viernes, septiembre 22, 2006

No time for philosophy (IV)

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¿Nunca os ha ocurrido sorprenderos de pronto como observadores de la película de vuestra vida, una especie de instantánea sacada de la polaroid de la cabeza? Ya sabéis, esos momentos en los que de pronto sales del sopor cotidiano, abres los ojos hacia dentro y te dices, “¿Cómo demonios he llegado yo hasta aquí, y - lo más importante - por qué?”

A mí me ocurre con más frecuencia de lo normal. No podríamos decir que llevo una vida especialmente excéntrica, ni especialmente exótica, ni caótica. No desde hace mucho tiempo. Pero el caos me encuentra siempre. Aparece de cuando en cuando en la puerta, se quita el sombrero y saluda con una reverencia: ”aquí estoy de nuevo, nena.”

Siempre me pregunto qué es lo que le atrae de mí. Al fin y al cabo soy una pobre candidata para sus atenciones: trabajo en una oficina, pago a Hacienda y tengo un gato. Se me podría archivar en la N de “normal”. Es un gran gran enigma... tal vez porque me niego a asumir mi responsabilidad como elemento cómplice del delito. Debería apuntarme a un grupo de Caóticos Anónimos, colocarme una pegatina con mi nombre en la solapa, presentarme con rostro taciturno y anunciar: "Me llamo Alicia y soy víctima del caos aleatorio. Pero lo puedo dejar cuando quiera.”

Como siempre, tras este ya familiar diálogo interior parpadeé un par de veces y volví a la escena de los hechos.

Thomas y Raúl estaban en el salón. El primero observaba con cierto rictus jocoso los cuadros estilo “Art Noveau” de las paredes, y el segundo cortaba ufano unas rayas de cocaína sobre un CD de Duke Ellington.

- ¿Vais a querer algo de beber con eso? – pregunté.

Me estaba empezando a quedar sin vasos limpios.

Thomas elevó la vista bajo el ala del sombrero y me sonrió:

- Gin Tonic on the rocks con un poquito de limón fresco, cariño.
- Me temo que no tengo ni ginebra ni limón.
- Qué desastre, ¿no?
- Me queda una botella de Quina Santa Catalina.
- ¡Qué divertido! Sírvenos un poco, anda.
Saqué la botella con el virginal y radiantemente colorido rostro de la santa en la etiqueta, un cuenco con hielo y el resto de mi humilde colección de vasos. Raúl terminó su concentrada tarea y ofreció una ronda.

- Me temo que no me combina bien con la quina.
- No me seas poetisa y esnifa.
- Vamos al grano, chicos: ¿Qué hago?
- Primero habrá que verle, ¿no? – dijo Thomas, que evidentemente estaba disfrutando con la situación.
- Sí, supongo. Voy a buscarle.

Llamé a la puerta del baño, y un par de “hums” me indicaron que Emmanuel estaba a punto de hacer su aparición. Esta se materializó en unos pocos minutos. Estaba desnudo, el pelo mojado cayendo en mechones amarillentos sobre su cuello, y mi toalla favorita, la azul, alrededor de su breve cintura.

Parecía ojeroso y un poco pálido, pero al menos olía bien.

Le acompañé al salón como quien presenta a una debutante en su baile de puesta de largo.

- Chicos, este es Emmanuel.

Raúl aspiró un par de veces por la nariz y sonrió amablemente. Thomas se acercó sin miramientos a Emmanuel, le puso ambas manos sobre los hombros, le empujó un poco hacia atrás y le observó con los ojos entrecerrados.

- Vaya, vaya, vaya.

Emmanuel se mantuvo inmóvil, como si estuviera acostumbrado a que le evaluaran. Y seguramente lo estaba.

Thomas inclinó la cabeza levemente hacia un lado y miró a la toalla.

Emmanuel siguió su mirada y encogió los hombros.

Thomas le quitó la toalla de un leve tironcito y dio un par de pasos hacia atrás, las manos unidas por delante, y la expresión más concentrada e introspectiva que nunca.

Tras la ducha, y sin su disfraz de rapero de mercadillo, el aspecto de Emmanuel había mejorado considerablemente. Incluso sus genitales parecían mucho más pulcros y decentes. Me recordaba a las níveas estatuas de San Sebastián atadas a un árbol y acribilladas de flechas. Empecé a sentir compasión.

Thomas se sirvió otro chupito de quina y dio su veredicto:

- Puede servir.

Raúl seguía sonriendo desde el sofá, manos a la obra de nuevo.

Me acerqué a Thomas.

- Perdona, pero, ¿qué piensas hacer con él?
- Ponerle a servir copas, bailar, y limpiarme la casa.
- ¿Nada más?
- Eso para empezar. Pero como se porte mal se va a la calle.

Emmanuel no decía palabra. Se había vuelto a poner la toalla y estaba bebiendo la Santa Catalina con los ojos fijos en el concienzudo trabajo de la tarjeta de crédito de Raúl.

Me senté, me bebí un vaso de tubo de quina de un trago, y miré al pobre muchacho.

- Emmanuel, ¿quieres trabajar con él? – dije, señalando a Thomas.
- ¿Trabaharr?
- Work. Work. Bar.
- Bar?
- Yes, bar.
- How much money?

Raúl le pasó el CD de Duke Ellington coronado por una hermosa raya y un billete de cincuenta euros enrollado.

- This, every day.

10 comentarios:

Alicia Liddell dijo...

1) Lo de la Quina Santa Catalina es, sencillamente, genial.
2) No abuse de ella.
3) Su sinpapiles cada vez me parece menos de fiar.
4) Debería ser más cauta con sus amistades. Vaya tres pájaros que nos ha presentado hasta el momento.
5) No se haga la inocente, echándole la culpa al caos aleatorio.
6) Su gusto en decoración deja mucho que desear (láminas art nouveau ... pufff)
7) Lo de San Sebastián combina maravillosamente con Santa Catalina.

Siga, siga, que me voy a quedar sin uñas que morder.

Francisco Ortiz dijo...

Verdaderamente sigo esta historia absolutamente enganchado. Los detalles son tan reales - como los personajes- que lo veo todo como si estuviera en el teatro, pongo por caso. Y siempre con una sonrisa en la boca.

Miguel Sanfeliu dijo...

La audiencia está alerta, Anilibis. La historia tiene fuerza y espero la siguiente entrega.
Los personajes, con unas pocas pinceladas, se han vuelto reales. Los veo moviéndose, distingo su forma de andar y de gesticular sin necesidad de que la describas al detalle. Están vivos.

Otra cosa. Vaya cambio de look le has hecho al blog. Quedó bien.

Saludos.

Alicia Liddell dijo...

¡Anda! y yo creía que era problema de mi navegador ... Me ha quitado la venda de los ojos la pintura prerrafaelita.

Me gusta más con fondo blanco. Mi maltrecha visión lo agradece.

Cereza Martinez dijo...

si

beren dijo...

¡Qué claridad! Lo del caos aleatorio nos persigue a más de uno. Pero sólo nosotros nos buscamos en la n de normal, los demás nos suelen encontrar en la r. Una duda: el "this, every day", se refería a los cincuenta euros o a las rayas. Supongo que a las dos.

anilibis dijo...

Alicia Liddell:

1) Me gusta más que nada por la imagen de la Santa en la botella... ¡es tan kitsch!
2) Abusar, abusar... no se abusa del alcohol, querida Alicia, puesto que no tiene conciencia ni capacidad para contrariarse u ofenderse: es el alcohol quien abusa de uno/a.
3) No es de fiar.
4) Esas son las amistades "buenas". (no, en serio, sólo uno cuenta como amigo y ya está reformándose)
5) No me hago la inocente, pero al menos tengo un poco de fe en que haya una explicación científica o metafísica a lo mío.
6) Las láminas pertenecían a otra persona con quien compartía piso... y que afortunadamente estaba de vacaciones. Y no, ya no vivo ahí. Ahora mis gustos decorativos son exquisitos.
7) Es que es una fábula religiosa.

Francisco Ortiz:
Gracias; espero que no dejen de resultar reales.

Miguel:
Gracias, creo que los personajes tienen que tener vida propia y hay un momento en el que ya no son de uno/a.

Respecto al cambio de look, creo que estoy de acuerdo con mi tocaya en que ahora duele mucho menos la vista... y ya va siendo hora, por otra parte, de que las cosas dejen de ser tan negras (con la excepción del blog de Francisco Ortiz, que no podría ser de otro color y sin embargo es azul).

pauvre:
Claro..

Beren:
a las dos, sin duda.

Peter dijo...

Me apunto al caos, Alicia. Y te apunto.

Salud.

!D

A-X dijo...

Buenísimo
Buenísimo...
Alucinante blog...

La teoría del caos aún esta por ser probada.

Besos

A.-

Pasate por casa cuando quieras...

anilibis dijo...

Dan: gracias por el apunte. El caos está en todos lados.

A-X:
Me paso por tu casa ya mismo.