viernes, noviembre 18, 2005

El vuelo de las golondrinas


Sale de casa cada mañana a las 7:00 arrebolado por el transcurrir de la noche, alzando la mirada para seguir los dibujos en movimiento de las golondrinas viajeras.

Sabe lo que va a ocurrir pero ya no lo teme como la primera vez. Incluso lo espera con impaciencia.

A las 7:15 entra en el mismo bar de siempre y se aproxima a la barra con la parsimonia del sonámbulo.

Se sienta y pide un café con poquita leche. El camarero le saluda por su nombre. Alguien le ofrece el periódico, y la mano se le queda en el aire: no está. Porque ya en el momento de remover el azúcar está flotando por encima de todos, oteando su Reino. Despachando a gusto con el destino de cada uno de los presentes sin que ellos lleguen nunca a saberlo. Perdonándoles la vida sin que adivinen que han estado a punto de perderla. Juzgando con benevolencia sobre sus almas. Siempre, siempre, infinitamente magnánimo. Jugando a los dados con los secretos del ser, los números del porvenir y las claves de la eternidad.

¿Qué terror embargaría a los presentes si vieran el brillo de su corona de fuego en esos momentos? ¿Dónde se esconderían del ángel o demonio del alba?

En quince minutos ha construído mil ciudades, ha compuesto mil partituras y resuelto mil enigmas. Pero es un regalo que sólo se entregará a si mismo.

A las 7:30 de cada mañana aterriza suavemente sobre su cáscara humana. Y entonces recuerda su nombre, pide el periódico, saluda al camarero y se va a su casa, a dormir.

A las 7:40 se cruza por la misma calle con otro hombre que, perdido en el silencio de la mañana, camina lentamente mientras sigue con la mirada el vuelo de las golondrinas sobre su cabeza.

No hay comentarios: