lunes, septiembre 04, 2006

No time for philosophy (I)


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Era una tarde normal de miércoles, si es que tales cosas existen. Todo estaba en su lugar: mi cabeza sobre mis hombros, las cortinas recién lavadas tapando el sol bochornoso de agosto tras el balcón, la cafetera haciendo runrunrun en el fuego, la película del videoclub metida en su ranura y mi dedo índice acercándose al botón “play”, cuando llamaron a la puerta.

Eran Cris y un chapero rumano llamado Emmanuel.

A Cris la había conocido en circunstancias borrosas hacía unos meses. Rondaba los cuarentaymuchos años y ejercía de ama de casa liberada. Un buen día años antes dejó a su marido, se fue a un piso de alquiler y se soltó la melena. Compartió porros con su hijo mayor, se ligó a algún que otro de los amigos postadolescentes del menor y se puso colágeno en los labios. Con el paso de los años, a medida que su cuerpo se expandía cilíndricamente hacia fuera fue adquiriendo prendas más y más estrechas y zapatos con los tacones cada vez más afilados. Tras una breve incursión en el mundo del cine como amante lesbiana y megatetona de una pintora, se tiñó de rubio y se echó un novio marqués y voyeur que le daba todos los caprichos para compensar su propia impotencia amatoria.

La última vez que había visto a Cris y su marqués fue en un encontronazo en la ferretería de la esquina. Estaban calibrando y probando básculas de precisión para “hacer repostería fina”. Poco sabía yo, en mi aberrante patosidad mental, que no se trataba de dosificar azúcar glas sobre hojaldre sino de preparar bonitas bolsitas con zip-close para vender al gramo.

Eso me había dicho Cris una tarde que me echó las cartas por teléfono:

- Niña, no te hagas la inocente, que no hacemos pasteles; es un nuevo negocio, una emprendedura laboral que promete. Si te interesa una franquicia, lo hablamos.

No me interesaba la franquicia porque tenía en gran consideración un futuro libre de ventanas de barrotes, pero Cris intentó quitarle hierro al asunto haciendo como que era broma:

- Bueno, bueno, que no te preocupes, niña, que en realidad no es más que pastelería. Ya te invitaremos a una degustación.

Pero todo eso había sido ya hacía tiempo.

Y así es que yo había eclipsado su existencia de mi cabeza ese miércoles por la tarde.

Pero ahí estaba, en el portal, jadeando tras subir los cuatro pisos sin ascensor con unas sandalias con cuñas del tamaño de la Giralda.

Ojiplática, me limité a sonreír.

- ¿No nos invitas a pasar?
- Oh, pues, claro, claro...

Cris agarró a Emmanuel del brazo y se dirigieron directamente al salón.

Se acomodaron en el sofá, ella cruzando coquetamente las piernas y él abriendo mucho las suyas, enfundadas en unos pantalones de camuflaje. Llevaba una camisa de rejilla negra que transparentaba los bultos y esquinas de su famélico tórax. Con la media melena teñida de rubio cayéndole sobre los pequeños ojos castaños y velados, parecía una versión eslava de Kurt Cobain a punto de pegarse un tiro.

Cogí una silla y me senté frente a ellos.

- ¿Queréis un café? Acabo de hacer...
- Mejor un whiskey, cariño, con hielo. – dijo Cris. Y luego miró inquisitivamente al quasi-Kurt.
- Emmanuel, whiskey. Güis-qui. Ok?
- Hum. – dijo él, con una ligera inclinación de la cabeza.

Traje tres vasos con hielo y una botella de JB.

- ¿A que es guapo? – asintió Cris sirviéndose una generosa ración.
- Pues... sí
- Lo encontramos el otro día en la Calle Almirante, y le dije al marqués, “cómpramelo”. Y ya ves, aquí está.
- Ajá

Emmanuel se sirvió lánguidamente, sin darse por aludido, aspiró rápido por la nariz y se bebió todo el contenido del vaso de un trago. Inmediatamente se sirvió otra copa.

Después de unos silenciosos minutos así, mirándonos todos amablemente y sorbiendo, decidí ir a por el grano.

- Y, dime, Cris. ¿A qué debo esta visita sorpresa?
- Bueno, primero porque pasábamos por aquí. Y luego pensé, “oye, pues mira no estaría mal hacerle una visita a la chiquita esta”.
- Ya.
- Y bueno, porque Emmanuel, el pobre, me ha dado tanto... realmente me ha devuelto la juventud, ¿sabes? La tiene... uf, cómo la tiene. Emmanuel, eh, darling, Emmanuel, enséñasela, anda, enséñasela. Show, show, show.

Cris le hizo ademanes al chico para que se levantara, y le dio un cariñoso golpecito en la entrepierna señalándome a mí.

Dicho y hecho. Emmanuel se levantó, se desabrochó los pantalones de combate y dejó a la vista un minúsculo tanga negro.

- Emmanuel, eh, show, show.

Una palmadita más y el chaval se bajó el tanga con cara de aburrimiento. Y se quedó así, expuesto frente a mí, con los brazos en jarra y los pantalones por los tobillos.

3 comentarios:

Alicia Liddell dijo...

Ahora entiendo lo del talking head. Enmanuele es el modelo, ¿no? :)

Miguel Sanfeliu dijo...

Siguen apreciándose tus aciertos. El retrato de Cris es muy vívido. Los diálogos son eficaces. Pese a todo... Espero la próxima entrega.

anilibis dijo...

Alicia Liddell: Bueno, no, no era el modelo. El "talking head" era una bromita. Fiel a nuestro preciado nombre, siempre me ha gustado hablar de las cosas que no son (como los no-cumpleaños).

Besos.


Miguel:

Gracias por tus comentarios. Después de lo anterior tenía ganas de escribir algo más ligero y que pesara menos sobre mis hombros.