miércoles, septiembre 27, 2006

No time for philosophy (V) - y último.


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- 5 -

Seguí bebiendo quina. En realidad, no me quedaba mejor opción.

Arramplé con lo que quedaba de la botella, que era más de la mitad, y me entretuve contando las lucecitas carmesí que se desprendían de mi vaso bajo el reflejo de la lámpara del techo.

Mientras tanto, Emmanuel había aceptado la oferta sin muchos miramientos: se esnifó la raya y se guardó el billete en la cintura de la toalla. Y, con la parsimonia que le adornaba, se sentó en un sillón a departir con Thomas como si se conocieran de toda la vida.

Thomas, el hombre de blanco, se arrimaba al pecho desnudo de Emmanuel como intentando aspirar su esencia. De vez en cuando, le daba golpecitos en los hombros con el bastón. Yo había llegado a un punto en el que lo observaba todo como si fuera una película. Oh, when the saints go marching in, cantaba Louis Armstrong en mi cabeza, y doscientos santos mártires hiper-coloreados como en un cuadro de Andy Warhol, me sonreían deslizándose frente a mis ojos en una caravana kitsch y folclórica. Todos repetían metódicamente la famosa frase de Cioran: “La mentira es una forma de talento”. Y reían, reían, reían abiertamente lanzando destellos blancos que me cegaban.

Lo siguiente que recuerdo es que Raúl estaba sentado a mi lado, sujetándome la mano y abrazándome por los hombros.

- ¿Estás bien? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?

En ese momento noté que tenía la cara cubierta de lágrimas.

- Maldita quina...
- Túmbate, te sentirás mejor.
- Maldita quina, y malditos santos mártires. ¿Nadie os ha dicho nunca que es mejor ser ciego que santo?
- ¿Se puede saber de qué hablas?
- Iros todos al infierno. Pero ya.
- Niña, te ha dado fuerte...
- Y tú, Emmanuel.. ¿por qué no vuelves a tus bosques llenos de lobos? ¡Enciérrate en un monasterio moldavo! Get thee to a nunnery: why wouldst thou be a breeder of sinners?

Emmanuel me miró y su boca se reveló en una sonrisa cómplice:

- ¡Hamlet!
- Eso, Hamlet. Hazte el loco, Hamlet.
- Está oficialmente borracha – suspiró Thomas.
- Estoy oficialmente cuerda. De pronto. Lleváoslo de una vez.

Me levanté y fui directa al baño. En el suelo yacía la ropa de Emmanuel, un poco húmeda y arrugada. La recogí y añadí una camiseta gris de mi colección, que al menos sería más discreta que aquel top de malla. Volví al salón y le entregué todo a Emmanuel, que no rechistó y se vistió en silencio.

Los demás me miraban sorprendidos, sin atreverse a decir palabra. El silencio era recortable y troquelable. Cuando el chico estuvo listo, recogieron sus cosas y les acompañé a la puerta. Raúl me prometió llamar. Thomas hizo una reverencia. Emmanuel me miró desde la distancia de trescientos mundos desmoronados, y me susurró al oído:

- Celan. Pour Bertolt Bretch.

Cerré la puerta y me dejé arrastrar hasta la estantería del dormitorio. Cogí la edición bilingüe de Celan y busqué aquel turbador poema:


Una hoja, sin arbol
para Bertold Brecht:

¿Qué tiempo es éste
en el que una conversación
es casi un crimen
porque incluye
tantas cosas explícitas?



Me quedé un buen rato mirando amanecer por las ranuras de las cortinas semiabiertas. Tendría que pensar en ir a trabajar... y beber varios cafés.

No me esperaba un día fácil... pero conseguí sonreír.

viernes, septiembre 22, 2006

No time for philosophy (IV)

- 4 -

¿Nunca os ha ocurrido sorprenderos de pronto como observadores de la película de vuestra vida, una especie de instantánea sacada de la polaroid de la cabeza? Ya sabéis, esos momentos en los que de pronto sales del sopor cotidiano, abres los ojos hacia dentro y te dices, “¿Cómo demonios he llegado yo hasta aquí, y - lo más importante - por qué?”

A mí me ocurre con más frecuencia de lo normal. No podríamos decir que llevo una vida especialmente excéntrica, ni especialmente exótica, ni caótica. No desde hace mucho tiempo. Pero el caos me encuentra siempre. Aparece de cuando en cuando en la puerta, se quita el sombrero y saluda con una reverencia: ”aquí estoy de nuevo, nena.”

Siempre me pregunto qué es lo que le atrae de mí. Al fin y al cabo soy una pobre candidata para sus atenciones: trabajo en una oficina, pago a Hacienda y tengo un gato. Se me podría archivar en la N de “normal”. Es un gran gran enigma... tal vez porque me niego a asumir mi responsabilidad como elemento cómplice del delito. Debería apuntarme a un grupo de Caóticos Anónimos, colocarme una pegatina con mi nombre en la solapa, presentarme con rostro taciturno y anunciar: "Me llamo Alicia y soy víctima del caos aleatorio. Pero lo puedo dejar cuando quiera.”

Como siempre, tras este ya familiar diálogo interior parpadeé un par de veces y volví a la escena de los hechos.

Thomas y Raúl estaban en el salón. El primero observaba con cierto rictus jocoso los cuadros estilo “Art Noveau” de las paredes, y el segundo cortaba ufano unas rayas de cocaína sobre un CD de Duke Ellington.

- ¿Vais a querer algo de beber con eso? – pregunté.

Me estaba empezando a quedar sin vasos limpios.

Thomas elevó la vista bajo el ala del sombrero y me sonrió:

- Gin Tonic on the rocks con un poquito de limón fresco, cariño.
- Me temo que no tengo ni ginebra ni limón.
- Qué desastre, ¿no?
- Me queda una botella de Quina Santa Catalina.
- ¡Qué divertido! Sírvenos un poco, anda.
Saqué la botella con el virginal y radiantemente colorido rostro de la santa en la etiqueta, un cuenco con hielo y el resto de mi humilde colección de vasos. Raúl terminó su concentrada tarea y ofreció una ronda.

- Me temo que no me combina bien con la quina.
- No me seas poetisa y esnifa.
- Vamos al grano, chicos: ¿Qué hago?
- Primero habrá que verle, ¿no? – dijo Thomas, que evidentemente estaba disfrutando con la situación.
- Sí, supongo. Voy a buscarle.

Llamé a la puerta del baño, y un par de “hums” me indicaron que Emmanuel estaba a punto de hacer su aparición. Esta se materializó en unos pocos minutos. Estaba desnudo, el pelo mojado cayendo en mechones amarillentos sobre su cuello, y mi toalla favorita, la azul, alrededor de su breve cintura.

Parecía ojeroso y un poco pálido, pero al menos olía bien.

Le acompañé al salón como quien presenta a una debutante en su baile de puesta de largo.

- Chicos, este es Emmanuel.

Raúl aspiró un par de veces por la nariz y sonrió amablemente. Thomas se acercó sin miramientos a Emmanuel, le puso ambas manos sobre los hombros, le empujó un poco hacia atrás y le observó con los ojos entrecerrados.

- Vaya, vaya, vaya.

Emmanuel se mantuvo inmóvil, como si estuviera acostumbrado a que le evaluaran. Y seguramente lo estaba.

Thomas inclinó la cabeza levemente hacia un lado y miró a la toalla.

Emmanuel siguió su mirada y encogió los hombros.

Thomas le quitó la toalla de un leve tironcito y dio un par de pasos hacia atrás, las manos unidas por delante, y la expresión más concentrada e introspectiva que nunca.

Tras la ducha, y sin su disfraz de rapero de mercadillo, el aspecto de Emmanuel había mejorado considerablemente. Incluso sus genitales parecían mucho más pulcros y decentes. Me recordaba a las níveas estatuas de San Sebastián atadas a un árbol y acribilladas de flechas. Empecé a sentir compasión.

Thomas se sirvió otro chupito de quina y dio su veredicto:

- Puede servir.

Raúl seguía sonriendo desde el sofá, manos a la obra de nuevo.

Me acerqué a Thomas.

- Perdona, pero, ¿qué piensas hacer con él?
- Ponerle a servir copas, bailar, y limpiarme la casa.
- ¿Nada más?
- Eso para empezar. Pero como se porte mal se va a la calle.

Emmanuel no decía palabra. Se había vuelto a poner la toalla y estaba bebiendo la Santa Catalina con los ojos fijos en el concienzudo trabajo de la tarjeta de crédito de Raúl.

Me senté, me bebí un vaso de tubo de quina de un trago, y miré al pobre muchacho.

- Emmanuel, ¿quieres trabajar con él? – dije, señalando a Thomas.
- ¿Trabaharr?
- Work. Work. Bar.
- Bar?
- Yes, bar.
- How much money?

Raúl le pasó el CD de Duke Ellington coronado por una hermosa raya y un billete de cincuenta euros enrollado.

- This, every day.

viernes, septiembre 15, 2006

No time for philosophy (III)

- 3 -

Me quedé un buen rato de pie en el salón, con los brazos a la espalda, inmóvil, observándole. Me mordí los labios. Cuando me llevo los brazos a la espalda y me muerdo los labios es señal de que hago esfuerzos por pensar, y en ese momento toda mi cabeza era una gran máquina de conectar ideas.

Eso me salvó de no entrar en pánico y tirar el cuerpo famélico y vencido de Emmanuel por el balcón.

Me serví el resto del whiskey, que afortunadamente era poco, lo apuré de un trago y recogí todos los vasos de la mesa. Luego, tapé al chico con una manta, cogí el teléfono inalámbrico, salí y cerré la puerta.

Llamar a Cris para bombardearla con amenazas hubiera sido inútil. Lo peor era que ni siquiera sabía dónde vivía, ni tampoco el infame marqués. Necesitaba un Plan B. Así que respiré hondo y llamé a Raúl.

La mitad de mis amigos son seres surrealistas y excéntricos. La otra mitad piensan lo mismo de mí. Raúl y Cris pertenecían a esa primera mitad y nada mejor que un clavo para sacar a otro.

Raúl era un director de cine maldito, encantador y decadente. Tras dieciséis años de choques y encontronazos habíamos llegado a un lugar común: nos queríamos mucho y a la vez nos temíamos, porque yo no era capaz de decirle “no” y él era incapaz de dejar de meterme en líos. Tal vez era el momento de cambiar el orden de las cosas. Tal vez era el momento de asumir mi propia responsabilidad en el caos y dejar que el mismo caos viniera al rescate.

Me cogió el teléfono a la tercera.

- Raúl, tengo a un chapero rumano de veinte años durmiendo en mi sofá. Está borracho y lleva una camisa ajustada de rejilla.
- ¡Pero eso es fantástico!
- Raúl, en serio, no sé qué hacer con él. Me lo han dejado aquí.
- ¿Y quieres presentármelo?
- No, quiero que me des una idea.
- A estas alturas, ¿necesitas ideas?
- Raúl...
- Tranquila, mujer, en una hora estoy ahí.

Volví al salón y me senté en un sillón.

Al cabo de unos diez minutos, Emmanuel se despertó. Me sonrió.

- ¿Dóndeh Cris?
- No sé. A su casa. Home.
- Oh. Hum.
- Coffee?
- Síh.

Le puse un café y le preparé un sándwich mixto, que se comió rápidamente. Después se recostó en el sofá y me dirigió una sonrisa pelín amarillenta:

- Quiere sex?
- No, gracias; no, thank you.
- Ok.

Nos volvimos a sonreír. Algo me decía que no iba a violarme, ni robarme, ni siquiera descuartizarme. Decidí entablar una conversación medianamente social:

- Yo, me, Madrid. ¿Tú?
- Sighisoara.
- Sighi...
- Sighisoara.
- Ah...
- ¿Te gusta Madrid? You like Madrid?
- Síh.
- ¿Y por qué has venido a Madrid?
- What?
- Why did you come to Madrid?
- Money. Dinerro. Sex. Dinerro. Trabajo.
- ¿Y te gusta tu trabajo? You like your work?
- No. Pero yo decir mentirra. Yo decir shí.
- Claro. Para sobrevivir tienes que mentir.
- Sobrevivirr?
- Survive.
- Síh.La mentirra es un talento. Decir Cioran.
- ¿Emile Cioran? ¿El filósofo?
- Filosofoh. Yo gusto.
- Ah, a mí también. I like Cioran, too.
- Pero, en Rumania, no tiempo. No time for philosophy.
- Me imagino, Emmanuel, me imagino.
- También gusto Spinoza.
- ¿De verdad?
- Sih. Pero no time.
- Tienes toda la razón.

Salimos al balcón a tomar los últimos rayos del atardecer y, tal vez conmovido por la visión de la calle Alcalá extendiéndose como una serpiente de luces hasta el fin del horizonte, Emmanuel se agarró al borde de la barandilla, miró hacia abajo y vomitó lentamente durante un par de minutos.

Le acompañé al cuarto de baño para que se diera una ducha.

En ese momento llamaron a la puerta. Era Raúl. Llevaba su famosa trenza rubia especialmente ajustada y un traje negro. Sonrió como el gato de Cheshire y entró.Venía acompañado de un hombre negro, alto, enfundado en un elegante traje de lino blanco y apuntalando el aire con un bastón remachado de plata.

- Mira, este es Thomas. Tiene una tienda de santería pero también lleva un after-hours. Necesitan go-gós

Miré a Thomas sin sorprenderme lo más mínimo.
- Hola, Thomas.
- Y un mayordomo, también, querida – fue su respuesta.
- Pasad. Está en la ducha, poniéndose a tono para la ocasión.
- Raúl me guiñó el ojo y se dirigió al salón. Thomas le siguió, contorneándose elegantemente como una hermosa serpiente cascabel.

sábado, septiembre 09, 2006

No time for philosophy (II)

- 2 -

Mi capacidad de reacción no siempre ha brillado por su rapidez. Me puse a buscar entre mis archivos mentales alguna palabra o frase apropiada. Pero Cris se me adelantó:

- Veinte añitos, chica. Y vaya aparato. Está un poco delgado, pero creo que con un par de semanas a base de tortilla de patata y unos buenos cocidos se pone a punto.
- No me digas.

Emmanuel estaba tan flaco que los músculos de las ingles parecían puentes sobre un río de piel opaca y reseca y los huesos de las caderas le sobresalían como clavos. En cuanto a su “aparato”, me resultó conmovedoramente patética la visión de aquellos genitales expuestos; parecían demasiado vulnerables para ser una fuente de ingreso. Tuve que retirar mi mirada.

- ¿Qué te parece?
- Pues...
- Te lo regalo.
- ¿Qué?
- Que te lo regalo.
- Perdona, pero... ¿para qué?
- No seas tonta, mujer. Para quitarte las telarañas. Y luego le pones de chacha, se le da muy bien planchar. Lo único que necesita es un poco de cariño. Y le gustan las tías, te lo digo yo, que lo tengo desde hace dos meses. No quiere volver a la calle para chupársela a los viejos maricas.
- Ya, y, oye...
- Es que el marqués se me ha puesto todo celoso. Dice que un juguete durante unas semanas pase, pero dos meses ya es demasiado. Así que me tengo que deshacer de él... pobrecito mío.
- ¿Y por qué no le dejas donde le encontraste?
- Pero mírale, ¿no te da pena? Necesita un hogar...
- No es un perro, Cris. ¿Por qué no le preguntas lo que quiere?
- Vale, vamos a preguntarle.

Cris le subió delicadamente el tanga a Emmanuel y le dio indicaciones para que se volviera a sentar. El chico se encogió de hombros, se sentó y se sirvió otra copa.

- A ver, Emmanuel, look, ¿quieres quedarte aquí, con ella? She, she. You like?

Empecé a pensar que igual iba todo en serio. Esta no era una broma tipo “repostería fina”.

- Oye, Cris, que yo no he dicho que quiera…
- Hum, shí – dijo Emmanuel.

Cris dio palmitas en el aire y le besó la mejilla.

- ¿Lo ves? Está encantado.
- Perdona, Cris, yo...
- How much money? – farfulló Emmanuel tras acabarse la tercera copa.
- Emmanuel, no, no, money no. Casa, ok? House. Food. Co-mi-da. Money no.
- Money.
- Mira, Cris – dije, ya casi al borde de los nervios – a ver si me dejas terminar. Yo no quiero ni necesito a tu amigo. Ni tengo dinero para mantenerlo. Y mis telarañas están perfectamente a gusto. No puede quedarse aquí. Y no plancho nunca.
- Venga, tía, que no te va a pedir nada. Es sólo un tiempo mientras encuentra trabajo. El pobre hace sólo tres meses que llegó a Madrid, de su pueblo de Transilvania, como Drácula. ¿Verdad que eres de Transilvania, Emmanuel? You, Transilvania?
- Hum.
- A mí como si es de Sebastopol.
- Pero si te sentará bien...
- Que no, Cris.
- ¿Y qué hago con él?
- Pues métele a repostero contigo y el marqués.
- No, ese negocio lo hemos cerrado.
- Pues yo qué sé. Pero aquí no se queda.
- Vale, vale. Entiendo. Vaya amiga. De todos modos, el pobrecito, me da pena... Dejarle así...
- ¿No puedes buscarle un trabajo de camarero, de go-gó, de algo?
- Sí, pero mientras tiene que quedarse en algún sitio.
- Que no, Cris. Mira, le pagas una pensión y ya está.
- Pobrecillo, con lo flaco que está. No me comería nada.
- Me da que ya te ha comido bastante.

Emmanuel empezó a dormitar.

- Mírale, si es que parece un querubín.
- Sí, angelito.
- Venga, prueba. ¿Te lo llevas un rato a tu habitación y luego me dices? O si prefieres nos montamos un trío...
- Cris.
- Bueno, pues mira, yo me voy. Allá tú. Ahí te lo dejo.
- ¿No pensarás irte sin él?
- Sí, que se le he prometido al Marqués que hoy me deshacía de él.
- Cris...
- Ciao, ya te llamaré. Estrecha.

Cris se fue sin mediar una palabra más, con un rápido clackclackclack de los sandaliones, dando un portazo y bajando a toda prisa las escaleras.

Emmanuel empezó a roncar.

lunes, septiembre 04, 2006

No time for philosophy (I)


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- 1 -

Era una tarde normal de miércoles, si es que tales cosas existen. Todo estaba en su lugar: mi cabeza sobre mis hombros, las cortinas recién lavadas tapando el sol bochornoso de agosto tras el balcón, la cafetera haciendo runrunrun en el fuego, la película del videoclub metida en su ranura y mi dedo índice acercándose al botón “play”, cuando llamaron a la puerta.

Eran Cris y un chapero rumano llamado Emmanuel.

A Cris la había conocido en circunstancias borrosas hacía unos meses. Rondaba los cuarentaymuchos años y ejercía de ama de casa liberada. Un buen día años antes dejó a su marido, se fue a un piso de alquiler y se soltó la melena. Compartió porros con su hijo mayor, se ligó a algún que otro de los amigos postadolescentes del menor y se puso colágeno en los labios. Con el paso de los años, a medida que su cuerpo se expandía cilíndricamente hacia fuera fue adquiriendo prendas más y más estrechas y zapatos con los tacones cada vez más afilados. Tras una breve incursión en el mundo del cine como amante lesbiana y megatetona de una pintora, se tiñó de rubio y se echó un novio marqués y voyeur que le daba todos los caprichos para compensar su propia impotencia amatoria.

La última vez que había visto a Cris y su marqués fue en un encontronazo en la ferretería de la esquina. Estaban calibrando y probando básculas de precisión para “hacer repostería fina”. Poco sabía yo, en mi aberrante patosidad mental, que no se trataba de dosificar azúcar glas sobre hojaldre sino de preparar bonitas bolsitas con zip-close para vender al gramo.

Eso me había dicho Cris una tarde que me echó las cartas por teléfono:

- Niña, no te hagas la inocente, que no hacemos pasteles; es un nuevo negocio, una emprendedura laboral que promete. Si te interesa una franquicia, lo hablamos.

No me interesaba la franquicia porque tenía en gran consideración un futuro libre de ventanas de barrotes, pero Cris intentó quitarle hierro al asunto haciendo como que era broma:

- Bueno, bueno, que no te preocupes, niña, que en realidad no es más que pastelería. Ya te invitaremos a una degustación.

Pero todo eso había sido ya hacía tiempo.

Y así es que yo había eclipsado su existencia de mi cabeza ese miércoles por la tarde.

Pero ahí estaba, en el portal, jadeando tras subir los cuatro pisos sin ascensor con unas sandalias con cuñas del tamaño de la Giralda.

Ojiplática, me limité a sonreír.

- ¿No nos invitas a pasar?
- Oh, pues, claro, claro...

Cris agarró a Emmanuel del brazo y se dirigieron directamente al salón.

Se acomodaron en el sofá, ella cruzando coquetamente las piernas y él abriendo mucho las suyas, enfundadas en unos pantalones de camuflaje. Llevaba una camisa de rejilla negra que transparentaba los bultos y esquinas de su famélico tórax. Con la media melena teñida de rubio cayéndole sobre los pequeños ojos castaños y velados, parecía una versión eslava de Kurt Cobain a punto de pegarse un tiro.

Cogí una silla y me senté frente a ellos.

- ¿Queréis un café? Acabo de hacer...
- Mejor un whiskey, cariño, con hielo. – dijo Cris. Y luego miró inquisitivamente al quasi-Kurt.
- Emmanuel, whiskey. Güis-qui. Ok?
- Hum. – dijo él, con una ligera inclinación de la cabeza.

Traje tres vasos con hielo y una botella de JB.

- ¿A que es guapo? – asintió Cris sirviéndose una generosa ración.
- Pues... sí
- Lo encontramos el otro día en la Calle Almirante, y le dije al marqués, “cómpramelo”. Y ya ves, aquí está.
- Ajá

Emmanuel se sirvió lánguidamente, sin darse por aludido, aspiró rápido por la nariz y se bebió todo el contenido del vaso de un trago. Inmediatamente se sirvió otra copa.

Después de unos silenciosos minutos así, mirándonos todos amablemente y sorbiendo, decidí ir a por el grano.

- Y, dime, Cris. ¿A qué debo esta visita sorpresa?
- Bueno, primero porque pasábamos por aquí. Y luego pensé, “oye, pues mira no estaría mal hacerle una visita a la chiquita esta”.
- Ya.
- Y bueno, porque Emmanuel, el pobre, me ha dado tanto... realmente me ha devuelto la juventud, ¿sabes? La tiene... uf, cómo la tiene. Emmanuel, eh, darling, Emmanuel, enséñasela, anda, enséñasela. Show, show, show.

Cris le hizo ademanes al chico para que se levantara, y le dio un cariñoso golpecito en la entrepierna señalándome a mí.

Dicho y hecho. Emmanuel se levantó, se desabrochó los pantalones de combate y dejó a la vista un minúsculo tanga negro.

- Emmanuel, eh, show, show.

Una palmadita más y el chaval se bajó el tanga con cara de aburrimiento. Y se quedó así, expuesto frente a mí, con los brazos en jarra y los pantalones por los tobillos.