Arramplé con lo que quedaba de la botella, que era más de la mitad, y me entretuve contando las lucecitas carmesí que se desprendían de mi vaso bajo el reflejo de la lámpara del techo.
Mientras tanto, Emmanuel había aceptado la oferta sin muchos miramientos: se esnifó la raya y se guardó el billete en la cintura de la toalla. Y, con la parsimonia que le adornaba, se sentó en un sillón a departir con Thomas como si se conocieran de toda la vida.
Thomas, el hombre de blanco, se arrimaba al pecho desnudo de Emmanuel como intentando aspirar su esencia. De vez en cuando, le daba golpecitos en los hombros con el bastón. Yo había llegado a un punto en el que lo observaba todo como si fuera una película. Oh, when the saints go marching in, cantaba Louis Armstrong en mi cabeza, y doscientos santos mártires hiper-coloreados como en un cuadro de Andy Warhol, me sonreían deslizándose frente a mis ojos en una caravana kitsch y folclórica. Todos repetían metódicamente la famosa frase de Cioran: “La mentira es una forma de talento”. Y reían, reían, reían abiertamente lanzando destellos blancos que me cegaban.
Lo siguiente que recuerdo es que Raúl estaba sentado a mi lado, sujetándome la mano y abrazándome por los hombros.
- ¿Estás bien? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?
En ese momento noté que tenía la cara cubierta de lágrimas.
- Maldita quina...
- Túmbate, te sentirás mejor.
- Maldita quina, y malditos santos mártires. ¿Nadie os ha dicho nunca que es mejor ser ciego que santo?
- ¿Se puede saber de qué hablas?
- Iros todos al infierno. Pero ya.
- Niña, te ha dado fuerte...
- Y tú, Emmanuel.. ¿por qué no vuelves a tus bosques llenos de lobos? ¡Enciérrate en un monasterio moldavo! Get thee to a nunnery: why wouldst thou be a breeder of sinners?
Emmanuel me miró y su boca se reveló en una sonrisa cómplice:
- ¡Hamlet!
- Eso, Hamlet. Hazte el loco, Hamlet.
- Está oficialmente borracha – suspiró Thomas.
- Estoy oficialmente cuerda. De pronto. Lleváoslo de una vez.
Me levanté y fui directa al baño. En el suelo yacía la ropa de Emmanuel, un poco húmeda y arrugada. La recogí y añadí una camiseta gris de mi colección, que al menos sería más discreta que aquel top de malla. Volví al salón y le entregué todo a Emmanuel, que no rechistó y se vistió en silencio.
Los demás me miraban sorprendidos, sin atreverse a decir palabra. El silencio era recortable y troquelable. Cuando el chico estuvo listo, recogieron sus cosas y les acompañé a la puerta. Raúl me prometió llamar. Thomas hizo una reverencia. Emmanuel me miró desde la distancia de trescientos mundos desmoronados, y me susurró al oído:
- Celan. Pour Bertolt Bretch.
Cerré la puerta y me dejé arrastrar hasta la estantería del dormitorio. Cogí la edición bilingüe de Celan y busqué aquel turbador poema:
Una hoja, sin arbol
para Bertold Brecht:
¿Qué tiempo es éste
en el que una conversación
es casi un crimen
porque incluye
tantas cosas explícitas?
Me quedé un buen rato mirando amanecer por las ranuras de las cortinas semiabiertas. Tendría que pensar en ir a trabajar... y beber varios cafés.
No me esperaba un día fácil... pero conseguí sonreír.