tag:blogger.com,1999:blog-150205062024-03-19T23:29:31.744+01:00¿Es a mí?Siempre hay algo que contar.anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.comBlogger68125tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-17776084438145965512012-10-13T02:32:00.003+02:002012-10-13T02:33:19.531+02:00¡Eco!¿Hay alguien ahí?<br />
<br />
Ahora estoy <a href="http://diariosdelaoscuridad.wordpress.com/">aquí</a>.<br />
<br />
Recuperaré las historias, poco a poco.<br />
<br />
Hasta pronto.<br />
<br />anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-28374973235137082462010-12-06T00:01:00.002+01:002010-12-06T00:38:29.436+01:00...Tenía la intención de terminar esta historia hace mucho tiempo. Hace uno, dos años. Ya ni lo recuerdo.<br /><br />Lo que empezó como un divertidísimo ejercicio de memoria y un viaje nostálgico a un pasado algo inefable, acabó convirtiéndose en un ejercicio de procrastinación continua. Lo que me hace sentir mal, por otra parte, porque realmente había unos cuantos buenos momentos en esta delirante historia casi épica y Odiseica.<br /><br />Me pesa mucho admitir que en mi vida he dejado a medias muchísimas cosas.<br /><br />Pero sin embargo lo único que no se puede dejar a medias es la propia vida, se quiera o no. Hay que aprender a retirarse de la fiesta cuando no quedan energías para seguir bebiendo ni más tonterías que decir al primero que se ponga por delante. A mí, por muchos motivos, se me acabó el fuelle y voy a necesitar un nuevo proyecto con el que pueda comprometerme de verdad.<br /><br />Sea esta mi disculpa para todos. La historia terminará, antes o después. Pero no se cuándo.<br /><br />En un par de semanas clausuraré este blog y también el <a href="http://yonotengoperdon.blogspot.com/">otro</a>. A los que me habéis acompañado en estos numerosos viajes, muchas gracias.<br /><br />Aliciaanilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-62652410875385176342009-04-25T18:14:00.015+02:002009-04-25T21:26:51.536+02:00En las Nubes XII<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgf5EcLXe0HrLQvgRtMnCsBORlVtn6i_PV3DwX6Go7ONIP7ZmYQRcrp_8H-yhINjQB1qtsAIk33oNEnHm9n4P2MFvLugIPnjsa-TUTiWUvW6veAa7JTuFAQ9HVxZHUP1XVg-eQg/s1600-h/DiscoBall.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 213px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgf5EcLXe0HrLQvgRtMnCsBORlVtn6i_PV3DwX6Go7ONIP7ZmYQRcrp_8H-yhINjQB1qtsAIk33oNEnHm9n4P2MFvLugIPnjsa-TUTiWUvW6veAa7JTuFAQ9HVxZHUP1XVg-eQg/s320/DiscoBall.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5328665206588608146" border="0" /></a><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">12. La Jungla de hormigón</span><br /></div><br /><br /><div style="text-align: justify;">El mini amarillo avanzó alegremente por la ciudad iluminada con los colores de la noche. A esas alturas, ya no me asustaba nada; ni siquiera la conducción temeraria del gigante heleno. Al fin y al cabo, era policía. ¿No? No podíamos estar en mejores manos Yiannis y yo.<br /><br />Esa noche tampoco iba a morir, pensé, mientras recorríamos temerosamente calles y calles atestadas de coches en igual estado de ansiedad festiva, atajando por callejones oscuros de dirección única y subiendo la cuneta al girar las esquinas.<br /><br />Pero aún había cosas a las que no me había enfrentado.<br /><br />Por fin deceleramos. Estábamos al noroeste de Atenas, en una zona semi industrial. El mini refiló la última acera para girar hacia un enorme aparcamiento que escondía en las sombras una algarabía de luces de neón parpadeantes. Con un chirrido, llegamos a nuestro destino.<br /><br />Tras unas vallas de rejilla metálica se encontraba la mayor discoteca que había visto en mi vida. Olvídense de Ibiza o de Costa Polvoranca, o de los centros lúdicos más inmensos de Amsterdam. Esta era la madre de todas las discotecas: una gigantesca nave industrial que se extendía en un área de varios miles de metros cuadrados palpitantes al ritmo de una selección de house ferozmente cruel con los tímpanos incluso antes de entrar.<br /><br />El calor de la noche de verano griega intensificaba los sentidos. Emparedada entre Stavros y Yiannis, me dejé empujar por la cola de gente hasta la entrada, donde un par de gorilas nos indicaron hacia dentro con cara de póker.<br /><br />Una vez dentro, lo único que pude ver era el flash rítmico de los cuerpos bajo los fogonazos de la luz parpadeante, la mayoría desnudos de cintura para arriba, y la inmensa mayoría masculinos. Debía haber al menos dos mil personas, en una pista de baile inmensa bordeada por larguísimas barras de bebida cubiertas de gente. Nos detuvimos un momento a la entrada de la bacanal; me agarré los bordes de la camiseta de tirantes como si fuera un paracaídas.<br /><br />Stavros le gritó algo al oído a Yiannis, que se volvió hacia mí y me gritó al oído:<br /><br />- Si te pierdes, nos vemos donde el coche.<br /><br />En ese momento la cabeza de Stavros se alzó por encima de los dos metros como saludando a alguien. Un tipo pálido de pelo castaño y rizado y aspecto algo desaliñado se acercó a nosotros con una media sonrisa. Se saludaron rápidamente y Stavros le gritó algo apuntándome a mí, lo que consideré que sería una presentación. El tipo nuevo me miró y me extendió la mano.<br /><br />- Hello, I am name Genesis!<br /><br />No tuve tiempo ni de contestar. Stravros se deshizo de su camiseta blanca para anudársela a la cintura. Con un hercúleo brazo me agarró a mí y con el otro a Yiannis, y nos introdujo en la pista de baile.<br /><br />El suelo vibraba. Las paredes vibraban. Diríase que hasta el techo vibraba. Era evidentemente una discoteca de ambiente, y no muy bien ambientada a todo esto, pues el aire acondicionado brillaba por su ausencia. En unos pocos minutos, Yiannis también se había despojado de su camiseta y estaba restregándose como una anguila contra el inmenso pectoral de Stavros. Estaba claro que no iban a bailar conmigo, al menos de momento. Y bueno, yo tampoco podía realizar una gran variedad de movimientos ya que la densidad de la sudorosa población a mi alrededor lo hacía bastante difícil.<br /><br />- ¡Me voy a la barra a pedir algo! – grité a mis compañeros. Yiannis dejó de lamerle el pezón izquierdo a Stavros para asentir con la cabeza.<br /><br />Necesitaba cualquier cosa líquida. Simplemente el esfuerzo de llegar hasta la barra me dejó al borde de la deshidratación. Aprovechando mis reducidas proporciones en comparación con los musculados patronos que tapaban el acceso, me introduje como pude entre los huecos hasta poder captar la atención de un camarero.<br /><br />Si alguna vez viajan a Grecia en verano, apréndanse esta frase:<br /><br />Ένα ποτήρι νερού, παρακαλώ (ena potiri neró, paracaló) – Un vaso de agua, por favor.<br /><br />Pero luego prueben a decirlo en un en un lugar poblado de gente en variantes estados de desenfreno, a 45 grados centígrados y con un nivel sonoro por encima de cualquier aeropuerto internacional.<br /><br />El camarero, cada vez más impaciente, se limitaba a encogerse de hombros y negar con la cabeza. Probé en inglés, con la misma suerte. Cuando ya iba a empezar a darme por vencida y contemplar la muerte, alguien se puso a mi lado y le gritó al camarero:<br /><br />Ένα ποτήρι νερού, παρακαλώ!!!!!!!!!!!!!!!!!!<br /><br />… que inmediatamente se dio la vuelta para reaparecer con un vaso de agua y un gesto de aburrimiento en la mirada.<br /><br />Sin preocuparme por mirar a mi salvador, me bebí de un trago el preciado líquido, y entonces pude empezar a ver menos borroso.<br /><br />Era el tipo pálido de pelo rizado. Me sonreía. Mucho.<br /><br />- Thank you! – le grité<br /><br />- Ok! Ok! – me gritó. Y le pegó un lingotazo a lo que parecía un vaso de whiskey o similar.<br /><br />En ese momento, se acabó mi poder de inventiva para hacer conversación. El tipo me seguía mirando como esperando a que dijera algo más. No se me ocurría nada, así que le sonreí, me di media vuelta y avancé a duras penas hasta la puerta de salida. Necesitaba aire.<br /><br />Los gorilas me miraron con cara de aburrimiento. Estaba claro que yo no era objeto de interés en un lugar como ese. Aún así, me alegraba por Yiannis y por el buen rato que, suponía, debía estar pasando con Robocop. De hecho, yo misma podría haberlo pasado bastante bien de no ser porque necesitaría apoyo químico o etílico, y tenía demasiado recientes mis últimas aventuras en el Lado Oscuro.<br /><br />Me apoyé contra una columna de hormigón mientras intentaba respirar un poco de aire caliente. En un rato iría hacia el coche y les esperaría ahí pacientemente.<br /><br />Unos pasos detrás de mí me hicieron darme la vuelta.<br /><br />Ahí estaba, sonriente, el tipo pálido. Con una mano me saludaba mientras parecía esconder algo con la otra por detrás de la espalda.<br /><br />- Me very man – dijo.<br /><br />- What?<br /><br />- Me very, very man! – y para ilustrarlo, se golpeó el pecho con los puños haciendo una onomatopéyica imitación de Tarzán.<br /><br />- Oh.<br /><br />- Me policeman.<br /><br />Le sonreí. ¿Qué otra cosa hacer? Estaba atrapada, destinada a esperar quién sabe cuántas horas para poder volver a casa, con un ¿policía? loco llamado Genesis que, por suerte para él, era muy hombre.<br /><br />- I love you – volvió a decir.<br /><br />Le miré sin encontrar una respuesta apropiada. Y entonces se sacó de dentro de la camiseta una botella de vodka y una bolsa de cocaína.<br /><br /><br /></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-83275154470830216252008-04-02T11:05:00.006+02:002008-04-02T11:33:03.181+02:00Arte y pico<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-aBp3G3ZrWeC3OUlgfLSdiEsC37jBMx_UpSJ3Ag4CNA-WO2JbHhGNpIwnnJiXatqpudLvFTdG3SMT_NsQrXuhAdBZ27XExadIiJU_0vFvD2Uy66jDbB1GXPnJ8R1wNfue3_f2/s1600-h/premioartepico-blog.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5184571937725573522" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-aBp3G3ZrWeC3OUlgfLSdiEsC37jBMx_UpSJ3Ag4CNA-WO2JbHhGNpIwnnJiXatqpudLvFTdG3SMT_NsQrXuhAdBZ27XExadIiJU_0vFvD2Uy66jDbB1GXPnJ8R1wNfue3_f2/s320/premioartepico-blog.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"></div><p align="justify">Si hay dos cosas que no soporto en esta vida son: a) el autobombo; y b) los memes. Lo primero por eso que dicen de "dime de qué presumes y te diré de qué careces" - o algo así. Lo segundo porque los memes son un martirio auténtico, la nueva plaga de la blogosfera. </p><p align="justify">Son como la versión moderna de los amiguetes que venían de vacaciones y te traían como regalo una torre Eiffel de palillos para poner encima de la tele. O aquellos regalos de boda de familiares con los que había que quedar más o menos bien (jarrones iridescentes, por ejemplo, que yo los he visto).</p><p align="justify">Pero bueno, en este caso el premio viene de mi amigo <a href="http://hugoizarra.blogspot.com/2008/03/arte-y-pico.html">Hugo Izarra</a>, un gran narrador/poeta cuyo criterio siempre ha sido una gran referencia para mí. Por eso se lo agradezco infinito. </p><p align="justify">No voy a poner una lista de diez más, sin embargo. Y no es porque no conozca diez blogs que merezcan esta magna condecoración, que los hay y muchos más. Lo voy a dejar en uno, porque así la cadena no es tan larga ni se expande hasta el infinito. </p><p align="justify">Así, imparcialmente, y a ciegas entre los candidatos de los blogs que frecuento.</p><p align="justify">Sin pensarlo ni un momento:</p><p align="center"><a href="http://probar.blogspot.com/">Escriba su propia novela de Dan Brown</a></p><p align="center">¡Felicidades!</p>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-89146428370987607862008-03-16T16:48:00.008+01:002008-03-16T17:45:25.725+01:00En las Nubes XI<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSfqeTm-oeMH11Z_ykWXgylOJcqvy99ZWAvAzg40_r1AFFxOhrZ-kgIEMD78vS9XamQ5j9jW_OFbdKlvQ-pYC5fCkQUC4l1A0sunndqKd3H3xEhIpw6_e-a4HU6g_dqVQbVcox/s1600-h/image006.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSfqeTm-oeMH11Z_ykWXgylOJcqvy99ZWAvAzg40_r1AFFxOhrZ-kgIEMD78vS9XamQ5j9jW_OFbdKlvQ-pYC5fCkQUC4l1A0sunndqKd3H3xEhIpw6_e-a4HU6g_dqVQbVcox/s320/image006.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5178367498031495202" border="0" /></a><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;"><br />11. La Llegada del Héroe</span><br /></div><br /><div style="text-align: justify;">Me vestí rápidamente y, aturdida por la situación, me senté sobre una roca a pensar. Si algo había aprendido durante ese viaje, era que la actividad de “pensar”, a la larga, siempre trae beneficios. Miré hacia la puesta de sol y recapitulé.<br /><br />Me encontraba en la boca de una cala rocosa y semidesierta a las afueras de Atenas, sin dinero ni ningún tipo de identificación, a unos 30 kilómetros de la casa de Yiannis. La realidad se me desplomó encima. Sabía que sólo tenía una posibilidad: encontrar la forma de regresar, como fuera. Pero, mientras me organizaba mentalmente para ello, no pude evitar que una oleada de angustia chocara contra mi pecho hasta desembocar en forma de llanto.<br /><br />Llorar amargamente frente a una puesta de sol en el Egeo es algo que, quieras que no, se hace con naturalidad. El entorno propiciaba saltos imaginativos involuntarios, y a ello me entregué momentáneamente mientras me lamentaba de mi suerte.<br /><br />Me imaginé cual Psique, esperando a su amante escamoso y reptil.<br /><br />Una voz grave me hizo abrir los ojos y alzar la vista: frente a mí, bordeado por la cálida luz anaranjada del sol moribundo, adornado con ricas pedrerías y joyas, un largo y grueso anfibio rosado me observaba con su único ojo.<br /><br />Difícil es expresar mi incapacidad para pronunciar palabra en ese momento. Le miré enmudecida, aterrorizada, hipnotizada. Afortunadamente la voz volvió, esta vez más grave y cercana.<br /><br />- τι κάνει λάθος?<br /><br />Parecía venir del cielo. Lentamente subí los ojos, que fueron bordeando una ancha silueta humana y erguida, con los brazos en jarra y las piernas separadas. Desde muy muy arriba alguien más me estaba mirando. La contraposición del sol no me permitía ver sus facciones, exceptuando una barbita de chivo que se balanceaba al ritmo de sus palabras.<br /><br />- χρειάζεστε τίποτα?<br /><br />Me llevó unos minutos comprender que me encontraba ante un nudista más, decorado con múltiples tatuajes tribales y luciendo una alegre ristra de argollas y piedras azules en el glande. Otro tanto le colgaba de los lóbulos de las orejas, y también lucía sendos piercings en las cejas. Tendría unos cuarenta años y debía pesar aproximadamente ciento veinte kilos, que gracias a su altura estaban bien repartidos. Pero era humano. Me sequé las lágrimas e, hipando, me puse en pie.<br /><br />- Do you speak English?<br /><br />El hombre me miró un poco confundido.<br /><br />- Yes – cabeceó – a little.<br /><br />Esa fue la parte más fluida de nuestra conversación. A partir de ahí nos comunicamos por señas, palabras sueltas y frases rotas. A pesar de su aspecto atemorizante, parecía entender mi problema y situación.<br /><br />Stavros, mi nuevo amigo, se puso unos pantalones cortos que sacó de una mochila, me agarró la mano como quien coge la bolsa de la compra y tiró hacia arriba. Llegamos a la carretera y diez minutos después, me introducía llena de polvo en su mini amarillo y desvencijado. Parecía absurdo un coche tan pequeño para un tipo tan grande, pero Stavros lo conducía con facilidad, cada movimiento economizado y coreografiado. Entre breves frases que apenas entendíamos, hicimos el camino entero por la carretera pedregosa de Limanaka, hasta Erastothenous. Me dejó en la mismísima puerta de la casa de Yiannis, y yo – sorprendida – quise agradecérselo.<br /><br />A este punto ya había llegado a una conclusión, que algunos supondrán vanidosa, pero que – creedme – en ese contexto, era lógica:<br /><br />El tipo no se había intentado aprovechar de mi lamentable situación, y por tanto, era gay.<br /><br />Por una vez en mi vida, estaba en lo cierto. Le invité cándidamente a subir a casa de Yiannis, para al menos darle las gracias con una cerveza fría, y se quedó. Se quedó a tomar la cerveza, a cenar, y a dormir. Con Yiannis, por supuesto. Los gritos y jadeos que traspasaron la pared toda la noche dificultaron un poco mi sueño, pero al menos estaba en casa – sana y salva.<br /><br />Por la mañana, Yiannis apareció en mi habitación sonrosado y feliz, con una copiosa bandeja de desayuno.<br /><br />- Stavros vuelve luego, ha ido a su despacho a mirar unos papeles.<br />- ¿Su despacho?<br />- Sí, es policía. Al parecer, uno de los que te robaron ayer es ya algo conocido en comisaría. Va a buscar sus datos y hacerle una “visita”.<br />- ¿Qué me dices?<br />- Oh, ¿no es maravilloso? Es como un guerrero troyano, tan grande y tan atento él.<br /><br />Dicho y hecho: cuatro horas más tarde, nuestro Héroe apareció con mi bolso. A falta del dinero estaba todo lo demás, incluida la cámara de fotos y mis documentos. Yo no sabía qué decir, ni tampoco qué sangre se podía haber derramado en ese intercambio. Pero, esto último, he de admitir, me daba totalmente igual.<br /><br />Yiannis me enseñó a dar las gracias en griego:<br /><br />- ¡Efharisto polí!<br /><br />Parecía el final feliz de una película: yo tenía mis cosas, Yiannis estaba enamorado... y los “malos” habían recibido su merecido. Por eso, cuando Stavros, durante la cena, pegó un gran trago de Ouzos, eructó y gritó:<br /><br />- Θέλω να πάω τρελλός απόψε!!<br /><br />Yo también alcé mi copa y brindé, repitiendo como un loro sus palabras. Yiannis me miró de reojo.<br /><br />- ¿Qué he dicho?<br />- Que quieres una noche loca.<br />- ¿Eso qué quiere decir?<br />- Tendrás que verlo por ti misma.<br /><br />A las 11 de la noche, Stavros se pasó a recogernos en su mini amarillo. Yiannis iba vestido para matar, y yo – qué queréis que os diga – yo también.<br /><br /><br /><br /></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-91074373312013434872008-03-05T15:01:00.010+01:002008-03-05T16:45:50.903+01:00La voz callada<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAQ9FHanu_9_bikDc8O6mT9aFwWMU4lA2TjYTHCHhZJyWee4BsiktmzO30Kq-4Ln4Od-qqGSJUCHO9HTfbT20kKUZS1c7i5qipgyxt3GqgUgEd79UyjAEAuUoCtVNvX6K4IzeM/s1600-h/silent.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5174265919531120882" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAQ9FHanu_9_bikDc8O6mT9aFwWMU4lA2TjYTHCHhZJyWee4BsiktmzO30Kq-4Ln4Od-qqGSJUCHO9HTfbT20kKUZS1c7i5qipgyxt3GqgUgEd79UyjAEAuUoCtVNvX6K4IzeM/s320/silent.jpg" border="0" /></a><br /><br /><br /><br /><br /><div align="center">A veces, la voz interior se calla.</div><br /><br /><br />Se<br /><br />calla<br /><br />del<br /><br />todo<br /><br /><br /><br />Como un niño castigado<br /><br />contra la pared.<br /><br /><br /><br />Como un juguete olvidado<br /><br />en la oscuridad del cráneo entre la niebla,<br /><br />Se queda ahí rezagada,<br /><br />silenciosa,<br /><br />oculta.<br /><br /><br /><br />se calla.<br /><br /><br /><br />Me pregunto: "¿de qué sirve,<br /><br />a dónde lleva<br /><br />decir nada?"<br /><br /><br /><br />¿De qué valen las excusas?<br /><br />Denme un precio,<br /><br />¡Yo lo pago!<br /><br /></div><div align="center"></div><div align="center"></div><div align="center">Tanto silencio<br /><br /><br />hace demasiado ruido,<br /><br />y eco<br /><br /><br />eco<br /><br />eco<br /><br />eco<br /><br /><br /><br />mucho eco en el vacío. <br /><br /><br><br /><vd><br /><br /><br /><br /><br /></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-77581988266605797942007-12-19T16:33:00.000+01:002007-12-19T16:40:44.215+01:00Felices fiestas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhA5akBe4_0qOuMlzTJa8s8yA-p74ORYgCzKJSddglGTQcm2Nb4UCAIV01aEbTQ5K7R6JZMYG1EY_b7eLxmxPk0e3KgD0FCBMaru-6BgmEjj_xm__j5G8URIK5HUbMH4mKGAJku/s1600-h/santa_RIP.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5145707899839437906" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhA5akBe4_0qOuMlzTJa8s8yA-p74ORYgCzKJSddglGTQcm2Nb4UCAIV01aEbTQ5K7R6JZMYG1EY_b7eLxmxPk0e3KgD0FCBMaru-6BgmEjj_xm__j5G8URIK5HUbMH4mKGAJku/s320/santa_RIP.jpg" border="0" /></a><br /><div>El lapsus ha sido muy largo... pero la vida vuelve a su curso normal. </div><div>La primera semana de enero continuarán las aventuras griegas... y todo lo demás.</div><div></div><div>Besos y felices fiestas</div><div></div><div>Alicia</div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com25tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-4240507073994701062007-09-19T22:50:00.000+02:002007-09-20T00:07:33.391+02:00PausaNo es que no quiera; no es que no sepa cómo... es una pausa.<br /><br />Hoy, este blog cumplió dos años y 18 días. Creo que abrir esta ventana me ha servido de mucho más de lo que esperaba. La ventana se abrió hacia dentro a la vez que hacia fuera, y en la mayoría de los escritos que aquí he ido dejando caer está la esencia de muchas cosas que han ocurrido. Puedo decir que estoy ahora en un lugar mejor que donde estaba ese 1 de septiembre del 2005, y precisamente por eso tengo más ganas que nunca de seguir.<br /><br />Si embargo, las circunstancias a veces limitan. Mi primera reacción es dejarlo estar hasta "encontrar tiempo" y no decir nada, pero en estos dos años han ido y venido gente con quien, de una forma u otra, siento que he adquirido un compromiso. Sobre todo con los que se han quedado.<br /><br />Estos días tengo a mi madre ingresada. Se recuperará, pero no es fácil sobrellevar la tensión. Paso muy poco tiempo aquí delante y menos aún con capacidad para hilvanar la historia. Lo "bueno" de esto es que sí tengo tiempo para pensar en las siguientes, y para darle formato a mis planes.<br /><br />Aquí sigo, y os mando un saludo a todos. Hasta muy pronto.<br /><br />Aliciaanilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com24tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-90834850032677326182007-07-28T01:20:00.000+02:002007-07-29T01:35:04.146+02:00En las nubes - X<div style="TEXT-ALIGN: center"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhu3i9Mrd47a8wCZmLNwoaO3eR7bMyNjOnJLVGFnSRwp3HsXCrSBhdCe5c2lNm90IAXIWec0DTn6iYferaIWlOI5f78DG6yhFgs-ezfymE0onu4JdHK8nFwFxeT6gYzWx1oeGjU/s1600-h/parthenon_me.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5092022799343785186" style="FLOAT: left; MARGIN: 0pt 10px 10px 0pt; CURSOR: pointer" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhu3i9Mrd47a8wCZmLNwoaO3eR7bMyNjOnJLVGFnSRwp3HsXCrSBhdCe5c2lNm90IAXIWec0DTn6iYferaIWlOI5f78DG6yhFgs-ezfymE0onu4JdHK8nFwFxeT6gYzWx1oeGjU/s320/parthenon_me.jpg" border="0" /></a><span style="FONT-WEIGHT: bold"> 10. Un paseo por el Olimpo y un descenso al Hades.</span><br /></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Estaba claro que había llegado a un lugar donde las reglas eran diferentes. Era curioso: pensé que todo lo que me había ocurrido había sido a causa de las drogas. Pero en realidad no era más que el mundo que se abría en todas sus facetas y yo, que nunca lo había visto tan de cerca, había saltado dentro de su espiral. Nada había cambiado, con la excepción de que mi cuerpo, tras haber vencido la enfermedad, me había devuelto una visión un poco menos manipulada de la realidad pero sí más lúcida. La realidad era muy diferente a como yo la había imaginado antes de aquel viaje.<br /><br />Desperté de madrugada con el sonido de las campanas de la iglesia, salí al balcón y oteé las nubes danzantes de golondrinas en el cielo griego. Achinando los ojos, intenté adivinar – como Eurípides – dónde me llevarían ese día. Se lo pregunté a Yiannis. </p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">- Deja de filosofar con tu vida y sé una turista de una vez por todas.</p><div style="TEXT-ALIGN: justify"></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Le miré en silencio, metí mi cuadernillo en el bolso, escondí la cámara y salí con él a la calle. Nos despedimos en la plaza de Evangelismos, en la parada del autobús. Él se fue a su trabajo y yo a la Acrópolis.</p><div style="TEXT-ALIGN: justify"></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">En las primeras luces del día, caminando calle arriba, la ciudad se desperezaba a toda rapidez a mi paso. Al llegar a Syntagma, una ordenada tropa de soldados con vistosas mallas y camisas blancas repicaron sus botas en el cambio de guardia, cimbreando las orlas rojas en la breve brisa que moriría con el sol de verano. Las terrazas ya estaban pobladas de jóvenes sorbiendo frappés fríos y jugueteando con pulseras de cuentas de metal. Y en la Plaka, los comerciantes desempolvaban las mesas para alinear sus puestos de ropa y abalorios bajo los toldos multicolor. Me senté a desayunar a la puerta de un café, y esperé, escribiendo, a que pasara el rato hasta la hora de apertura.</p><div style="TEXT-ALIGN: justify"></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">A las diez de la mañana subí las escalinatas esquivando turistas como una ardilla. Lo primero que vi fue el Partenón, inmenso, abierto, roto, desgastado y cansado, pero igualmente inmenso. Sí, soy impresionable y entonces lo era aún más. ¡Había llegado al Olimpo! Y me lo tenía ganado.<br /><br />A pesar de las masas que ya poblaban la zona a primera hora, pude disfrutar del entorno e imaginarme ahí entonces, en el principio de los tiempos. Es en lugares así que realmente se cobra conciencia de la historia e incluso del papel de cada uno de nosotros en ella. </p><div style="TEXT-ALIGN: justify"></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Pero era también irónico que precisamente lo que ahí faltaba – los relieves de la fachada, las hermosas Cariátides del Ectereión y tantas otras reliquias -<span style="font-size:0;"> </span>era falso. Las imitaciones eran casi perfectas, pero falsas. Los originales están alegremente custodiados por los londinenses – aquellos que no me abrieron las puertas al principio de mi viaje. Pasando mis dedos por las piedras de los templos violentados, me sentí como Byron dispuesto a morir en tierras helenas. ¿O era el sol? Una vez más, se me nubló la vista. Miré a mi alrededor: llevaba cuatro horas paseando de un lugar a otro de la Acrópolis, soportando empujones de rollizos americanos o de japoneses despistados, y mirando hacia las cúspides de las columnas aturdida. La ropa se me pegaba al cuerpo y el polvo me llenaba los ojos. Salí corriendo sin siquiera decir adiós a los dioses, y tracé con el dedo en el mapa una línea vertical hacia arriba, hacia el norte, donde aparecía el azul del mar.</p><div style="TEXT-ALIGN: justify"></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Nunca se me dieron mal los mapas ni las guías, a pesar de mi condición femenina. Había líneas de autobuses que salían de Syntagma, y en media hora me planté en la parada. El truco de meter la cabeza entre el torrente de gente entrando en el autobús nada más abrir las puertas y gritar al conductor: “Beach?!” parecía funcionar: todos decían que no, pero que el siguiente autobús sin duda me llevaría. Una hora después, cuando casi había perdido toda esperanza, un conductor me miró directamente a los ojos y replicó:<br /></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">- Yes. Beach. Limanaka. Very nice.<br /><br /><span style="FONT-STYLE: italic">Very nice</span> me venía muy bien. Me subí al autobús, conseguí un asiento a la sombra y apoyé la cabeza contra el cristal. Cuando empezó a aparecer la costa, una hora después, llegaba también la tarde. Yiannis debía estar volviendo a casa.<br /><br />- Un bañito y vuelvo en el siguiente autobús - me dije.<br /><br />Me bajé, bajo indicación del conductor, en las playas de Limanaka. Me dejó en una larga carretera polvorienta. Antes de arrancar agitó la cabeza hacia el mar: obedecí y cambié mi rumbo. A la izquierda, una ladera pedregosa y empinada descendía hasta una caleta tan azul que casi dolía mirarla. Compré una botella de agua en un tenderete y bajé cuidadosamente por la colina. No llevaba ni una toalla, pero la camisa serviría.<br /><br /></p><div style="TEXT-ALIGN: center"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzr7E2z83ngS0hhrqG7ntepHTAYarv8Qso5tLrbxf32gmMKPkbCbqb6xasDIECLcxT3xePc6iBknfDsKcC4GpnS4e6s-ib0TX4GWjZttAwztsPuXOqFtCHXcq0wQtZkm3R20AT/s1600-h/limanaka2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5092050746695980290" style="CURSOR: pointer" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzr7E2z83ngS0hhrqG7ntepHTAYarv8Qso5tLrbxf32gmMKPkbCbqb6xasDIECLcxT3xePc6iBknfDsKcC4GpnS4e6s-ib0TX4GWjZttAwztsPuXOqFtCHXcq0wQtZkm3R20AT/s320/limanaka2.jpg" border="0" /></a><br /></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><br />Viendo que todo el mundo estaba desnudo y estratégicamente desperdigado entre las rocas, hice nudismo por primera vez en mi vida. Al fin y al cabo, nadie me conocía y mi celulitis permanecería en el anonimato. Me tumbé sobre una roca y dormité un rato. Cuando desperté, escuché unas risas entrelazadas con chácharas ininteligibles. Lo primero que vi fue una serie de dunas redondas y tostadas al sol de la tarde. Por un momento, pensé que había muerto y resucitado en Arrakis. Pero luego comprobé que se trataba de cuatro culos. Cuatro chicos y una chica se habían tumbado, como Dios les trajo al mundo, a escasos centímetros de mi camisa, mi bolso y yo.</p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><br /><br /></p><div style="TEXT-ALIGN: center"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhf15S2xvbJaZeZ0Q7vbaMqadJMZJ78rTQbDaWgiCLsVgbWc4haQJfAoxt9rd7qrlJ1fdNQSbmBhfPIa_yTak7_3HqLSuGu3Cj0pil3uIBW6ELocpGewENfe44bDxWxIuEw7g_c/s1600-h/culos.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5092052404553356562" style="CURSOR: pointer" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhf15S2xvbJaZeZ0Q7vbaMqadJMZJ78rTQbDaWgiCLsVgbWc4haQJfAoxt9rd7qrlJ1fdNQSbmBhfPIa_yTak7_3HqLSuGu3Cj0pil3uIBW6ELocpGewENfe44bDxWxIuEw7g_c/s320/culos.jpg" border="0" /></a><br /></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><br /></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Me saludaron. Les saludé. Me ofrecieron un porro y me negué lo más elegantemente que mi desnudez podía permitírmelo. No parecían muy convencidos del hecho de que su presencia había desbaratado mi vida en ese momento. No sabiendo cómo reaccionar, sonreí tímidamente y, antes de entrar en una conversación para la cual no estaba aún preparada, escondí mis cosas bajo la camisa y bajé al agua. Ahí abajo nadie reparaba en mí: aquello era maravilloso. Chapoteé feliz un rato muy largo mirando al horizonte infinito del Egeo e intentando adivinar las siluetas de las Cíclades, hasta que empezó a oscurecer. Tendría que volver y coger otro autobús, aunque ello supondría salir del agua desnuda, cual Afrodita, y tal vez confraternizar con mis vecinos. La idea, ya despierta, no parecía tan mala. Pero cuando me aproximé a mi roca comprobé que ya no estaban.<br /></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Y comprobé otra cosa:<br /></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify">Se lo habían llevado todo, menos, piadosamente, mi ropa.<br /></p><div style="TEXT-ALIGN: justify"></div><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"> </p>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com22tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-17683105018851532202007-06-03T22:59:00.001+02:002007-07-29T01:46:24.769+02:00En las Nubes - IX<div style="text-align: center;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKTySxReiM9ZAlpGQEYO4LBRaIJXe9JhMlGOMLM4oQ3oemSYjik2KfVbkLhAyXefmq9Jtxy3iFcr_H3Y4saIy0bJvmCJKTBKg16O0ExT3Hfq_mqsaNh7noru4DpFw40xYjqwLr/s1600-h/national_gardens.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5071946049679235426" style="margin: 0px auto 10px; display: block; cursor: pointer; text-align: center;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKTySxReiM9ZAlpGQEYO4LBRaIJXe9JhMlGOMLM4oQ3oemSYjik2KfVbkLhAyXefmq9Jtxy3iFcr_H3Y4saIy0bJvmCJKTBKg16O0ExT3Hfq_mqsaNh7noru4DpFw40xYjqwLr/s320/national_gardens.jpg" border="0" /></a><span style="font-weight: bold;">10. ¡Bienvenida a Atenas!</span><br /></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Me senté un rato sobre el pedazo esférico de una de las columnas que habían caído al suelo cientos de años antes, a beber un poco de sol y regenerar mis marchitas células. Nunca había creído en el destino. Sin embargo, algo me decía que llegar a esta tierra extraña no había sido un mero accidente ni el simple resultado del caos: era una forma de ordenar el caos. Toda historia épica consiste en un problema por resolver, un viaje, un peligro, un enfrentamiento y un desenlace. ¿En qué parte me encontraba ahora? – me preguntaba yo. ¿Dónde habitaban las sirenas y los dragones marinos? ¿Qué más obstáculos tendría que afrontar? </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Los mayores obstáculos nacen en el interior de nuestra cabeza: esa lección la tenía aprendida hacía mucho tiempo, pero evidentemente no estaba madurada. Mientras la ciudad se extendía frente a mí en su nube de polvo, su enjambre humano y el caos multisonoro del tráfico demente, apoyaba las manos sobre la piedra y recorría con los dedos las estrías milenarias. Cientos de fantasmas batían sus alas a mi alrededor, recordándome que hacía dos mil años alguien había tallado estas columnas para sostener el templo del dios, y que no debía fiarme del sol, ni del polvo de la calzada, ni siquiera de mis propios ojos, porque el mundo no es más que un círculo que termina en el mismo sitio donde empezó, un ciclo constante donde ir no necesariamente significa “marcharse” sino que a menudo es “volver”. </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Tuve la impresión de que el tiempo se me hacía pequeño y se estrechaba entre mis manos, introduciéndose por mis venas para subir hasta el pecho. Mi corazón latía tiempo y la sangre lo iba desmenuzando minuto a minuto, día a día y siglo a siglo por cada una de mis arterias. Me tumbé boca arriba con los ojos cerrados y el sol hizo una cortina brillante de mis párpados, que bailaban en la luz como luciérnagas. Respiré tiempo un rato hasta que me llegó a las puntas de los dedos y los pies, cosquilleando repetitivamente de forma que casi me impulsaba hacia arriba. Creí levitar.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Abrí los ojos y recordé el “efecto flashback” del éxtasis. Me eché el resto de la botella de agua por la cabeza y me levanté. </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Y así, medio flotando y empapada, fui a buscar el amparo de las sombras refrescantes de los Jardines Nacionales. Este parque, situado en el mismo centro de la ciudad, actúa de pulmón para la hiriente y tórrida sequedad del verano ateniense. Mis zapatillas de esparto me llevaron por las pequeñas avenidas cubiertas de árboles hasta un claro circular con bancos de hierro y pequeños parterres de romero. Me senté a escribir una breve y socorrida teoría del tiempo flexible en mi cuadernillo, y escuché un carraspeo frente a mí.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Era un hombre alto, de mediana edad y media melena salpimentada, vestido de negro. Mi entonces sencillo mecanismo de captación de interés se despertó. Me miraba fijamente y tuve que hacer un esfuerzo por vencer mi timidez y dedicarle una media sonrisa. Me dijo algo en griego. Al ver que no le entendía, me habló en inglés:</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Puedo sentarme a tu lado?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Sí, claro.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿De dónde eres?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- De Madrid.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿Y qué haces aquí, perdida en el bosque?</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Contestar “Esperar al lobo” parecía un poco por encima de mis límites en ese momento, así que me limité a encogerme de hombros. </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿No tienes miedo de que te pase algo?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿Hay algo que temer?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Mientras esté yo, no.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Le dejé sentarse y mirar por encima del hombro a lo que había escrito en la libreta. Me preguntó si era escritora o periodista. Mentí y le dije que ambas cosas. Sonrió con aprobación.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Yo también soy periodista.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿Sí?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Sí, escribo una columna política en el Kathimerini. </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Le miré asintiendo levemente. Mi interés se multiplicó. Le pregunté por la actualidad ateniense y me lanzó una diatriba larguísima sobre la evolución política del país desde la república de 1973, comparándola con el modelo clásico. Para impresionarle, hice breves anotaciones en mi libretilla. Me observaba con aprobación, aunque había un cierto rictus nervioso en su mirada.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿Las mujeres españolas sois todas así de inteligentes?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Bueno – risita nerviosa – no lo sé.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Tengo que volver a Madrid; desde los ochenta no he estado. Parece que es un lugar donde percibir mucha belleza. Las griegas son feas y apocadas.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¡No puede ser!</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Sí, te lo digo yo. No están a la altura. Este es un país que desde hace siglos ha ensalzado lo masculino. Tal vez por eso se han quedado pequeñas y bigotudas.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Me reí un poco, educadamente, aunque si hubiera sido griega seguramente le habría propinado una bofetada. </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Supongo que debería haberlo visto venir.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Tras esta iniciativa de mi interesante interlocutor, se hizo un silencio un poco incómodo. Fingí revisar mis anotaciones. Un minuto después me preguntó: </p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿Quieres tocarme?</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Le miré sorprendida y, al descender la mirada, pegué un pequeño salto sobre el asiento.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Se había desenfundado el pene, que sobresalía rojo, erecto y henchido de venas entre su mano derecha. </p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Levantarme como impulsada por un retoque, murmurar “tengo que irme” y atravesar los Jardines Nacionales como alma que lleva el diablo fue todo uno. Eran las seis de la tarde, y el sol me dio un respiro mientras subía las calles empinadas de vuelta a casa de Yiannis. Llegué jadeando y entré dando un portazo.</p><div style="text-align: justify;"></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Yiannis estaba en la cocina con un coqueto delantal rojo, rellenando tomates con arroz y carne picada.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Yiannis! ¡Yiannis! ¡No te imaginas lo que ha ocurrido!</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿Qué?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Fui a los Jardines Nacionales. Me senté en un banco. Apareció un...</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¿..un hombre de apariencia normal?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ¡No sólo normal! ¡Parecía un tipo culto e interesante!</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- ..Eso no tiene nada que ver. ¿Se la sacó, a que sí?</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Er...</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">- Bienvenida a Atenas. Hoy para cenar, un poco de yemistá.</p><p class="MsoNormal"><span style="font-size:85%;"><span style="font-style: italic;">(Foto: Jardines Nacionales, Atenas)</span></span></p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p> </p><p class="MsoNormal"> </p>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com44tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-79366625442006101582007-04-26T20:56:00.000+02:002007-04-27T18:37:10.638+02:00En las nubes - VIII<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLjPxeOiw5e3386Vg8XoAxrM0hPHqDkspNP4FlPdWTXEPdffEu0VpeN0YsfHc0AuleaE5-MA2kqW74qMezIcGmu_hiwoqGHU6HLHFG8jojf9hYKWMby9OrQzFhuQk9vhx0b9pV/s1600-h/temple_of_zeus_2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5058146110207533010" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLjPxeOiw5e3386Vg8XoAxrM0hPHqDkspNP4FlPdWTXEPdffEu0VpeN0YsfHc0AuleaE5-MA2kqW74qMezIcGmu_hiwoqGHU6HLHFG8jojf9hYKWMby9OrQzFhuQk9vhx0b9pV/s320/temple_of_zeus_2.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwneHKOrhdKxr-ishNSfkI96xyym9MWfGFkrNoTHh_2Ea98Rdirc5hp4-NEqbsJ8BA3Ci7mq49tndMMDgAcvfQDZO3jLke3MF9h7MhxO6TStgMlsvGLTv9gfevvFJzgOs19xQR/s1600-h/urban_ruins.jpg"></a></div><div align="center"><strong>8. Resucitar entre ruinas</strong></div><br /><br /><div align="justify">Los siguientes seis días transcurrieron entre el duermevela agitado de la fiebre y los dedicados cuidados de Yiannis.<br /><br />Por las mañanas, antes de marchar rumbo a su trabajo de censor de programas de televisión, me dejaba una bandejita con el desayuno y la comida: manzanilla, yogur, un sándwich de jamón o queso y algo de fruta. Yo despertaba unas horas después, consumía lentamente el desayuno, me lavaba un poco y volvía a la cama. A veces, a media tarde, me sentaba con el sándwich y una manta en la terraza llena de enredaderas y campanillas violetas que presidía la calle principal del barrio de Pangkrati, ajena al espeso calor de julio. El apartamento de Yiannis era acogedor y muy mediterráneo, con paredes pintadas de colores vivos, alegres azulejos geométricos en el suelo y el olor a especias invadiendo los pasillos desde la cocina. La habitación de los invitados, que yo ocupaba, era azul. Azules eran las ventanas, las diáfanas cortinas y el dosel de mimbre de la cama, desde donde me pasaba las horas muertas leyendo, delirando, durmiendo, vomitando o viendo “Dinastía” doblada a griego.<br /><br />Por las tardes, Yiannis volvía y se sentaba a mi lado con un mejunje nauseabundo a base de agua, aceite de oliva y ajos crudos machacados. Ante mis protestas, afirmaba orgulloso que lo había aprendido de su abuela Aikaterina y que sólo eso le había salvado de la muerte cuando él y su familia se escondieron en las montañas de Nicosia huyendo de la invasión turca.<br /><br />Yo me lo tragaba resignada, imaginando que huestes feroces de turcos bigotudos hachablandientes reculaban mareados por los vapores de cada cucharada.<br /><br />Yiannis seguía siendo muy guapo, con ese físico entre varonil y efébico de labios carnosos y ojos totalmente negros que tanto alaban los poemas de Anakreón.<br /><br />Pero algo había cambiado: Su frente estaba algo más fruncida y su boca dibujaba un rictus más severo. Había adquirido unas levísimas arrugas alrededor de los ojos, que a sus veintiséis años podían considerarse prematuras. Me veía mirarle y se encogía de hombros:<br /><br />- Ser chipriota en Grecia no es fácil.<br />- ¿Por qué?<br />- Somos como los “primos pobres”. No sabría explicarte...<br />- ¿Entonces, no eres feliz en Atenas?<br />- Claro que no.<br />- ¿Y por qué estás aquí?<br />- En Nicosia no podía ser gay.<br /><br />Precisamente lo que nos había unido durante aquellos años universitarios en Canadá fue nuestra posición del lado de los “diferentes”, yo por española y él por chipriota. Eran los ochenta y se había desatado en todo su esplendor la liberación sexual a la ominosa sombra del SIDA. Yiannis se prodigaba en el campus con los demás estudiantes homosexuales y algunos profesores, entregado a fiestas desenfrenadas. Yo paseaba mucho. Una madrugada nos encontramos los dos caminando bajo las primeras nieves de noviembre y nos hicimos amigos. Yo le ayudé a enderezar un poco sus locuras y él me corrompió con mucho cariño.<br /><br />Pero nos unía, sobre todo, la sensación permanente de “no ser de aquí”. Daba igual dónde estuviéramos: cuando el mundo está hecho con un patrón que te tira de las sisas, siempre eres un extraño. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Mientras me cuidaba, reconocí que el extraño en él había crecido y se había hecho más poderoso.<br /><br />- Los turcos no son el problema, Yiannis. Ni los chipriotas.<br />- Me vas a hablar TÚ de problemas...<br />- Bueno, estoy aquí... solucionémoslos juntos.<br /><br />Yiannis no me escuchaba. Me daba una palmadita en la cara y me decía que lo único que quería era ligar tanto como fuera posible hasta que se hiciera demasiado viejo.<br /><br />- Mejórate pronto porque no puedo tener una vida sexual adecuada con una tía vomitando en mi casa.<br />- Pues me parece de un morbo refinadísimo.<br /><br />Como toda respuesta, él me metía en la boca otra cucharada del ungüento diabólico. Funcionaba. Pronto descubrí el secreto de la poción: el cuerpo se recuperaba a toda velocidad para evitar tener que tomarla.<br /><br />Cuando se me pasó la fiebre, me daba la impresión de haber cruzado una frontera nueva, no solamente en espacio y tiempo sino también en que, por primera vez, me obligué a admitir mis errores. Llamé a toda la gente a quien debería haber llamado e intenté dar una explicación coherente de los hechos. No fue fácil, especialmente con mis padres. Ni tampoco con Shazea, que se mostró bastante ofendida por mi falta de previsión.<br /><br />Las buenas noticias eran que no estaba muerta, y que había aprendido dos lecciones muy importantes: que las drogas de diseño son un poco peligrosas, y que mi sentido de la responsabilidad dejaba bastante que desear.<br /><br />Curiosamente, en cuanto me sentí de nuevo con fuerzas, dejé de sentirme culpable.<br /><br />Mientras Yiannis censaba, el primer día de mi resucitación, me hice con un mapa y subí calle arriba rumbo al centro. La vida iba volviendo a mis huesos mientras recorría el paseo de Erastothenous junto al Estado Olímpico. Cuando llegué a Konstantinou, la vena principal de la ciudad, ni el calor, ni el polvo del tráfico desmadrado, ni la sed pudieron evitar arrancarme un grito de admiración al encontrarme en plena urbe griega, desatendido y solitario, ajeno a todo, y recogiendo los rayos de la mañana entre las grietas de sus columnas, las ruinas del templo de Zeus.<br /><br /><br /><br /><span style="font-size:85%;"><em>(Foto: Ruinas del Templo de Zeus Olímpico)</em></span> </div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-48655888406862122992007-04-06T21:08:00.000+02:002007-04-09T14:56:08.599+02:00En las nubes - VII<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQBdoQlhS9fVrZJcYOs9XMMILCklBAZRudyh2L8KVafYRsNZ0E-eVIcZVndLrH765oodSEycu51J8bOQju96rBF2CPIwqT6DILLMIb4u7ue-O7tOWmhw9sZshZ8LCzqcmr1I_Z/s1600-h/akropolis.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5050395343888045522" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQBdoQlhS9fVrZJcYOs9XMMILCklBAZRudyh2L8KVafYRsNZ0E-eVIcZVndLrH765oodSEycu51J8bOQju96rBF2CPIwqT6DILLMIb4u7ue-O7tOWmhw9sZshZ8LCzqcmr1I_Z/s320/akropolis.jpg" border="0" /></a> <strong>7. Un dulce despertar</strong></div><p align="justify">La sorpresa, la alegría, el milagrosamente recuperado sentido del pudor y la feroz resaca se mezclaron en mi cabeza de tal forma que sólo acerté a formar una “o” con los labios y abrir mucho los ojos.<br /><br />Un niño moreno, de unos ocho años, se deslizó por la derecha de Yiannis y, sonriente, me entregó una taza llena de café humeante. Luego, dijo algo que no conseguí descifrar.<br /><br />- Dice que si quieres leche – comentó Yiannis, que seguía apoyado en la puerta.<br />- Pues.. dile que sí.<br /><br />Adivinando mi afirmación el niño salió corriendo y volvió inmediatamente con un “brick” de leche, vertiendo un poco en mi café. Me lo bebí sin rechistar ni hacer una sola pregunta. Realmente, no quería saber nada, sólo quería que me devolverían el universo tal y como yo lo conocía hacía poco más de un día.<br /><br />Con un gran esfuerzo, me levanté a la vez que me envolvía concienzudamente en la sábana, como una cariátide. Yiannis y el niño me miraban curiosos, el segundo tal vez algo más que el primero.<br /><br />- ¿Habrá un cuarto de baño aquí?<br /><br />Yiannis volvió a dirigir unas rápidas palabras al niño, que directamente me cogió por la muñeca y me llevó por un pasillo oscuro hasta el baño. Yo, que iba sujetándome la sábana enrollada, sólo podía dar cortos pasitos de geisha, pero el chaval tiraba de mí con tal delicadeza y su sonrisa era tan dulce que cuando llegué al final del pasillo no pude resistir hacerle una carantoña.<br /><br />Cerré la puerta del cuarto de baño blanco y azul, lleno de toallas y jabones de colores, me puse directamente en standby y, sin dejarme espacio para pensar, me dediqué a ducharme, restregarme y adecentarme mecánicamente, lo mejor posible dadas mis penosas circunstancias físicas.<br /><br />Salí del baño, esta vez envuelta en una toalla, y escuché voces y risas en alguna de las habitaciones de la casa. Corrí hasta el dormitorio, que estaba vacío, y conseguí localizar mi ropa, mi abrigo y mi bolso de viaje. La maleta no estaba, pero no me veía con fuerzas para adentrarme en aquella casa y exponerme a la siguiente sorpresa del día. El loro se había posado sobre la ventana abierta y yo le seguí el ejemplo para otear, no sin cierta envidia, la ruidosa calle llena de gente y comercios. Estaba en una tercera planta y bastante me dolía la cabeza como para saltar. La voz de Osvaldo a mis espaldas me dio tal susto que a punto estuve de caer de todos modos, lo que – ahora que lo pienso – hubiera sido un redondo colofón a mi periplo.<br /><br />- ¿Ya estás lista? ¡ tu amigo lleva una hora esperándote!<br />- !!!<br />- Eh, ¡no quería asustarte! Venga, mujer, que no pasa nada. Estuviste bien divertida.<br />- ¿Sí?<br />- Sí. Ahora ven, que te presento a mi familia.<br />- ¿Tu....?<br /><br /><br />Osvaldo, que vestía una bonita túnica blanca y parecía sacado de una estampa bíblica, me agarró del otro brazo y se volvió a repetir el ritual... pasillo oscuro y puerta iluminada al final. Me encontré en una cocina pintada de amarillo, atestada de sartenes, cajas, frutas y gente. En la mesa desayunaban una mujer rubia de unos treinta y cinco años, el niño del café y una niña castaña de unos diez años vestida de colegiala. Y Yiannis, que parecía haberse integrado como uno más.<br /><br />Todos me saludaron encantados.<br /><br />- Esta es mi mujer, Artemis. A mi hijo, Osvaldo Junior, le conoces ya. Y esa de ahí es mi niña, Mariana.<br />- Oh...<br /><br />La mujer me hizo amables ademanes para que me sentara en la mesa con ellos, pero yo me mantenía clavada al suelo como por arte de magia. Miré a Yiannis implorando ayuda. Éste se levantó, me pasó un brazo por los hombros, y dirigió unas palabras al resto de la gente en tono de disculpas. Sonrieron, y siguieron desayunando. Yiannis cogió mi maleta de una esquina de la cocina y me empujó hasta la puerta.<br /><br />Antes de salir, Osvaldo apareció y nos entregó un paquete.<br /><br />- Galletas caseras. Están muy ricas, las hace Artemis.<br />- Muchas gracias – fue lo único que se me ocurrió contestar.<br />- ¡Bienvenida a Atenas! Pásate por el bar cuando quieras.<br />- Claro... claro...<br /><br />La puerta se cerró, bajamos las escaleras y de pronto era de día, muy de día, y había mucha gente. Me quité el abrigo, me agarré al bolso y miré a Yiannis, que estalló en carcajadas.<br /><br />- Ya, si a mí también me parece gracioso.<br />- No me lo puedo creer. ¡Tres años sin verte!<br />- Y ya ves, aparezco con gran despliegue de medios.<br />- No me lo puedo creer.<br />- Oye, ¿y lo de la familia?<br />- Les dijo que te había encontrado en malas condiciones y que te había traído a su casa para pasar la noche. Al parecer llegaron esta mañana de viaje.<br />- Tampoco les mintió.<br />- Oh, son encantadores, ¿no crees? Por cierto, les dijo que soy tu novio.<br />- ¿Tú?<br />- Claro<br />- Ya... y... ¿cómo me encontraste?<br />- Me llamó tu amiguito por la mañana, al parecer tenías mi número escrito varias veces en la palma de la mano.<br />- Y..¿qué fue eso que les dijiste para que nos pudiéramos ir?<br />- Que debía llevarte a casa, que estás de tres meses.<br />- ¿Qué?<br />- No te preocupes, te sobran unos kilitos. Daba el pego.<br />- Serás c...<br /><br />En cuanto di el primer paso hacia delante, vomité medio estómago encima de la acera.<br /><br />Yiannis llamó a un taxi y ni si quiera tuve tiempo de ver su casa. Me desvistió y me acostó, colocándome una palangana al lado de la cama exactamente como hiciera mi madre cuando era pequeña y tenía indigestiones. “¡Treinta y nueve de fiebre!” fue lo único que recuerdo escuchar antes de volver a entrar en un larguísimo letargo. </p><p align="justify"><br />Iban a ser unas estupendas vacaciones.</p><div align="center"> </div><div align="center"><br /> </div><div align="left"><span style="font-size:85%;">(Foto: la Akropolis desde una calle principal de Atenas.)</span></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-18555025828744061732007-02-14T14:10:00.000+01:002007-04-09T14:58:18.602+02:00InterludioOs preguntaréis, "¿Cuál es la excusa esta vez?"<br /><br />Porque, evidentemente, mi espalda vuelve a estar (razonablemente) bien.<br /><br />Podría escribir una lista inmensa, pero me limitaré a resumir, por orden de importancia:<br /><br />- Estoy de mudanza: me mudo a otro cuchitril, pero al menos no tendré que soportar las estruendosas obras de rehabilitación, las descargas eléctricas, los cortes de luz, la Radio-Cumbia de los obreros y algunos fenómenos paranormales.<br /><br />- No duermo bien por las noches.<br /><br />- He sufrido un caso de desajuste emocional que está en camino de resolverse. <br /><br />- Los métodos poco ortodoxos que he utilizado para soliviantar lo anterior han sido algo agotadores.<br /><br />- Como soy reincidente, seguramente todo lo anterior (menos la mudanza, espero) ocurrirá varias veces durante este año. <br /><br />Todo esto es para decir que muy, muy, muy pronto volveremos a Atenas.<br /><br />Besos.anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com20tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-17185906184168024992007-01-22T22:32:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.604+02:00En las nubes - VI<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh8EDZJKX3DYVZHKZwsR6KqGq8fkc3R6ZnUsqo3BjHzY83ovoNShhziexUdtHS7v3SVRxPqVZngKknqOpuuS_XZsMugkn1Pfmxg4xQL4XZKDlovtfjDXkfSMcHFwE28_BHDHV_y/s1600-h/ron.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5022971310345162226" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh8EDZJKX3DYVZHKZwsR6KqGq8fkc3R6ZnUsqo3BjHzY83ovoNShhziexUdtHS7v3SVRxPqVZngKknqOpuuS_XZsMugkn1Pfmxg4xQL4XZKDlovtfjDXkfSMcHFwE28_BHDHV_y/s320/ron.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><strong>6. El bodeguero</strong></div><div align="center"></div><div align="justify"><br />Cuando me senté a la barra del enorme y luminoso bar de dos plantas, sólo quería pasar el rato hasta que ocurrieran una de dos cosas: que amaneciera o que se obrara un milagro.<br /><br />Lamento decir que no ocurrieron ninguna de las dos aquella noche, al menos no del modo que yo hubiera querido. Pero no nos adelantemos.<br /><br />Pedí la primera copa al camarero mulato, que me miró como si fuera una aparición mariana. Supongo que no todos los días aparecía a las dos de la mañana, maleta en mano, una chica ojerosa y lánguida con cara de conocer la fecha exacta del Apocalipsis. Pero como hablábamos la misma lengua – aunque yo arrastraba la mía – le conté de carrerilla mi aventura para convencerle de que me dejara utilizar un teléfono.<br /><br />Osvaldo – así se llamaba mi nuevo mentor – me acercó el teléfono con una gran sonrisa que, no vamos a negarlo, soy castellana, me producía cierto recelo. El mismo contestador automático que me había saludado en el aeropuerto me saludó una vez más. Dejé un nuevo mensaje a voces, con un alegre son de fondo, y las señas del lugar.<br /><br />- No te preocupes, m’ija. Aquí cerramos en dos horas, y si no viene tu amigo te vienes a mi casa.<br />- ¿Y dónde está tu casa?<br />- Aquí cerquita, mi amol. En la Plaka.<br />- ¿Y qué te debo?<br />- Nada, nada. A las gallegas no les cobro estancia.<br /><br />No dije ni sí ni no, porque esperaba un milagro. Cada vez que mi nuevo amigo se apartaba para atender a alguien, volvía a llamar a Yiannis. Las mismas frases rápidas en griego y el mismo “biiip” al final. Cuando le dejé el último mensaje, ya ni siquiera había “biiip”: le había saturado el contestador.<br /><br />Osvaldo me miraba y se reía mucho, con carcajadas pegadizas que acabaron por contagiarme. Medí el tiempo en mojitos y chupitos de ron: cuatro copas, una hora. </div><div align="justify"><br />Debían ser ya las cuatro de la mañana, porque había contado ocho copas. Sólo quedábamos Osvaldo y yo, y un hombre anciano y muy serio que se marchó rápidamente sin decir palabra en cuanto se encendieron las luces del local y se paró la música. Pensé en marcharme, pero - ¿a dónde? En ese momento mi plan magistral de dejarme llevar parecía poco efectivo, pero sin duda el único posible.<br /><br />Además, no era capaz ni de trazar media línea recta en dirección a la puerta.<br /><br />Y la puerta estaba cerrada.<br /><br />Hay un momento en el que la fatiga es tal que de pronto desaparece, como si tu cuerpo no fuera tuyo y alguien lo moviera desde arriba como un guiñol. Mientras Osvaldo limpiaba la barra y recolocaba las botellas me coloqué en medio de la pista de baile y empecé a contonearme. La reacción del sonriente cubano fue darle otra vez al botón del equipo de música e iluminarme con un foco amarillo. Me quité los zapatos y me encomendé a todos los diablos. <div><div align="center"><br /><br /><em>Siempre en su casa, presente está<br />El Bodeguero y el cha-cha-chá<br />Vete a la esquina y lo verás<br />Y atento siempre te servirá<br />Anda enseguida córrete allí<br />Que con la plata lo encontrarás<br />Del otro lado del mostrador<br />Muy complaciente y servidor.</em> </div><div align="justify"><br />Cuando quise darme cuenta, Osvaldo estaba bailando conmigo y cantándome la canción al oído. Yo no paraba de reír. </div><div align="justify"><br />- ¿De qué te ríes, mamita?<br />- De que ni siquiera me gusta la salsa.<br />- Pues cualquiera lo diría. </div><div align="justify"><br />Así, de pie y de cerca, era bastante imponente. Le sentaba de maravilla la camiseta negra. Lo último que recuerdo decirle, antes de entablar lazos más íntimos, fue: </div><div align="justify"><br />- Espero que tengas una ducha. </div><div align="justify"><br />Si conseguí o no ducharme, fue cosa del azar. Sólo recuerdo que las mesas del bar eran un poco duras y se me clavaban en las costillas. Pero doy fe de que todas eran resistentes, al menos tres o cuatro. También los asientos acolchados de la segunda planta. </div><div align="justify"> </div><div align="justify">Cuando salimos a la calle sonaban las campanas de la iglesia con bravío llamando al alba, y varias mujeres vestidas de negro se nos cruzaron por la plaza mirándonos con cierto recelo. </div><div align="justify"><br />Y si la fiesta continuó o no al llegar a casa de Osvaldo, también será un misterio para los restos. En el momento en que mis malogrados huesos rozaron un colchón, se apagó el mundo. </div><div align="justify"><br />No me sorprendió tanto el hecho de despertarme desnuda en una habitación pintada de amarillo chillón, ni de que el ambiente oliera a coco y a té. Ni siquiera que se posara una cacatúa encima de la mesilla justo en el momento que abría los ojos: desde que saliera de mi casa en Madrid, todo era posible. Lo que más me sorprendió fue el agudísimo dolor de cabeza que me martilleaba con golpes secos las paredes del cráneo. Entrecerré los ojos para protegerme de cualquier agresión sensorial y supuse que, con toda seguridad, este era el momento en que iba a morirme. Me estaba bien merecido. </div><div align="justify"></div><div align="justify">Pero no, no habría esa suerte. Una voz nueva me hizo reaccionar y giré la cabeza dolorosamente hacia el lugar de donde provenía: </div><div align="justify"><br />- Si no lo veo, no lo creo. </div><div align="justify"><br />Era Yiannis, mirándome estupefacto desde el marco de la puerta. </div></div></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com29tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1866743134307075722007-01-14T22:43:00.000+01:002007-04-09T14:58:18.604+02:00¡ay! - dosMi contractura va mejorando... estoy ya casi viva. Reescribo sobre esta misma entrada para no romper el equilibrio de los capítulos.<br /><br />Mi primera entrevista en el mundo mundial: <a href="http://pon-a-dormir-el-lenguaje.blogspot.com/">Pon a dormir el lenguaje</a><br /><br />Creo que será la última, también.<br /><br />Pronto, muy pronto, volverán las aventuras.<br /><br />Besos.anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-16361182833576866382006-12-29T01:58:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.606+02:00En las nubes - V<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhEmSUH7u08TIEmGpu4t-y9UyOco_EsPsknKbbuKdWFBDAVfwy9gRwiHvNBuG-QOahWvcRX3mjrmWaobR-FBF9np6aHC4dGH_72r0Jo3uD98vSsLlF4E4vhId7CXj0o7MIj5Qih/s1600-h/monastirakiblog.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5013750836495320354" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhEmSUH7u08TIEmGpu4t-y9UyOco_EsPsknKbbuKdWFBDAVfwy9gRwiHvNBuG-QOahWvcRX3mjrmWaobR-FBF9np6aHC4dGH_72r0Jo3uD98vSsLlF4E4vhId7CXj0o7MIj5Qih/s320/monastirakiblog.jpg" border="0" /></a><br /><div><br /><p align="center"><br /><strong></strong></p><p align="center"><strong>5. El fenómeno de la globalización</strong></p><br /><p align="justify">El aeropuerto de Atenas no era entonces lo que es ahora: por esa época era un lugar pequeño y desconcertante. El hecho de que fuera medianoche seguramente influía, pero aún así había muy poca gente, un pequeño bar, apenas dos o tres empleados deambulantes y un par de cabinas de teléfono. Fui directa hacia una de ellas agitando mi agenda como una antorcha olímpica.<br /><br />No sólo era la era pre-móvil; también era la era pre-euro. Las pequeñas rendijas del teléfono se alimentaban de dracmas. Miré hacia el cartel que proclamaba cambio de divisas en varios idiomas; estaba cerrado.<br /><br />¿Cómo no se me había ocurrido antes? La respuesta era fácil: mi cerebro era un flan.<br /><br />Me acerqué a un cajero automático e introduje mi tarjeta de crédito de Caja Madrid. Solicité el máximo permitido, sin duda bastante más de lo que tenía en el banco, cerré los ojos y le di al “ok”. El dinero griego apareció alegremente por la ranura. Ahora seguramente debía mi alma al banco. Pero, llegados a este punto, poco importaba.<br /><br />En el bar le compré una botella de agua a la silenciosa camarera y regresé con unas exóticas monedas helenas en la mano.<br /><br />El número de Yiannis funcionaba, pero no lo cogía nadie. Lo único que rebajó mi angustia fue escuchar su voz en el contestador automático. Dejé mi mensaje grabado:<br /><br />- Yiannis, escucha: ya te lo explicaré todo; estoy en Atenas, acabo de aterrizar. Son las doce de la noche. Estoy en el aeropuerto. Voy a buscar una forma de llegar al centro y te volveré a llamar desde ahí, ya te diré dónde estoy. ¡Escucha esto, por favor!<br /><br />Pensé en llamar a Madrid, para que al menos si me moría alguien tuviera constancia de mi paradero y no llegara todo como una gran sorpresa. Frente a mí flotaban los titulares en neón: “Joven española encontrada muerta de hambre a los pies del Partenón.” Suspirando, marqué el número de mi casa; me recibió el familiar contestador con mi voz y la de mis compañeras de piso en un cantarín unísono. Resignada, volví a hablar:<br /><br />- Chicas, estoy en Atenas. Ya os lo explicaré todo. Si llaman mis padres, por favor decidles que estoy en Londres.<br /><br />Me quedaban unos cuantos dracmas sueltos. Mordiéndome los labios recordé a mi querida Shazea, que por primera vez volvió a mi memoria para llenarme de sentimientos de culpabilidad. Marqué el número. Me encontré de nuevo con un contestador.<br /><br />- Shazea, estoy en Atenas. No podré ir a tu boda. Ya te lo explicaré todo. Perdóname. Perdóname. Perdóname.<br /><br />Me pregunté si realmente había muerto y me encontraba en una especie de limbo donde sólo había dos cabinas de teléfono que únicamente conectaban con los contestadores automáticos del mundo de los vivos. Imaginé a mis amigos escuchando cacofonías extrañas e incomprensibles en sus teléfonos, aturdidos y asustados.<br /><br />Resignada, recogí mi maltrecha maleta y me dirigí a la salida.<br /><br />Había dos taxis. Toqué en la ventanilla del primero y un hombre corpulento salió a recibirme. Le sonreí con ese tipo de expresión que se esboza cuando no se sabe cómo empezar una larguísima conversación. El hombre, sin mediar palabra, me arrebató la maleta y la introdujo rápidamente en el maletero. No sabía muy bien qué decir, así que mascullé un débil “thank you”. Sonrió rudamente y me abrió la puerta de atrás.<br /><br />Una vez dentro, le dije que quería ir al centro. Entonces se dio media vuelta y por primera vez reparó en mí. Me miró con cara de fastidio. Por su expresión debía estar más que acostumbrado a llevar no-muertos en su coche.<br /><br />- Center?<br />- Yes, center.<br />- Where in center?<br />- The center of the center.<br />- The center of the center of Athens?<br />- Yes<br />- O.K.<br /><br />Eso fue todo. Durante el viaje, se limitó a mirar de reojo al retrovisor para encontrarse con mi tímida sonrisa. Atravesamos calles y carreteras durante una larguísima media hora; el paisaje no era mucho más diferente de cualquier barrio limítrofe de Madrid; de hecho, me daba la impresión de estar recorriendo Alcorcón o Parla. Respiré hondo. Me relajé. No había nada peor que entrar en pánico en una situación en la que una ya no tiene control.<br /><br />Os preguntaréis, ¿Por qué no le pedí que me llevara a un hotel? Buena pregunta. Pues es sencillo: porque tenía muy poco dinero y quería intentar contactar con Yiannis una vez más. Y porque aunque estaba totalmente exhausta no tenía aún ni pizca de sueño, a causa del atracón de éxtasis. Y porque soy una temeraria.<br /><br />Al fin y al cabo, era la una de la mañana. En unas cinco horas saldría el sol y podría empezar a tomar decisiones. Mientras tanto, ya se me ocurriría algo. Grecia era un país civilizado. ¡La cuna de la civilización clásica! Nada malo podía ocurrir en el país que vio nacer a Sócrates y a Platón.<br /><br />El taxi paró inesperadamente en medio de una plaza. El sablazo fue halagadoramente leve. Digamos que a la altura de un turista alemán. Le di las gracias y salí a la calle; el hombre sacó mi maleta y la dejó en el suelo, luego hizo un gesto con el brazo como abarcando la plaza y me dijo, muy despacito:<br /><br />- Monastiraki. Mo-nas-ti-ra-ki.<br /><br />Asentí, repitiendo el nombre por lo bajo. El taxista me miró como si quisiera preguntarme algo, pero inmediatamente después se encogió de hombros y se volvió a subir al taxi. Le observé marchar por una calle desierta.<br /><br />Miré a mi alrededor: Me encontraba en una plaza amplia y diáfana, alumbrada por la luz de las farolas. El aire de la noche era cálido y se percibía un leve olor a frutas y a romero.<br /><br />A mi derecha había una estación de puertas acristaladas, aparentemente cerrada. Unos jóvenes sentados en los escalones compartían un cigarro y reían. Frente a mí, una pequeña iglesia bizantina me miraba majestuosa sobre unas amplias escalinatas. A la derecha de ésta, las farolas alumbraban levemente unas columnas corintias. Me quedé mirándolas embobada, y poco a poco elevé la vista. En lo alto de una colina lejana, bajo un cielo radiantemente estrellado y bañadas en una suavísima luz ámbar, se alzaban las ruinas de la Acrópolis.<br /><br />Mi embeleso duró poco: apenas unos segundos después, a mis espaldas, Celia Cruz lanzó su grito de guerra:<br /><br />- ¡Asúuuuuuuuuuuca!<br /><br />Miré detrás de mí. Tras la puerta de un bar, unas luces parpadeaban alegremente al rimo de la música. Dos chicas se contoneaban a la puerta, festivamente decorada con lamparitas de papel. Sobre sus cabezas, un cartel con grandes letras rojas:</p><br /><p align="center"><br />CUBANITA HABANA CLUB<br /></p><br /><p align="justify"><br />Un mojito: Justo lo que necesitaba. </p><p align="justify"> </p><p align="justify"> </p><p align="justify"><em>Foto: Plaza de Monastiraki, Atenas.</em><br /></p></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1166649303388474892006-12-20T22:03:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.607+02:00En las nubes - IV<p align="center"><a href="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/1600/3273/747-sunset.jpg"><img style="MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/1600/3273/747-sunset.jpg" border="0" /></a></p><div align="center"><strong>4. Un número y poco más.</strong><br /><br /><div align="justify"><br />Cuando llegaron los enfermeros, mi mundo se derretía como un helado al sol. Todo lo que antes había sido un aliciente ahora era un negro foco de ansiedad. Cerré los ojos para hundirme en el mar de exclamaciones y preguntas, para no ver las caras de los curiosos que se paraban a observar el espectáculo. Una mano me sostuvo el brazo y me tomó el pulso, otra me abrió la boca y me introdujo algo frío y metálico, otra me subió un párpado y lo inundó de luz. Yo me dejaba hacer, fláccida como una muñeca de goma.<br /><br />Abrí un ojo y busqué a Enea con la mirada. Le dije, no recuerdo en qué idioma, que por favor me llevara a morirme a las Termas de Caracalla, porque Shelley se había inspirado ahí para escribir “Prometeus Unbound”. No sé por qué, a los enfermeros les hizo muchísima gracia. Me volvieron a tomar el pulso, me auscultaron, y me dijeron que viviría, pero que comiera algo.<br /><br />- Mangi, mangi cualquosa!<br /><br />Y, del mismo modo que vinieron, se fueron. Los curiosos se repartieron las últimas dosis de codazos y también se fueron.<br /><br />No sé muy bien por qué, pero aquella breve puesta en escena me curó del ataque de pánico y empecé a sentirme mejor. Aún temblando, me levanté y les acompañé en silencio hasta una cafetería donde a duras penas comí un trozo de sándwich. Renata no dijo nada durante el rato que estuvo mirándome intentar tragar. Enea parecía preocupado. Yo no tenía muchas ganas de hablar. No me llevarían a morirme a las Termas. Y tal vez, con un poco de suerte, ni siquiera me moriría. Comimos en silencio.<br /><br />El resto del tiempo pasó despacio, tal vez por la sensación de que alguien me había tapado los oídos con algodón y me habían freído el cerebro a la parrilla. Tampoco lo entendieron cuando se lo intenté explicar a base de dibujitos en una servilleta. Mi padre, gran dibujante, siempre se había entendido así cuando no podía expresarse en el mismo idioma, y yo había agotado mis recursos mentales. Mediante pequeñas viñetas, les fui contando mis sensaciones como si pudieran comprenderme. Sólo Enea alcanzó a entenderlo. Le sonreí tímidamente mientras me acompañaban a la terminal de pasajeros, y le prometí escribir. Renata me dio dos palmaditas en los hombros. Y yo sólo quería escapar cuanto antes, esparciendo polvos de amnesia a mi alrededor para que no me recordasen como “la chica del gran flipe” (¿il grandissimo flipe?) y tuvieran un poco de esperanza por mi futuro como personaje cabal y ciudadana de a pie.<br /><br />Tardé años en recuperar el contacto con mis amigos italianos. Durante mucho tiempo pensé que no podrían olvidar mi mirada ojiplática y mi palabrería inconexa, y me sentí un poco cohibida. Pero eso no lo sabíamos aún, así que les di un beso agradecido (también a Renata) y me perdí entre la cola. Cuando dejé la maleta en el detector de metales me temblaba tanto el pulso que estuve segura de que me retendrían. Me sentía un poco como el protagonista de “Midnight Express”, delatado por una gotita de sudor involuntario. Pero aguanté el tirón.<br /><br />Al fin y al cabo, me iba a Atenas. Y aunque ahora parecía casi absurdo, el viaje había comenzado y no lo iba a abandonar. No, esta vez no. Llegaría a mi destino fuera lo que fuera que me esperaba unos miles de kilómetros más al este. </div><div align="justify"><br />¿Alguna vez os habéis sentido tan infinitamente tristes que la tristeza produce un placer casi morboso? Me mecí al compás de mi melancolía mientras esperaba al segundo avión del día. Me perdí de nuevo por las calles de Londres con David Copperfield, esta vez silenciosa y tranquilamente. Daba todo un poco igual; la había liado hasta tal punto que sólo cabía seguir el plan y evitar tomar todo tipo de decisiones. Me envolví en la ataraxia y decidí que “ya se vería”.<br /><br />Pero...¿Qué se vería?<br /><br />El avión despegó al atardecer. A mitad del vuelo apoyé la frente contra la ventanilla y sólo acerté a ver la silueta ámbar de las nubes bañadas en los débiles rayos del sol que se desvanecía para dar paso a una noche incierta. Me froté los ojos, intenté razonar. Desperté.<br /><br />Yiannis.<br /><br />Hacía seis meses que no sabía nada de él. Lo único que tenía era su número de teléfono (de hacía seis meses) y poco más. Sabía que vivía en el centro de Atenas, pero... ¿Atenas tiene centro? ¿Qué forma tiene Atenas? ¿Es circular, cuadrada, oblonga? Cerraba los ojos, intentaba imaginar y sólo acertaba a ver sacerdotes ortodoxos mesándose las barbas, camareros morenos limpiándose las manos en sus delantales blancos, y muchas columnas tiradas por el suelo. Y, claro, a Anthony Quinn. Ningunas de esas imágenes incluían a Yiannis. Abrí la revista del avión y sólo conseguí dos datos, según una reseña sobre ciudades europeas: que la Plaka es el mejor sitio para comer <em>dolmades</em> y que las Cariátides de la Acrópolis son falsas.<br /><br />Estupendo.<br /><br />Mi billete de vuelta era para dos semanas después.<br /><br />Hice recuento mental: tenía presupuesto para dos semanas, pero sólo si no tenía que pagar el alojamiento. En este último caso, tendría presupuesto para dos semanas de ayuno y abstinencia en el sitio más barato que pudiera encontrar. Pero el el avión aterrizaría sobre las doce de la noche...<br /><br />El número de teléfono de Yiannis parecía ser mi única esperanza de dormir en una cama esa noche.<br /><br /><br /><br /><br /><span style="font-size:85%;"><strong>Nota</strong>: pido disculpas por la demora. Este último capítulo se ha hecho esperar... si alguien conoce una fórmula legal para deshacerse del estrés cotidiano y tener tiempo llano y vacío para escribir, ruego lo indique. Y aunque no sea legal, qué más da. Es más, si alguien tiene alguna proposición muy indecente que incluya tiempo llano y vacío para escribir, también me interesa.</span></div><p align="justify"><span style="font-size:85%;"><strong>Nota 2</strong>: Mi amigo <a href="http://www.pon-a-dormir-el-lenguaje.blogspot.com/">Mariano Cruz</a> ha comenzado una serie de entrevistas a "blogueros". Promete ser interesante, sobre todo porque la primera entrevistada es otra gran amiga y porque la próxima me temo que seré yo.</span> </p><div align="justify"></div></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1165415568806763652006-12-06T15:31:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.609+02:00En las nubes - III<p align="center"><a href="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/1600/983426/airplane.jpg"><img style="MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/320/941373/airplane.jpg" border="0" /></a></p><div align="center"><strong>3. Dickens y los ángeles de la guarda</strong><br /><br /></div><div align="justify">Por segunda vez en el día facturé mi maleta. La cola era excesivamente larga, mi sangre se había convertido en coca cola, y tenía que morderme los labios para no contarles mi vida a mis vecinos. Intenté solventarlo leyendo un libro, pero me costaba tremendamente concentrarme, y más aún tratándose de Charles Dickens. Cada descripción de las gélidas y misteriosas calles de Londres me exasperaba porque no podría pisarlas. Cada vez que el pobre huérfano Copperfield se zafaba de las garras de Mr. Murdstone, yo le alentaba a correr, correr, correr en pos de sus sueños, pero por favor, con un pasaporte en regla. Fue sólo al llegar al final de la cola cuando me di cuenta de que había estado leyendo y lanzando exclamaciones en voz alta, porque mis vecinos de atrás me agradecieron divertidos el buen rato que les había hecho pasar durante la espera.<br /><br />Eran dos chicos italianos, Luigi y Enea, estudiantes de arquitectura que regresaban de unas vacaciones. Altos, guapos y morenos. Les amé desde el primer momento en que me dirigieron la palabra, y me pegué a ellos cual lapa. Ya en la puerta de embarque, les relaté mi peripecia en una mezcla de español, inglés e italiano macarrónico (valga la redundancia) que provocó lágrimas de risa en mis nuevos amigos.<br /><br />Tengo que hacer un paréntesis aquí: yo soy muy tímida, y lo era más aún entonces. Mi nueva faceta de <em>show-woman</em> era algo tan inaudito en mí como toda aquella situación. Sin embargo, a pesar de estar totalmente ida, era consciente de mi vulnerabilidad. Del mismo modo que necesitaba un público, también necesitaba cómplices que me ayudaran a centrarme, porque temía que mi estado me hubiera convertido en el centro de atención, hasta el punto de que no me dejaran embarcar. Tuve suerte: se apiadaron de mí.<br /><br />Se sentaron conmigo frente a la puerta de salida y me contaron sus peripecias en España mientras me sostenían las manos.<br /><br />- Non preoccuparti. Siamo amichi.<br />- Claro, claro. Amichi.<br /><br />Podrían haberse aprovechado de mí hasta límites insospechados, y yo –confieso- no hubiera puesto ninguna pega; pero tuve suerte: eran cabales a pesar de ser italianos. O tal vez no tuve suerte. Nunca lo sabré. De todos modos, algo me dice que fue mejor así.<br /><br />Cada vez que necesitaba moverme, uno de ellos se levantaba conmigo y me “paseaba” por el pasillo como a un caniche. Me compraron agua. Me trajeron zumo de naranja (“la <em>vitamina C è molto importante per la tua testa in questo momento</em>”) y me obligaron a beberme dos tilas. Pero poco ganaron: mi estado no cambió demasiado. Cuando desaparecí casi media hora en el cuarto de baño pidieron a una mujer que entrara a buscarme: me encontró hablando con el dibujo Manga del espejo y acariciándome el cuello voluptuosamente.<br /><br />Una vez en el avión, mis dos guardianes se las arreglaron para cambiar sus asientos por los de los pasajeros que me habían tocado al lado. Yo no paraba de hablar con mi particular potpurrí lingüístico. Ellos no paraban de hablar, para hacerme callar. Creo que nadie que volara en ese avión olvidará nunca a los tres locos de la fila 10.<br /><br />El bajón del éxtasis suele aparecer aproximadamente a las dos horas, pero yo llegué a Roma prácticamente en el mismo estado en el que había despegado. Tras el aterrizaje, Luigi me quitó las gafas de sol; al verme los ojos, me las volvió a poner.<br /><br />Aunque volvería en años sucesivos, aquella era la primera vez que pisaba suelo italiano. Estaba entusiasmada. La novedad pareció darle un nuevo empujón a mi estado alterado, y cada dos por tres me zafaba de mis acompañantes para corretear por los pasillos como Dorothy por el camino de baldosas amarillas. A duras penas consiguieron contenerme y llevarme a recoger la tarjeta de embarque para el avión a Atenas. Creo, sinceramente, que estaban deseando verme de nuevo en el aire. Sin ellos.<br /><br />Había un retraso de cinco horas: el conductor del camión del catering estaba borracho; había abierto un boquete en la carrocería del avión y estaban reparándolo. Al parecer, no era un caso aislado (*).<br /><br />Eran aproximadamente las tres de la tarde. El avión, si salía, saldría a las nueve de la noche. Luigi tenía que coger un tren a Nápoles, pero Enea se quedaba en Roma. Decidieron que, como no podían dejarme sola, éste último me acompañaría hasta la hora de mi siguiente avión. Su hermana le esperaba a la salida del aeropuerto, así que me llevaron con ellos, cual souvenir de sus vacaciones, a la zona de llegadas.<br /><br />Ya por entonces me había acostumbrado al gesto de incredulidad de la gente hacia mi persona. Era algo nuevo, pero no me molestaba nada. Al contrario. Por eso, cuando Renata – la hermana de Enea – escuchó la historia y se giró para mirarme sorprendida, yo colaboré quitándome las gafas de sol y sonriendo de oreja a oreja. La chica tenía unos cuantos años más que su hermano y vestía como si acabara de atracar una tienda de Versace, y no, no parecía que le divirtiera en exceso mi presencia.<br /><br />Nos despedimos de Luigi – yo me colgué de su cuello y le prometí escribir – y me sentaron mientras los dos hermanos debatían en un italiano meteórico un buen rato. Evidentemente intentaban decidir qué hacer conmigo durante las próximas cinco horas.<br /><br />El “subidón” ya había empezado a remitir lentamente, pero ahora me encontraba en un estado de enajenación caprichosa e infantil. Me levanté como impulsada por un resorte y exclamé:<br /><br />- Andiamo alla fontana di Trevi!<br /><br />Renata me miró espantada, e hizo un gesto de esos que se ven mucho en las películas de gángsters: con la palma de la mano abierta, agitó enérgicamente y de arriba abajo la mitad del brazo, desde la mano hasta el codo. Enea me hizo sentar. Obedecí, intimidada.<br /><br />Y de pronto, empecé a sentirme mal.<br /><br />Me invadió un terrible sudor frío, y no sólo me costaba respirar: tampoco podía moverme. Era como si me hubieran llenado el cerebro de algodones, y me hubieran abandonado en medio de Siberia. Entre los dos me sacaron a la salida del aeropuerto para que me diera el aire.<br /><br />No recuerdo bien cuánto tiempo estuve así; me sentaron en un banco, y me dieron pequeños sorbos de agua mientras secaban con pañuelos el sudor que me cubría la frente. El mundo se venía abajo de forma catastrófica, y yo con él. Estaba segura, completamente segura, de que iba a morir. Esta vez sí. Y en Roma. </div><div align="justify"><br />También estaba completamente segura de que me abandonarían, me dejarían ahí, con un esparadrapo en la boca y un cartel colgando del cuello: SPAGNOLA. NON TOCARE.</div><div align="justify"> </div><div align="justify"> </div><div align="justify"> </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"><span style="font-size:85%;">(*) Hecho verídico, al igual que la mayoría de estos hechos. Se ruega no juzgar demasiado duramente a la autora, fue hace mucho mucho tiempo...</span></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com19tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1164846692074066642006-11-30T01:29:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.610+02:00En las nubes - II<div align="center"><a href="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/1600/693589/neon.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/320/218573/neon.jpg" border="0" /></a><strong>2. El baile de los neones</strong></div><br /><div align="justify">Admito que el pánico había anulado mi sensatez: nunca había ingerido tal cantidad de química ilegal de una sentada. La idea de la muerte empezó a rondarme mientras esperaba a la vuelta del policía. Me imaginaba los titulares: “joven muerta en Barajas por una sobredosis de drogas de diseño. Entre sus pertenencias se encontró un poema que plagiaba flagrantemente a W. H. Auden.”<br /><br />Me quedaban aproximadamente 45 minutos de vida, o de cordura.<br /><br />Mi carcelero apareció diez minutos más tarde, acompañado de una robusta mujer policía de rostro rotundo y circunspecto. Me dejó a solas con ella y volvió a desaparecer, dando otro portazo. La mujer me miró y se cruzó de brazos, entornando los labios en una mueca ladeada.<br /><br />- Qué, ¿ya está más tranquila?<br />- ¿Tranquila? Estoy retenida y a punto de perder un avión.<br />- Creo que ya le han explicado que esta comisaría no puede hacerse cargo de sus documentos caducados.<br />- Es decir, que no me va a ayudar.<br />- Abra la maleta. Y el bolso.<br />- ¿De verdad no me va a ayudar?<br /><br />La mujer agarró mi maleta, la abrió con un certero y rápido RASSS, como si estuviera destripando a una trucha, y lo sacó todo para volver a meterlo en un prodigio de desorden. Lo mismo ocurrió con el bolso.<br /><br />Lo mejor era salir de ahí lo antes posible, para que no fueran testigos de lo que pudiera pasar después. Abandoné la resistencia y me dejé hacer. Mi carcelera revisó todas mis pertenencias, incluyendo mis malogrados y caducos documentos, y me sermoneó severamente por mentir acerca del robo de mi DNI. También me cacheó, aunque afortunadamente no consideró necesario inspeccionar mis partes más ocultas. Al término del ritual me devolvió mis cosas y me espetó:<br /><br />- Por favor, márchese antes de que decida sancionarla.<br /><br />No dudé ni un momento en obedecer.<br /><br />Volví a los pasillos del aeropuerto justo cuando mi avión despegaba, y fui directa en busca de un baño. Me lavé la cara y las manos durante un buen rato mientras pensaba e intentaba poner en orden mis ideas. Podría llamar a Shazea y decirle que intentaría ir unos días después, ya con un documento válido, o rendirme y volver a casa, o...<br /><br />De pronto, las luces del baño empezaron a bailar. Un cálido latigazo de ansiedad me recorrió desde los pies hasta la cabeza y la voz de megafonía parecía vibrar con nuevos registros. Miré a mi alrededor con los ojos entornados: estaba rodeada de nebulosas vivas de luz que se sobreponían como neones gigantescos. El cuarto de baño se había convertido en la Aurora Boreal. Era realmente hermoso, aunque cegador. Me miré en el espejo. Me había convertido en un dibujo Manga: dos esferas brillantes, enormes y negras acaparaban la parte superior de mi cara y, aunque no tenía control sobre mis gestos, sonreía radiantemente cual Heidi camino a las montañas.<br /><br />Una mujer entró y empezó a pintarse los labios de rojo pasión. Me miró y sonrió. Quise ser su hermana, su confidente y su guía espiritual. Algo en mi expresión le debió de transmitir lo mismo porque me ofreció la barra de labios.<br /><br />- Veo que te gusta. ¿Quieres?<br />- Sí, ¡gracias! De verdad que te agradezco tu amabilidad. Parece mentira con qué facilidad me has leído el pensamiento. Creo que tienes una percepción especial. En serio. Dentro de ti hay un ser luminoso.<br /><br />Hice ademán de pintarme la sonrisa con esmero pero me temblaba la mano. Alcancé a marcar dos o tres puntitos y luego esparcir el carmín por el resto de los labios restregándolos con fruición. Sabía que estaba dando el espectáculo, pero importaba mucho menos que antes. Le pregunté dónde iba, a qué iba, y si le hacía feliz la idea de aquel viaje. La mujer se excusó rápidamente, me arrebató el carmín y se marchó.<br /></div><div align="justify">La imaginé acudiendo espantada a aquella comisaría del Infierno, a delatarme. Pero yo tenía una misión. No sabía muy bien cuál, sólo que la primera fase era encontrar algo que beber. Busqué las gafas de sol y, debidamente camuflada, salí corriendo a cumplirla.<br /><br />La sala del aeropuerto pasó a mi lado como un tren en movimiento, dejando estelas de luz y color difusos. Corrí hacia la primera máquina de refrescos, pasándome la lengua por los labios rojos como si estuviera en el desierto. Saqué una botella de agua de litro y medio, y me bebí la mitad de un par de tragos.<br /><br />Todavía por aquel entonces dejaban fumar en Barajas. Me senté en otro banco y encadené un cigarrillo con otro, mientras respiraba. A veces, de pronto uno es totalmente consciente de que respira, y nunca lo fui tanto como en ese momento: mi caja torácica se abría y cerraba, se abría y cerraba, en rítmicas de cadencia cada vez más profunda. Me costaba pensar. Una vocecita que provenía de algún lugar de mi cabeza aún cuerdo me repetía que saliera de ahí cuanto antes. Cuanto antes. A ser posible, a algún lugar oscuro con música de fondo. Pero no era capaz de guiarme. No era capaz. Me levanté de nuevo, y mientras intentaba formarme un esquema medianamente lógico de la realidad en la cabeza paseé por los pasillos abarrotados del aeropuerto, arrastrando la maleta, hasta llegar a las ventanillas de las líneas aéreas. </div><div align="justify"></div><div align="justify">Ahí me paré, escudriñando tras las gafas y mordiéndome los labios como un niño a la puerta de una pastelería.<br /><br />Tenía un mes de vacaciones, algo de dinero, y muy pocas ganas de enfrentarme a más policías. De todas las cosas que se me ocurrían en el mundo, lo último que quería hacer era ver la cara de un poli. Y menos aún hacer el tortuoso viaje de vuelta a casa, sobre todo porque era de día y el sol brillaba amenazante. Pensé en llamar a alguien, pero no quería dar explicaciones. Una llamada de socorro desde Barajas, y especialmente desde el mundo de Nunca Jamás, hubiera espantado a cualquiera. La mera idea me hacía reír.<br /><br />- ¡Me voy de aquí!<br /><br />La gente a mi alrededor sonrió. “Ahí va otra turista entusiasta”, debieron pensar. Les sonreí abiertamente. Respiré. Bebí.<br /><br />Tenía que haber algún sitio donde ir. El mundo era muy grande. Y la mejor salida de aquel aeropuerto tan cruelmente luminoso, aun con gafas de sol, era hacia arriba.<br /><br />Me acerqué a la ventanilla de KLM. Siempre me había gustado la letra K.<br /><br />Empecé a pedir precios como si fuera la frutería.<br /><br />Había una oferta muy tentadora a Estambul, y otra a Ámsterdam. También ofrecían viajes baratos a Viena, a Praga y a Moscú.<br /><br />Ah, pero Moscú no está en la Comunidad Europea...todavía recordaba las palabras de aquel policía.<br /><br />- ¿Y no hay nada realmente económico para salir hoy mismo? ¿A Europa?<br /><br />La perpleja azafata miró el catálogo.<br /><br />- Atenas, veinticinco mil pesetas.<br />- ¿Grecia es de la Comunidad Europea?<br />- Sí, señorita.<br />- ¿Seguro?<br />- Seguro.<br /><br />Entonces recordé a Yiannis, el chipriota que había sido mi mejor amigo en la facultad y que se había recluido en Atenas para vivir su homosexualidad libremente. ¡El dulce Yiannis! De pronto necesitaba verlo. De pronto, la Acrópolis se extendía frente a mi en todo su esplendor. Me imaginé durmiendo a la sombra de los viñedos y escuché a Zorba cantar en la lejanía al ritmo de un sirtaki. Era mi destino. Todo encajaba, todo tenía una explicación factible. Yiannis me esperaba. </div><div align="justify"><br />Compré un billete a Atenas con escala en Roma. Sólo tendría que esperar dos horas. </div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1164491103865049792006-11-25T22:38:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.612+02:00En las nubes - I<a href="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/1600/626423/pasaporte.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/x/blogger/6900/1377/320/779007/pasaporte.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><strong>1. Un despiste</strong></div><br /><div align="justify">Mil novecientos noventa y tres fue el año en que mi íntima amiga Shazea se marchó a vivir a Londres con aquel inglés rubio, sonriente y sonrosado que se había adosado. Habíamos sido inseparables desde primero de facultad, y sin ella me sentía huérfana. Atrás quedaron nuestras largas noches en las barras más sórdidas de Malasaña, consumiendo tequilas e incitando a los camareros; nuestras tardes literarias en el suelo de su piso en la Calle del Tesoro, con velas, marihuana y la compañía de Nina Simone, The Cult o Violent Femmes; los desayunos de bocatacalamares y cañas en el Rastro antes de irnos a la cama; las interminables discusiones que siempre acababan bien y a menudo en las mismas barras sórdidas y con los mismos camareros. Atrás quedaban años de confidencias, locuras compartidas y empatía.<br /><br />Me dolió mucho su emigración, pero en el fondo me alegré por ella, porque sabía que era feliz aunque fuera sin mí.<br /><br />Por eso, cuando un año después me llegó la invitación a su boda, empecé a organizarme desde un mes antes: acomodé mis vacaciones de verano, pedí un préstamo, me compré un vestido extravagante de los años cincuenta, me corté el pelo, me puse a dieta, y saqué un billete de avión muy barato a Londres. Iría una semana antes, para celebrar su despedida de soltera las dos solas con el escándalo entusiasta que nos caracterizaba.<br /><br />Preparé dos regalos: para los novios, un poema que leería en la ceremonia; para nuestra fiesta particular, cuatro pastillas de éxtasis en una pastillera de plata y arabescos que había pertenecido a mi abuela.<br /><br />Barajas bullía con viajeros y las colas eran interminables. Pero yo había cumplido todas las leyes de la previsión y llegué tres horas antes del vuelo. Desayuné parsimoniosamente y luego me puse a esperar para facturar la maleta.<br /><br />Cuando llegué al final de la cola de British Airways ya sólo quedaban dos horas. No había por qué preocuparse: seguía sobrando tiempo. Entregué mi DNI y mi billete.<br /><br />La azafata me devolvió el DNI y me dijo que necesitaría enseñarle el pasaporte.<br /><br />- ¿Por qué? – pregunté.<br />- Porque su DNI caducó ayer, señorita.<br /><br />Recuerdo que entonces sentí esa leve sensación de calor en la parte inferior del estómago, la misma que precede a un mal presagio, a una mala noticia o a un orgasmo. Tragué y asentí. No pasaba nada: tenía mi pasaporte.<br /><br />Después de un leve rebuscar nervioso en el bolso, saqué el preciado documento y se lo entregué a la azafata con una sonrisa. Tras una breve ojeada, me lo devolvió:<br /><br />- Su pasaporte caducó hace dos semanas.<br />- ¿Cómo?<br />- Como le digo. Le ruego que retire su maleta de la báscula para que pueda atender al siguiente pasajero.<br />- Pero...<br />- No puedo hacer nada. Si necesita un documento de emergencia, vaya a la oficina de policía, al final de aquel pasillo.<br />- Pero...<br />- Retire su maleta, por favor. Gracias.<br /><br />Era un veinticinco de julio. Santiago apóstol. Al menos la mitad de la plantilla del aeropuerto y del país estaba de vacaciones. En la oficina de la policía había un solo empleado, que evidentemente había tenido un mal día. Cuando llegué, estaba discutiendo con un turista americano al que le habían robado la cámara de fotos, intentándole convencer con un inglés alfredolandesco de que no podía hacer nada, ni siquiera cursar una denuncia.<br /><br />- Nozing, nozing, sorry. Go to polís in sity.<br /><br />El pobre turista intentaba razonar: la cámara se la habían robado en el aeropuerto, y el centro estaba a 40 Km. Pero el policía se mantenía en sus trece:<br /><br />- Polís in sity.<br /><br />El turista, que ya se había percatado de que no se estaba haciendo entender, aprovechó para espetar al policía con todo tipo de lindezas que en su país hubieran acabado con sus huesos en Guantánamo.<br /><br />En un torpe intento de agilizar las cosas para solucionar lo mío, entré en la conversación y traduje al policía irritado una versión libre de insultos de lo que el turista estaba intentando explicarle.<br /><br />- ¿Qué pasa, que me ves cara de tonto?<br /><br />Me callé, y puse mi mejor cara de sumisión. Le dije al turista que mejor se olvidara de su cámara, que al fin y al cabo estaba en España. El hombre me miró de arriba abajo, esputó varias palabras empezando por F, y se marchó indignado.<br /><br />Entonces ensayé una sonrisa, y me acerqué tímidamente a la ventanilla para exponer mi caso, aun sospechando por la cara de infinito hastío del policía que no iba a ser mucho más fácil de solucionar que el de mi predecesor. Pero ideé una estrategia de última hora.<br /><br />- Necesito un pasaporte de emergencia, el mío ha caducado y no me había dado cuenta.<br />- DNI.<br />- Pues... resulta que me han robado la cartera justo ahora, y con ella el DNI. Así que también tendré que poner una denuncia.<br />- Está claro que me ves cara de tonto. Aquí sólo estoy yo. No puedo hacer nada. Vete a la comisaría de Sol.<br />- Pero es que mi avión sale dentro de una hora.<br />- ¿Y qué?<br />- Por favor, haga algo. Voy a la boda de mi mejor amiga.<br />- ¿Dónde?<br />- En Londres.<br />- No puedes ir a Londres con un pasaporte caducado. Eso sí, puedes ir a cualquier otro país de la Unión Europea. Pero al Reino Unido no.<br />- Entonces, ¿me puede ayudar?<br />- No.<br />- Pero es que no me da tiempo a ir a comisaría...<br />- ¿Te lo explico otra vez? No puedo atenderte.<br /><br />Detrás de mí se iba formando una pequeña cola: víctimas de carteristas, dueños de maletas robadas, etc.<br /><br />Decidí que esa noche dormiría en Inglaterra como fuera. La diplomacia fue abandonándome para dar paso a la rebeldía.<br /><br />- Esto es una comisaría. Creo que tengo derecho a exigir este trámite.<br />- Vamos a ver, ¿te vas a poner gallita como el yanqui?<br />- No me pienso ir sin que me tramite una denuncia y me emita un pasaporte de emergencia.<br />- Muy bien. Pasa por aquí.<br /><br />El hombre salió de la oficina, me agarró por la muñeca con más fuerza de la necesaria, y me arrastró a una sala vacía, donde tan sólo había un par de sillas y una mesa. Una vez ahí, me dio un empujón en los hombros y caí sobre una de las sillas.<br /><br />- Te esperas aquí hasta que yo venga, y hablamos. Y espero no tener que llamar a algún compañero.</div><div align="justify"><br />Salió dando un portazo, y me dejó ahí sola.<br /><br />La sensación de calor se había multiplicado y ya recorría todas mis entrañas. La idea de perderme aquel viaje por culpa de mi imperdonable doble despiste me sobrecogía. Empecé a llorar.<br /><br />Y entonces fue cuando sopesé la situación: estaba encerrada en una sala de la comisaría del aeropuerto. Mis documentos no estaban en regla. Había mentido acerca de un robo, cosa que podrían comprobar fácilmente con sólo vaciarme el bolso. </div><div align="justify"> </div><div align="justify">De pronto, recordé algo.<br /><br />La pastillera de la abuela.<br /><br />Sorbiendo a toda prisa por la nariz, miré en el fondo del bolso: ahí estaban. Las había envuelto en plástico y a su vez las había enterrado en una bola de algodón impregnada de colonia, para evitar cualquier tipo de detección. Pero ahora estaba retenida por un sádico, y aunque sólo eran cuatro <em>pirulas</em> no quería arriesgarme a tener problemas de verdad.<br /><br />Miré a mi alrededor: seguramente habría cámaras. Empecé a lloriquear, esta vez fingiendo puesto que la sensación de terror me había secado las lágrimas de golpe. Metí las manos en el bolso y, como si buscara algo, desenvolví el éxtasis. Saqué la mano de nuevo con un paquete de <em>Kleenex</em>, y mientras me sonaba la nariz me fui tragando las pastillas, una a una. </div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1163893009862692832006-11-19T00:35:00.000+01:002007-04-09T14:55:30.120+02:00El dios de barro<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/1600/broken_cross.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/320/broken_cross.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center">Perdí la fe en ese dios de barro.<br />Barrí la estela de sus milagros<br />Y de su estampa.<br />Guardé el rosario, cerré la urna,<br />Quemé el altar.<br />Olvidé los rezos y plegarias,<br />Rasgué los restos de devoción.<br />Me arranqué el pequeño escapulario,<br />Lo hice un nudo<br />Y lo tiré al mar.<br />Ahogué las ascuas de la pasión<br />En el recuerdo.<br />Y así, pagana,<br />Laica e infiel,<br />Lancé esa cruz sobre la cuneta<br />Y me puse a andar.<br />Allá el infierno, allá los cielos.<br />Allá ese limbo donde descansan<br />Los niños que nunca nacerán.<br />Allá el demonio con sus desvanes.<br />Que venga hasta aquí y que se me lleve<br />Porque mi fe ya no volverá.<br />Que venga Dios y me ponga un reto,<br />Porque si peco, peco sin culpa<br />Y mi inocencia es aún más pecado<br />Porque la niego. ¿Qué más me da?<br />Si ya no hay más barro en este patio,<br />Si ya mi sangre<br />No es de su sangre<br />Si ya mi carne no es de su carne.<br />Si ya no hay pan con qué comulgar.<br /><br /></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com16tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1163681447634542382006-11-16T13:42:00.000+01:002007-04-09T14:56:08.613+02:00Pirata<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/1600/treasuremap.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/320/treasuremap.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center">He dado un paseo por el terreno que configura tu geografía.</div><div align="center">El campo es liso, la tierra es llana. </div><div align="center"><br />Apenas baches.</div><div align="center"><br />Es casi imperceptible el viento, </div><div align="center"><br />Pero sí hay lluvia. </div><div align="center"> </div><div align="center">A menudo, tuve que guarecerme en un rincón</div><div align="center">- el párpado izquierdo hizo de marquesina-</div><div align="center">Para evitar el aguacero. Y no es que no me guste mojarme,</div><div align="center">No…</div><div align="center">Es que luego vengo a la oficina</div><div align="center">Completamente empapada</div><div align="center">Y me preguntan, “¿Está lloviendo?”</div><div align="center">Y nunca sé qué contestar.</div><div align="center">Me compraré un paraguas. </div><div align="center"><br />Mientras tanto, he descubierto un huequecillo</div><div align="center">Muy resbaladizo en el iris derecho,</div><div align="center">Donde, los días de sol, se abren los claros</div><div align="center">Y se me entumecen los ojos de luz </div><div align="center"> </div><div align="center">verdiazulamarilla</div><div align="center"> </div><div align="center">Que parece taladrar el espacio</div><div align="center">Desde las más recónditas estrellas de Orión.</div><div align="center">Me compraré un pararrayos. </div><div align="center"><br />Me compraré una brújula.</div><div align="center"><br />Y no, no te preocupes.</div><div align="center">Cuando tenga el mapa dibujado</div><div align="center">Lo meteré en una botella y te lo enviaré</div><div align="center"><br />Con las coordenadas,</div><div align="center">Y así te pongas el parche</div><div align="center"><br />El loro en el hombro</div><div align="center"><br />Y sepas cuántos pasos dar exactamente</div><div align="center"><br />En pos de tu botín</div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1162505974749384292006-11-02T23:09:00.000+01:002007-04-09T14:56:51.677+02:00Al oeste de todo - X y último<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/1600/lilitaly.0.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/400/lilitaly.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><strong>10. Like a motherless child<br /></strong></div><br /><div align="center"><br /><embed name="player" pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer" src="http://filelodge.bolt.com/player/mp3.swf" width="200" height="100" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" flashvars="&config=http://filelodge.bolt.com/player/config-200x100-nostart.xml&file=http://www.filelodge.com/files/room45/1294577/Melek%20Habassa%20and%20the%20New%20Melody%20Sometimes%20I%20feel%20like%20a%20motherless%20child.mp3"><br /></div><br /><div align="justify">Cogí el metro hasta Harlem y me adentré entre las calles diáfanas, el olor a pollo frito y los niños jugando a la pelota contra los graffitis. Un precoz sol de mañana celebraba el ambiente dominical reflejándose en los vestidos y sombreros blancos de las ancianas endomingadas rumbo a la iglesia con su prole de hijas e hijos, cuñadas, cuñados y nietos, todos igualmente engalanados y ruidosos. Seguí a un grupo hasta la puerta de la Abyssinian Baptist Church, alisé como pude las arrugas de mi abrigo y entré, colocándome discretamente en un banco al fondo de la iglesia.<br /><br />El pastor, alto y revestido de blanco inmaculado, pilotó el viaje a la exaltación mística. La gente asentía, respondía, se entusiasmaba cada vez más, como si no hubiera verdad más grande que sus palabras ni mal más despreciable que lo que se encontraba fuera de su discurso. Y, sin embargo, había un tono de enternecedora bondad en cada gesto. Cuando rompió a cantar el coro, cerré los ojos.</div><br /><br /><div align="center"><em>Sometimes I feel like a motherless child<br />Sometimes I feel like a motherless child<br />Sometimes I feel like a motherless child<br />A long way from home (*)</em></div><br /><div align="justify"><br />Hambre. La impermeabilidad, cuando va abandonando la piel, produce mucho hambre. Comí arroz creole en un restaurante abarrotado de gente, repetí dos veces el café, y me senté en un banco de Sugar Hill a mirar cómo el cielo se volvía cada vez más gris. </div><div align="justify"><br />Y, aunque el viento aullaba al atardecer cuando volvía a Brooklyn a través de interminables venas subterráneas, aunque se podía sentir su látigo sobre las ventanas del vagón al cruzar el puente sobre el Hudson, y el skyline brillaba con una pálida luz grisácea bajo el cielo cargado de electricidad, las voces estaban calladas dentro del túnel y el polvo se iba levantando sobre las ruinas. Y pensar, volver a pensar, como si pensar fuera un juego nuevo, como si fuera un reto, como si el que una vez te quiso nunca te hubiera tenido para perderte ni el que te vio nacer hubiera vivido para morir. Como si la vida realmente no fuera más que subirse al tiovivo de un parque en plena verbena, y los cataclismos del destino la risotada de los cabezudos. </div><div align="justify"><br />Sarah me recibió con mil preguntas, pero no fui capaz de contestar a casi ninguna. Sólo quería descansar. Alan, que aún estaba ahi, nos invitó a una tertulia literaria en la fundación donde trabajaba James. </div><div align="justify"><br />- Nos llamó y dijo que te habías ido sin despedirte. ¿Tan mal fue?<br />- Fue maravilloso.<br />- ¿No vas a venir?<br />- No. Estoy cansada y hay tormenta. </div><div align="justify"><br />Cuando se marcharon me quedé dormida como un bebé en el sofá del salón. No soñé nada.<br /><br />Amanecí la mañana siguiente tapada con una manta, Sarah zarandeándome suavemente el hombro. </div><div align="justify"><br />- Me voy a trabajar. No podré acompañarte al aeropuerto.<br />- No te preocupes. Nos veremos pronto, quién sabe dónde. </div><div align="justify"><br />Nos abrazamos. Nos prometimos escribir. Prometí escribirles a todos, mandarles las fotos, tenerles al tanto de mi vida. </div><div align="justify"><br />En el aerobús rumbo a JFK, apoyé la cabeza contra el cristal de la ventana y pensé en qué película pondrían en el avión.</div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"><br /><span style="font-size:85%;">(*) A veces me siento como un niño sin madre<br />A veces me siento como un niño sin madre<br />A veces me siento como un niño sin madre<br />Muy lejos de casa<br /></div></span><em></em><br /><br /><div align="justify"><em>Foto: Niños y cerdos en un camión, Harlem, NY</em></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com18tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1161998312372690292006-10-28T03:06:00.000+02:002007-04-09T14:56:51.678+02:00Al oeste de todo - IX<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/1600/grafitti.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/400/grafitti.jpg" border="0" /></a> <div align="center"><b><br />9. Rojo</b></div><div align="justify"><br />Dormíamos, en medio de sábanas arrugadas y llenas de manchas resecas, sobres de condones vacíos y un olor astringente retenido entre las ventantas cerradas de la habitación.<br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">Soñé en colores vivos.<br /><br />Soñé que el túnel se ensanchaba, las paredes se suavizaban, Marvin me sonreía al borde de un recoveco iluminándose la cara con una linterna, y Sarah cantaba una dulce balada sentada en el suelo mientras se apretaba más y más los botones de su minúsculo abrigo gris. Y a ambos lados, pequeños ventanales iluminados por la luz rojiza de un paisaje post-apocalíptico: esqueletos de edificios, carbonizados, tímidas lenguas de fuego entre las cenizas, dunas de polvo, y el cielo ennegrecido en un cataclismo mortecino y estéril.<br /><br />James apoyado en la pared del túnel a mi lado, compartiendo un Chesterfield con Marvin.<br /><br />En la otra pared, agazapado entre las sombras, aquel que me abandonó de pie, en silencio, la vista puesta en un punto infinito.<br /><br />Y, más allá, donde se ensanchaban las paredes, mi difunto padre mirando a través de una de las ventanas por un telescopio.<br /><br />- Mira, Marte cada vez está más cerca. Acércate.<br /><br />Corrí hacia él, miré por el telescopio y vi millones de estrellas cruzar el espacio en una carrera vertiginosa.<br /><br />- Papá, ¿qué está pasando?<br /><br />- Nos abalanzamos sobre el universo a la velocidad de la luz. La tierra se ha salido de su órbita. ¿Es que no lo sabías?<br /><br />- No<br /><br />- No te preocupes, tú agárrate fuerte.<br /><br />Desperté con lágrimas en los ojos.<br /><br />La espalda café con leche de James se mecía a mi lado al vaivén de su respiración, ajena a todo.<br /><br />Me duché, me vestí, arranqué una hoja de mi diario, y le dejé una nota en la mesilla:<br /><br />“Gracias por el viaje.”<br /><br /><em>Foto: Grafitti urbano, el Bronx, NY.</em></div>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-15020506.post-1161642619009711722006-10-24T00:26:00.000+02:002007-04-09T14:56:51.678+02:00Al oeste de todo - VIII<p align="center"><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/1600/kgb.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/6900/1377/320/kgb.jpg" border="0" /></a><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><embed name="player" pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer" src="http://filelodge.bolt.com/player/mp3.swf" width="200" height="100" type="application/x-shockwave-flash" flashvars="&config=http://filelodge.bolt.com/player/config-200x100-nostart.xml&file=http://www.filelodge.com/files/room45/1294577/Kenny%20Rogers%20The%20Gambler.mp3" allowscriptaccess="always"><br /><br /><br /><br /><b>8. James</b><br /><p align="justify"><br />Llegamos al KGB Bar en taxi. De vuelta al Village y a los aledaños del Bowery. Ni una palabra sobre la esquina donde yacía el recuerdo de Marvin.<br /><br />Seguí a Sarah por unas escaleras en semioscuridad. Arriba, sentado sobre un taburete, un negro enorme me escudriñó unos segundos.<br /><br />- Hola, Tommy. Esta es una amiga.<br />- Pasad.<br /><br />El bar tenía las paredes pintadas de rojo y unos cuantos pósters retro con imágenes de Marx y Lenin, y acérrimos partisanos cargando sus hoces con el sol en la cara.<br /><br />- ¿Esto es legal? – pregunté con una sonrisa ladeada.<br />- Qué dices, es lo más. Es casi exótico. Y a veces hasta dejan fumar.<br /><br />Al fondo del bar varias manos se alzaron en saludo. Seguí a Sarah hacia la mesa.<br /><br />- Aquí tenéis a mi inquilina favorita. Estos son James, Wilkie, Alan, Leslie y Melanie.<br /><br />En cuestión de minutos tenía delante un gin-tonic y ya me habían explicado lo que había que saber sobre cada uno: James, nacido en el Bronx y de ascendencia portorriqueña, trabajaba en una fundación literaria; Wilkie era inglés de padres coreanos, y estudiaba en el Actor’s Studio con una beca; Alan, canadiense, compartía piso con Wilkie y estudiaba Bellas Artes. Leslie y Melanie escribían en un periódico y eran lesbianas irlandesas. De alguna manera extraña, yo encajaba en esa amalgama.<br /><br />Desde el primer momento, incluso desde antes de esa informativa introducción, ya sabía que James me había elegido como presa. Se sentó a mi lado y me mantuvo provista de gin-tonics mientras repasábamos la política internacional. Nunca me había imaginado que nadie pudiera hablar del 11-M en Madrid y flirtear a la vez, pero el detalle me resultó de una canallez encantadora. Le ataqué con unos cuantos clichés.<br /><br />- El problema es que aquí vivís el imperio del miedo. Y eso os lleva a la perdición.<br />- Ajá. Michael Moore también traspasa fronteras. Y dime, ¿Tú crees que hay motivos?<br />- Dímelo tú.<br />- Yo no te tengo miedo a ti.<br />- No hablaba de mi.<br />- ¿Existe otro tema mejor?<br /><br />De cuando en cuando los fumadores bajábamos a la calle a fomentar nuestro vicio. James y Alan solían acompañarme en cada ocasión, y este último – más preocupado por beneficiarse a Sarah que por otra cosa – observaba divertido y silencioso nuestra diatriba.<br /><br />- Es absurdo Sólo se puede fumar fuera y beber dentro – me quejé.<br />- En mi casa se pueden hacer ambas cosas.<br />- Y seguro que está aquí, a la vuelta de la esquina.<br />- Has adivinado. ¿Tienes tu cepillo de dientes?<br />- Está en casa de Sarah.<br />- Entonces que vaya Alan a buscarlo y ya te lo traerá por la mañana.<br /><br />Más risas. Yo consumía gin-tonics y Marlboro Lights uno tras otro, me dejaba llevar y me impermeabilizaba. Fluye, fluye, deja que se lave todo en un mar de testosterona. James era todo testosterona y humor afilado en un apetecible empaquetado multirracial. Yo le miraba, y él fingía azorarse. Se atusaba su jersey gris de Yale y empuñaba la lanza de su lengua viperina lo justo para no ser demasiado insolente.<br /><br />A las dos de la mañana, en un bar <em>country</em> dos bloques más abajo, Sarah me dio un codazo. Los ojos le brillaban por la mezcla de ron con medicinas.<br /><br />- No te cortes. Si quieres nos vemos por la mañana.<br />- No seas tonta.<br /><br />Miró en dirección a Alan, y se acercó a mi oído.<br /><br />- Espera a que me haya ido, porque igual me voy con éste. Tú hazte la loca, como que no te enteras.<br />- Soy experta en no enterarme.<br />- Pues practica.<br />- Estás borracha.<br />- Dejemos el tema.<br /><br />Así que practiqué. La impermeabilidad. El túnel. Expiemos nuestros pecados en la clandestinidad de la noche. Sarah empezó a fingir mareos. Alan se ofreció a llevarla hasta Brooklyn.<br /><br />- Tú quédate – me dijo – no vayas a estropear tu primera noche de juerga en Nueva York por una mocosa, ya la cuido yo.<br />- Sois libres. Somos todos libres.<br />- Los americanos tienen demasiada libertad, recuérdalo.<br />- Y los canadienses siempre estaréis a la merced de su albedrío.<br />- Estás borracha. Me voy.<br /><br />Las lesbianas irlandesas y el actor coreano-inglés estuvieron de acuerdo en que sería lo mejor.<br /><br />James se atusó el jersey de Yale.<br /><br />Decidí observar su técnica pasivamente.<br /><br />Ligereza, impermeabilidad. A las tres de la mañana yo ya me limitaba a mecer la cabeza al ritmo de Kenny Rogers.<br /><br /><em>You got to know when to hold ’em, know when to fold ’em,<br />Know when to walk away and know when to run.<br />You never count your money when you’re sittin’ at the table.<br />There’ll be time enough for countin’ when the dealin’s done.</em> (1)<br /><br />Sin mediar más palabras James se levantó, me miró fijamente y anunció que se iba a casa. Me besó en la mejilla y me dejó ahí, con los otros tres.<br /><br />Les miré. Wilkie jugueteaba con la pajita de su bebida; Leslie y Melanie se besaban.<br /><br />Miré hacia la puerta.<br /><br /><em>Now ev’ry gambler knows that the secret to survivin’<br />Is knowin’ what to throw away and knowing what to keep.<br />’cause ev’ry hand’s a winner and ev’ry hand’s a loser,<br />And the best that you can hope for is to die in your sleep.</em> (2)<br /><br />Me levanté y salí corriendo hacia la puerta.<br /><br />James estaba ahí, apoyado contra la pared, encendiendo un Chesterfield con una caja de cerillas roja del KGB.<br /><br />- ¿Tienes fuego? – le pregunté.<br /><br />Tiró el cigarrillo a la acera, y en el mismo ademán me agarró por la cintura con el brazo derecho y con el izquierdo por la nuca. Nos fundimos con la pared en el morreo más desenfrenado y desvergonzado que recuerdo haber protagonizado nunca.<br /><br />Acompañé el viaje descarado de sus manos por debajo de mi abrigo con las mías, sintiendo cada bulto y cada fibra tensada hasta que sólo restaba desnudarse. Cogiendo aliento, corrimos de la mano a su casa tres manzanas más abajo.<br /><br />Cuando apareció el sol, horas más tarde, caímos rendidos.<br /></p><br /><p>N. de T.:</p><p><em><span style="font-size:85%;">[1] Deberás saber cuándo quedártelas, cuándo guardártelas<br />cuándo marcharte y cuándo correr.<br />Nunca cuentes tu dinero mientras estés sentado a la mesa.<br />Ya llegará el momento cuando se haga el reparto.<br /><br /><br />[1] Todo jugador sabe que el secreto para sobrevivir<br />es saber qué tirar y con qué quedarse.<br />Porque toda mano es ganadora y toda mano es perdedora,Y lo mejor que puedes desear es morir mientras duermes.</span></em></p><p><em>Foto: KGB Bar, NY.</em></p>anilibishttp://www.blogger.com/profile/01405125051573380557noreply@blogger.com6