sábado, mayo 13, 2006

Todos me llaman el negro, llorona.


Fíjate en la tremenda ironía:
para escribirte este poema me he puesto una ranchera.
Sí, de la anciana aquella de voz mórbida que hoy
preside el coche fúnebre de nuestra historia.

Me parece un poco absurdo escribirte así
en el tren,
desprendida del recuerdo, pero aún así recordando,
como si fuera hace un minuto
cuando te lavaba el pelo frente al balcón.
Y, aunque te parezca absurdo, recordando también
el olor agrio de nuestra cama los domingos por la mañana.

Recuerdo que el día que hice las maletas
las gatas me miraban confusas, preguntándose
por qué les ponía demasiado pienso y golosinas.
Hasta me dio tiempo a limpiarles la tierra de la caja,
con especial esmero.

Y, fíjate, que tuve la inspiración de tirar
a la basura junto con las heces felinas,
la última venda ensangrentada del post-legrado
para que el resto de nuestro hijo muerto languideciera
entre los desechos de sus hermanas.

Ahora voy en un tren persiguiendo la estela del atardecer
y un niño frente a mí le da un codazo a su madre
al encontrarse con mis ojos encharcados.
Yo sonrío y comento que la música es muy triste.

Si me hubieran dado una moneda
por cada vez que te lloré en un tren
ya tendría una pequeña fortuna
y sí, hubiera podido pagar a un eminente doctor
para que te extirpase de cuajo.

Pero no se me ocurrió hacer colecta:
ahora es demasiado tarde.
Presiento que me quedan pocas lágrimas
que ofrecerte en los trenes, o en el metro
o en la calle, o en el lado de mi cama
que se apoya contra la pared.
Afortunadamente, ya queda muy poco.

Pero hoy te mereces un pequeño,
casi póstumo, homenaje:
aunque ya haga más de dos años
desde que hice aquellas maletas
y sólo me quede una gata a la que sobrealimentar,
y no me hayan tenido que volver
a raspar ningún cadáver del útero
y sólo esté mi pelo en el cepillo,
y nuestra cama de colchón duro vanguardista
de los Grandes Almacenes la comparta una mejicana
de esas que replican los mariachis.

Te lo mereces porque ya está firmado el fin.
Déjame explicarte: hoy empieza a bajarse
el telón sobre nuestra tragicomedia,
y estoy en un tren, y escucho rancheras
y es el momento para que sólo los extraños
participen de este instante de nostalgia inconfesable.

Te lo mereces porque no tengo nada que reprocharte
y lo último que te entregaré supongo que será mi firma
sobre un papel en el juzgado más cercano a nuestro distrito postal.

Y porque el otro día también a ella la legraron
y no puedo escudarme en la indiferencia.
Quiero que tus frutos sean maduros,
te deseo posteridad,
inmortalidad y larga vida.
Te deseo lo mejor.

Créetelo. Aunque te parezca absurdo.




p.d. Mis agradecimientos a Ismael Cabezas por su corrección de estilo.