Tengo un piso nuevo.
Tiene tres balcones con vistas a la tienda de hip-hop, a la esquina donde hacen negocio los travelos exiliados de La Castellana, al adonis color chocolate espeso del balcón de enfrente, al yonqui oficial de Malasaña Sur, a la esquina con la Cervecería La Ardosa, a los suculentos contenedores que de cuando en cuando vomitan extremidades rígidas en bolsas de basura, a las colegialas que hacen pellas y se pasean de los brazos con la minifalda escolar mirando de reojo como fugitivos, a los camellos que bajan a por el pan, a las marujas que se compran la papelina, a los estudiantes de la escuela de Artes y Oficios con el pelo enrastado y las zapatillas de mucho diseño, a "El Hombre Tranquilo", a la peluquería más in de la periferia chuecana, a la clínica veterinaria donde pronto inyectarán a mi gatita Elektra con líquidos antiparasíticos, al sex shop de saldo, a mi ancho ombligo.
Pero es mío.
Y aquí empieza todo, una vez más.