sábado, noviembre 25, 2006

En las nubes - I


1. Un despiste

Mil novecientos noventa y tres fue el año en que mi íntima amiga Shazea se marchó a vivir a Londres con aquel inglés rubio, sonriente y sonrosado que se había adosado. Habíamos sido inseparables desde primero de facultad, y sin ella me sentía huérfana. Atrás quedaron nuestras largas noches en las barras más sórdidas de Malasaña, consumiendo tequilas e incitando a los camareros; nuestras tardes literarias en el suelo de su piso en la Calle del Tesoro, con velas, marihuana y la compañía de Nina Simone, The Cult o Violent Femmes; los desayunos de bocatacalamares y cañas en el Rastro antes de irnos a la cama; las interminables discusiones que siempre acababan bien y a menudo en las mismas barras sórdidas y con los mismos camareros. Atrás quedaban años de confidencias, locuras compartidas y empatía.

Me dolió mucho su emigración, pero en el fondo me alegré por ella, porque sabía que era feliz aunque fuera sin mí.

Por eso, cuando un año después me llegó la invitación a su boda, empecé a organizarme desde un mes antes: acomodé mis vacaciones de verano, pedí un préstamo, me compré un vestido extravagante de los años cincuenta, me corté el pelo, me puse a dieta, y saqué un billete de avión muy barato a Londres. Iría una semana antes, para celebrar su despedida de soltera las dos solas con el escándalo entusiasta que nos caracterizaba.

Preparé dos regalos: para los novios, un poema que leería en la ceremonia; para nuestra fiesta particular, cuatro pastillas de éxtasis en una pastillera de plata y arabescos que había pertenecido a mi abuela.

Barajas bullía con viajeros y las colas eran interminables. Pero yo había cumplido todas las leyes de la previsión y llegué tres horas antes del vuelo. Desayuné parsimoniosamente y luego me puse a esperar para facturar la maleta.

Cuando llegué al final de la cola de British Airways ya sólo quedaban dos horas. No había por qué preocuparse: seguía sobrando tiempo. Entregué mi DNI y mi billete.

La azafata me devolvió el DNI y me dijo que necesitaría enseñarle el pasaporte.

- ¿Por qué? – pregunté.
- Porque su DNI caducó ayer, señorita.

Recuerdo que entonces sentí esa leve sensación de calor en la parte inferior del estómago, la misma que precede a un mal presagio, a una mala noticia o a un orgasmo. Tragué y asentí. No pasaba nada: tenía mi pasaporte.

Después de un leve rebuscar nervioso en el bolso, saqué el preciado documento y se lo entregué a la azafata con una sonrisa. Tras una breve ojeada, me lo devolvió:

- Su pasaporte caducó hace dos semanas.
- ¿Cómo?
- Como le digo. Le ruego que retire su maleta de la báscula para que pueda atender al siguiente pasajero.
- Pero...
- No puedo hacer nada. Si necesita un documento de emergencia, vaya a la oficina de policía, al final de aquel pasillo.
- Pero...
- Retire su maleta, por favor. Gracias.

Era un veinticinco de julio. Santiago apóstol. Al menos la mitad de la plantilla del aeropuerto y del país estaba de vacaciones. En la oficina de la policía había un solo empleado, que evidentemente había tenido un mal día. Cuando llegué, estaba discutiendo con un turista americano al que le habían robado la cámara de fotos, intentándole convencer con un inglés alfredolandesco de que no podía hacer nada, ni siquiera cursar una denuncia.

- Nozing, nozing, sorry. Go to polís in sity.

El pobre turista intentaba razonar: la cámara se la habían robado en el aeropuerto, y el centro estaba a 40 Km. Pero el policía se mantenía en sus trece:

- Polís in sity.

El turista, que ya se había percatado de que no se estaba haciendo entender, aprovechó para espetar al policía con todo tipo de lindezas que en su país hubieran acabado con sus huesos en Guantánamo.

En un torpe intento de agilizar las cosas para solucionar lo mío, entré en la conversación y traduje al policía irritado una versión libre de insultos de lo que el turista estaba intentando explicarle.

- ¿Qué pasa, que me ves cara de tonto?

Me callé, y puse mi mejor cara de sumisión. Le dije al turista que mejor se olvidara de su cámara, que al fin y al cabo estaba en España. El hombre me miró de arriba abajo, esputó varias palabras empezando por F, y se marchó indignado.

Entonces ensayé una sonrisa, y me acerqué tímidamente a la ventanilla para exponer mi caso, aun sospechando por la cara de infinito hastío del policía que no iba a ser mucho más fácil de solucionar que el de mi predecesor. Pero ideé una estrategia de última hora.

- Necesito un pasaporte de emergencia, el mío ha caducado y no me había dado cuenta.
- DNI.
- Pues... resulta que me han robado la cartera justo ahora, y con ella el DNI. Así que también tendré que poner una denuncia.
- Está claro que me ves cara de tonto. Aquí sólo estoy yo. No puedo hacer nada. Vete a la comisaría de Sol.
- Pero es que mi avión sale dentro de una hora.
- ¿Y qué?
- Por favor, haga algo. Voy a la boda de mi mejor amiga.
- ¿Dónde?
- En Londres.
- No puedes ir a Londres con un pasaporte caducado. Eso sí, puedes ir a cualquier otro país de la Unión Europea. Pero al Reino Unido no.
- Entonces, ¿me puede ayudar?
- No.
- Pero es que no me da tiempo a ir a comisaría...
- ¿Te lo explico otra vez? No puedo atenderte.

Detrás de mí se iba formando una pequeña cola: víctimas de carteristas, dueños de maletas robadas, etc.

Decidí que esa noche dormiría en Inglaterra como fuera. La diplomacia fue abandonándome para dar paso a la rebeldía.

- Esto es una comisaría. Creo que tengo derecho a exigir este trámite.
- Vamos a ver, ¿te vas a poner gallita como el yanqui?
- No me pienso ir sin que me tramite una denuncia y me emita un pasaporte de emergencia.
- Muy bien. Pasa por aquí.

El hombre salió de la oficina, me agarró por la muñeca con más fuerza de la necesaria, y me arrastró a una sala vacía, donde tan sólo había un par de sillas y una mesa. Una vez ahí, me dio un empujón en los hombros y caí sobre una de las sillas.

- Te esperas aquí hasta que yo venga, y hablamos. Y espero no tener que llamar a algún compañero.

Salió dando un portazo, y me dejó ahí sola.

La sensación de calor se había multiplicado y ya recorría todas mis entrañas. La idea de perderme aquel viaje por culpa de mi imperdonable doble despiste me sobrecogía. Empecé a llorar.

Y entonces fue cuando sopesé la situación: estaba encerrada en una sala de la comisaría del aeropuerto. Mis documentos no estaban en regla. Había mentido acerca de un robo, cosa que podrían comprobar fácilmente con sólo vaciarme el bolso.
De pronto, recordé algo.

La pastillera de la abuela.

Sorbiendo a toda prisa por la nariz, miré en el fondo del bolso: ahí estaban. Las había envuelto en plástico y a su vez las había enterrado en una bola de algodón impregnada de colonia, para evitar cualquier tipo de detección. Pero ahora estaba retenida por un sádico, y aunque sólo eran cuatro pirulas no quería arriesgarme a tener problemas de verdad.

Miré a mi alrededor: seguramente habría cámaras. Empecé a lloriquear, esta vez fingiendo puesto que la sensación de terror me había secado las lágrimas de golpe. Metí las manos en el bolso y, como si buscara algo, desenvolví el éxtasis. Saqué la mano de nuevo con un paquete de Kleenex, y mientras me sonaba la nariz me fui tragando las pastillas, una a una.

14 comentarios:

Clarice Baricco dijo...

ayyyy eres una bárbara!!! me has tenido sin aliento, sin parar, pobres de mis ojos, se han quedado desesperados por saber que pasará...no me hagas esto porfavor...(ya con la mujer Romana tengo, jajaja).

Encantada con la historia.

De acuerdo, iré por un café y esperaré.

Beso

beren dijo...

UY, qué bien lo vas a pasar en el aeropuerto con ese puestón! O no. Impaciente quedo

Isabel Barceló Chico dijo...

Intuyo que acabarás en las nubes sin el avión. Muy divertido este post, e interesante. Como todos los tuyos. Besos

pazzos dijo...

¡Esto promete!

Espero que no acabes como Sozzap.

Anónimo dijo...

genial, el instinto de supervivencia.

tuviste suerte que no tenias encima cinco cartoncitos LSD, dos gramos de coca y un kilo de costo.

q hubieras hecho entonces?

saludos!

Mariano Cruz dijo...

Jo, con las cuatro pirulas en el cuerpo hay dos alternativas: o lo estragulas o te lo tiras... al poli :) Más pronto plis

Anónimo dijo...

Yo quiero todo ya.
Te sigo y te persigo, me encanta lo que escribes y cómo lo escribes. Mucho.
Beso.
El 15, el 15, el 15!!!!

Alicia Liddell dijo...

Supongo que eso fue antes de que no se pudieran llevar navajas, tijeras, limas de uñas, desodorante, líquido de lentillas, potitos, ensaimadas o sobrasadas ...

The_Saint_Mty dijo...

Con eso seguro llegas a Londres..o hasta la luna mismo si quieres, ja!...

Heriberto dijo...

Anilibis: llegué a tu blog vía el de Clarice, me has enganchado con esta historia, ha sido un placer. Espero la segunda parte.

Saludos blogueros.

el santo job dijo...

ay diox...
en vilo me tienes. espero saber como acaba la historia
saludos!!

Miguel Sanfeliu dijo...

Muy bueno, Anilibis. Se me quedó la sonrisa en la cara, como bobo.
Me gusta mucho. Me reí con el "inglés alfredolandesco".
Enhorabuena.

Anónimo dijo...

Pues será que estoy nostálgico de noches bohemias, pero a mí me han llegado al alma las veladas en la calle del Tesoro con Nina Simone y los Violent Femmes (los Cult nunca me motivaron mucho) "My girlfriend shes at the end she is starting to cry / Let me go on like I blister in the sun / let me go on big hands I know your the one..."

Habiendo escuchado temas tan inspirados como el Blister in the sun, no dudo que nuestra heroína saldrá bien parada de este apurado lance.

anilibis dijo...

Clarice:
espero que el café te haya sentado bien. Gracias por tu paciencia. La mujer romana y yo tenemos que mantener la tensión en la blogosfera, si no, ¿qué sería de todos?

Beren:
No sabría decirte si realmente estuvo bien. creo que más bien fue una sensación de terror mezclada con... quién sabe qué.

Isabel: Más allá de las nubes, amiga. Es el problema de la farmacología, que por otro lado NO le recomiendo a nadie. Y cuida a Clarice, que va a tener un ataque :) besos

sal paradise:
creo que lo habría disuelto todo en un vaso de agua y se lo habría dado a beber al policía.

sozzaP:
¿Y cómo acabó?

mariano:
aquel poli era francamente "intirable". Y todavía no habían aflorado peores vicios de los que ya podía tener.

safrika:
¡El 15!! Prometo ir sin pastillitas.

alicia:
jajaja, tienes razón. Imagínate ahora, me tendría que haber tragado todas las cremas, desodorantes y colonias además de lo otro. No habría vivido para contarlo...

the_saint_my:
Llegué lejos.

Heriberto:
Muchas gracias por tu visita, y bienvenido. Ponte cómodo.

el santo job:
¿Y tu proverbial paciencia?

Miguel:
Gracias por tus palabras. Yo me reí también, y me sigo riendo. Y me sigo riendo... un abrazo.

Augusto:
Toda la razón. Aquel tema, a la vez que "Jesus Walking in the Water" y "Country Death Song", fueron parte de la banda sonora de toda una década. ¡Qué nostalgia! La comparto contigo. Saludos.