puesto 1 mientres que S se encuentra en el 19; 1+9= 10, 1+0= 1. La única forma de que consiguieran desempatar sería si se rigieran por el alfabeto clásico cestellano, es decir, la incursión de la CH entre la C y la D y la Ñ entre la M y la N; esto convertiría a S en 21 y su valor sería de 3, lo que rompería el hechizo del paralelismo entre ambax. Pero la disputa ahora ha ido més allá. Se trata de demostrar que A es polivalente y superior puesto que le corresponde el número máx cercano a 0 en cualquiera de los cesos. Del mismo modo, S insiste en que esto mismo le convierte en inferior Y en esto estoy, ahora mismo. Suplicándoles una cercanía y un acuerdo mutuo que me permita volver a escribir. El caxo es que está afectando directamente a mi forma de penxar. Incluso a mi forma de hablar. La gente me pregunta constantemente qué digo, por qué formulo palabres tan extrañax de pronto; los desconocidos me preguntan si soy gallega, o francese, o italiana; estoy viviendo un desdoblamiento de personalidad tan acuciante que... sin duda alguna... en cualquier momento tendré que recurrir a borrarlax directa y definitivamente de mi alfabeto. Les sustituiré por K.

Mi vidk keguramente ckmbirk de unk formk dolorokk; keré unk friki mkk pero kl menok kkbré quién koy.

sábado, mayo 13, 2006

Todos me llaman el negro, llorona.


Fíjate en la tremenda ironía:
para escribirte este poema me he puesto una ranchera.
Sí, de la anciana aquella de voz mórbida que hoy
preside el coche fúnebre de nuestra historia.

Me parece un poco absurdo escribirte así
en el tren,
desprendida del recuerdo, pero aún así recordando,
como si fuera hace un minuto
cuando te lavaba el pelo frente al balcón.
Y, aunque te parezca absurdo, recordando también
el olor agrio de nuestra cama los domingos por la mañana.

Recuerdo que el día que hice las maletas
las gatas me miraban confusas, preguntándose
por qué les ponía demasiado pienso y golosinas.
Hasta me dio tiempo a limpiarles la tierra de la caja,
con especial esmero.

Y, fíjate, que tuve la inspiración de tirar
a la basura junto con las heces felinas,
la última venda ensangrentada del post-legrado
para que el resto de nuestro hijo muerto languideciera
entre los desechos de sus hermanas.

Ahora voy en un tren persiguiendo la estela del atardecer
y un niño frente a mí le da un codazo a su madre
al encontrarse con mis ojos encharcados.
Yo sonrío y comento que la música es muy triste.

Si me hubieran dado una moneda
por cada vez que te lloré en un tren
ya tendría una pequeña fortuna
y sí, hubiera podido pagar a un eminente doctor
para que te extirpase de cuajo.

Pero no se me ocurrió hacer colecta:
ahora es demasiado tarde.
Presiento que me quedan pocas lágrimas
que ofrecerte en los trenes, o en el metro
o en la calle, o en el lado de mi cama
que se apoya contra la pared.
Afortunadamente, ya queda muy poco.

Pero hoy te mereces un pequeño,
casi póstumo, homenaje:
aunque ya haga más de dos años
desde que hice aquellas maletas
y sólo me quede una gata a la que sobrealimentar,
y no me hayan tenido que volver
a raspar ningún cadáver del útero
y sólo esté mi pelo en el cepillo,
y nuestra cama de colchón duro vanguardista
de los Grandes Almacenes la comparta una mejicana
de esas que replican los mariachis.

Te lo mereces porque ya está firmado el fin.
Déjame explicarte: hoy empieza a bajarse
el telón sobre nuestra tragicomedia,
y estoy en un tren, y escucho rancheras
y es el momento para que sólo los extraños
participen de este instante de nostalgia inconfesable.

Te lo mereces porque no tengo nada que reprocharte
y lo último que te entregaré supongo que será mi firma
sobre un papel en el juzgado más cercano a nuestro distrito postal.

Y porque el otro día también a ella la legraron
y no puedo escudarme en la indiferencia.
Quiero que tus frutos sean maduros,
te deseo posteridad,
inmortalidad y larga vida.
Te deseo lo mejor.

Créetelo. Aunque te parezca absurdo.




p.d. Mis agradecimientos a Ismael Cabezas por su corrección de estilo.

domingo, mayo 07, 2006

Tonta(s).


Mi madre siempre me decía que hay que saber hacerse la tonta, pero con inteligencia.

Luego parecía pensárselo y dejar las explicaciones a un lado y me decía directamente que hay que ser tonta.

Años después, cuando yo soltaba alguna perla de mi filosofía de bolsillo, me miraba a la cara y me decía: “Es que... hay que ser tonta”.

Mi padre simplemente me decía que era tonta. Que las dos éramos tontas.

Pasaron los años y sólo quedas tú, mamá. Tonta de mí, que no supe apreciar tus palabras. Me sabías (y me sabes) una rebelde nata, y me decías lo contrario de lo que querías que hiciera para lanzarme de pleno en el sentido opuesto.

A veces funcionaba, a veces no.

Esta vez no funcionó, porque he sido tonta toda la vida, y loca, y temeraria, y bastante lista cuando he querido, pero... en el fondo... así como en el fondo, a nivel subrepticiamente subconsciente, tonta.

Eso sí, con inteligencia.

Sin embargo, ahora tú eres todo lo que tengo. Imagínatelo. Aunque nos hayamos peleado tanto. Y por TANTAS tonterías. Aunque nos hayamos hecho llorar. Y menos mal que eres todo lo que tengo, porque no se me ocurre qué mejor tener.

También tengo cositas que complementan el tesoro, no te preocupes tanto: tengo a mi gata, tengo mis amigos, tengo cierta ilusión, tengo a quien mirar directamente a los ojos sin que se esconda... me tengo a mí.

Pero, insisto, tú eres globalmente todo lo que tengo y todo lo que hubiera deseado tener.
Aunque no compartas mi cotidianeidad ni mi rutina, ni mi domesticidad, aunque participes de mi vida en la dosis que yo me atrevo a administrarte... pero lo eres todo.

Y sí, tal vez un día consiga decírtelo... cuando hayamos matado a todos los demonios y hayamos mandado a todos los fantasmas a sus celdas oscuras. Y el eco de mis palabras llegará a algún lugar donde las pueda escuchar papá.

No te preocupes, que seguiré haciéndome la tonta... con inteligencia.