sábado, abril 25, 2009

En las Nubes XII


12. La Jungla de hormigón


El mini amarillo avanzó alegremente por la ciudad iluminada con los colores de la noche. A esas alturas, ya no me asustaba nada; ni siquiera la conducción temeraria del gigante heleno. Al fin y al cabo, era policía. ¿No? No podíamos estar en mejores manos Yiannis y yo.

Esa noche tampoco iba a morir, pensé, mientras recorríamos temerosamente calles y calles atestadas de coches en igual estado de ansiedad festiva, atajando por callejones oscuros de dirección única y subiendo la cuneta al girar las esquinas.

Pero aún había cosas a las que no me había enfrentado.

Por fin deceleramos. Estábamos al noroeste de Atenas, en una zona semi industrial. El mini refiló la última acera para girar hacia un enorme aparcamiento que escondía en las sombras una algarabía de luces de neón parpadeantes. Con un chirrido, llegamos a nuestro destino.

Tras unas vallas de rejilla metálica se encontraba la mayor discoteca que había visto en mi vida. Olvídense de Ibiza o de Costa Polvoranca, o de los centros lúdicos más inmensos de Amsterdam. Esta era la madre de todas las discotecas: una gigantesca nave industrial que se extendía en un área de varios miles de metros cuadrados palpitantes al ritmo de una selección de house ferozmente cruel con los tímpanos incluso antes de entrar.

El calor de la noche de verano griega intensificaba los sentidos. Emparedada entre Stavros y Yiannis, me dejé empujar por la cola de gente hasta la entrada, donde un par de gorilas nos indicaron hacia dentro con cara de póker.

Una vez dentro, lo único que pude ver era el flash rítmico de los cuerpos bajo los fogonazos de la luz parpadeante, la mayoría desnudos de cintura para arriba, y la inmensa mayoría masculinos. Debía haber al menos dos mil personas, en una pista de baile inmensa bordeada por larguísimas barras de bebida cubiertas de gente. Nos detuvimos un momento a la entrada de la bacanal; me agarré los bordes de la camiseta de tirantes como si fuera un paracaídas.

Stavros le gritó algo al oído a Yiannis, que se volvió hacia mí y me gritó al oído:

- Si te pierdes, nos vemos donde el coche.

En ese momento la cabeza de Stavros se alzó por encima de los dos metros como saludando a alguien. Un tipo pálido de pelo castaño y rizado y aspecto algo desaliñado se acercó a nosotros con una media sonrisa. Se saludaron rápidamente y Stavros le gritó algo apuntándome a mí, lo que consideré que sería una presentación. El tipo nuevo me miró y me extendió la mano.

- Hello, I am name Genesis!

No tuve tiempo ni de contestar. Stravros se deshizo de su camiseta blanca para anudársela a la cintura. Con un hercúleo brazo me agarró a mí y con el otro a Yiannis, y nos introdujo en la pista de baile.

El suelo vibraba. Las paredes vibraban. Diríase que hasta el techo vibraba. Era evidentemente una discoteca de ambiente, y no muy bien ambientada a todo esto, pues el aire acondicionado brillaba por su ausencia. En unos pocos minutos, Yiannis también se había despojado de su camiseta y estaba restregándose como una anguila contra el inmenso pectoral de Stavros. Estaba claro que no iban a bailar conmigo, al menos de momento. Y bueno, yo tampoco podía realizar una gran variedad de movimientos ya que la densidad de la sudorosa población a mi alrededor lo hacía bastante difícil.

- ¡Me voy a la barra a pedir algo! – grité a mis compañeros. Yiannis dejó de lamerle el pezón izquierdo a Stavros para asentir con la cabeza.

Necesitaba cualquier cosa líquida. Simplemente el esfuerzo de llegar hasta la barra me dejó al borde de la deshidratación. Aprovechando mis reducidas proporciones en comparación con los musculados patronos que tapaban el acceso, me introduje como pude entre los huecos hasta poder captar la atención de un camarero.

Si alguna vez viajan a Grecia en verano, apréndanse esta frase:

Ένα ποτήρι νερού, παρακαλώ (ena potiri neró, paracaló) – Un vaso de agua, por favor.

Pero luego prueben a decirlo en un en un lugar poblado de gente en variantes estados de desenfreno, a 45 grados centígrados y con un nivel sonoro por encima de cualquier aeropuerto internacional.

El camarero, cada vez más impaciente, se limitaba a encogerse de hombros y negar con la cabeza. Probé en inglés, con la misma suerte. Cuando ya iba a empezar a darme por vencida y contemplar la muerte, alguien se puso a mi lado y le gritó al camarero:

Ένα ποτήρι νερού, παρακαλώ!!!!!!!!!!!!!!!!!!

… que inmediatamente se dio la vuelta para reaparecer con un vaso de agua y un gesto de aburrimiento en la mirada.

Sin preocuparme por mirar a mi salvador, me bebí de un trago el preciado líquido, y entonces pude empezar a ver menos borroso.

Era el tipo pálido de pelo rizado. Me sonreía. Mucho.

- Thank you! – le grité

- Ok! Ok! – me gritó. Y le pegó un lingotazo a lo que parecía un vaso de whiskey o similar.

En ese momento, se acabó mi poder de inventiva para hacer conversación. El tipo me seguía mirando como esperando a que dijera algo más. No se me ocurría nada, así que le sonreí, me di media vuelta y avancé a duras penas hasta la puerta de salida. Necesitaba aire.

Los gorilas me miraron con cara de aburrimiento. Estaba claro que yo no era objeto de interés en un lugar como ese. Aún así, me alegraba por Yiannis y por el buen rato que, suponía, debía estar pasando con Robocop. De hecho, yo misma podría haberlo pasado bastante bien de no ser porque necesitaría apoyo químico o etílico, y tenía demasiado recientes mis últimas aventuras en el Lado Oscuro.

Me apoyé contra una columna de hormigón mientras intentaba respirar un poco de aire caliente. En un rato iría hacia el coche y les esperaría ahí pacientemente.

Unos pasos detrás de mí me hicieron darme la vuelta.

Ahí estaba, sonriente, el tipo pálido. Con una mano me saludaba mientras parecía esconder algo con la otra por detrás de la espalda.

- Me very man – dijo.

- What?

- Me very, very man! – y para ilustrarlo, se golpeó el pecho con los puños haciendo una onomatopéyica imitación de Tarzán.

- Oh.

- Me policeman.

Le sonreí. ¿Qué otra cosa hacer? Estaba atrapada, destinada a esperar quién sabe cuántas horas para poder volver a casa, con un ¿policía? loco llamado Genesis que, por suerte para él, era muy hombre.

- I love you – volvió a decir.

Le miré sin encontrar una respuesta apropiada. Y entonces se sacó de dentro de la camiseta una botella de vodka y una bolsa de cocaína.