lunes, octubre 02, 2006

Al oeste de todo - I

1 - Descenso
Había llegado a Nueva York con las primeras hojas de otoño, impulsada por uno de esos resortes que surgen de la cabeza cuando la evidencia de lo absurdo de la vida se hace demasiado insoportable y es necesario hacer algo. Cualquier otra se hubiera dado un paseo al cine más próximo, o se habría ido a pasar el fin de semana a la playa. Yo no. Yo conté mis ahorros y me saqué un vuelo de cuatro días a Nueva York para el día siguiente. Luego llamé a una amiga que vivía en Brooklyn: estaría de viaje hasta dos días después de mi llegada. Así que alargué la espiral de imprevistos apuntándome la dirección de un hotelucho céntrico de treinta dólares la noche, lo único que podía rascar de mi limitado presupuesto. El White House. Ninguna garantía de nada. Sólo una confirmación via internet de que “tal vez” tuvieran habitaciones libres.

Apenas recordaba las horas anteriores; parecía que todo se había consumido en el viaje del aeropuerto de Newark a Manhattan, perdida entre líneas de metro interminables, cruzando la ciudad en dirección oeste, siempre al oeste, los ojos enrojecidos por la luz artificial de los vagones y los sentidos al filo. El olor a cuero viejo de los asientos, la sonrisa ladeada de algún pasajero, la indiferencia fingida de todos los demás, el sol del atardecer filtrándose por los viejos cristales al cruzar el Hudson en la línea F, el skyline perdiéndose lentamente en el horizonte, saltando arriba y abajo al ritmo del track-track-track-track de los raíles. Y yo pidiendo tiempo, un poco más de tiempo, dame más tiempo para asumir que estoy aquí, quiero seguir en este tren varios días, sin pensar, sin hacer planes, sin tener ninguna noción del tiempo, simplemente cruzando esta inquietante ciudad como si todo se concentrase en un impasse infinito, en un paréntesis, porque todo lo que ocurra después ya habrá ocurrido cuando se acabe este viaje. Tan pronto. Y parecerá que ha pasado apenas un instante.

La huída hacia delante sin saber por qué. No sentía la habitual anticipación que siempre me acompañaba en cada viaje. Tampoco cosquilleaban las mariposas de la aventura, como si el lastre de los últimos tiempos me anclara a un lugar frío. Como si la maleta cargara con el peso del último día de lluvia, del último pañuelo humedecido en nostalgia, de la última mentira, del último pecado, de la última tragedia.

Como si buscara, en el caos de esta ciudad, ordenar mi propio caos.

El hogar, ¿dónde está el hogar? ¿En qué lugar de tu cabeza puedes dejar caer el abrigo después de volver del frío? Deshacerlo todo y ponerlo boca arriba para rehacer el puzzle. Comprender, en la jungla urbana, cuál es el secreto que hace que pongas un pie delante de otro todos los días, te levantes y te acuestes respirando rítmicamente a la vez que tu pequeña tuerca gira en el inmenso engranaje de la sociedad. Comprender. No buscar respuestas, sino nuevas preguntas. Es la única forma de comprender. No, no era la primera vez que huía hacia adelante, ni sería la última.

Y el track-track-track-track de los raíles hundiéndonos en un túnel, la luz parpadeando sobre nuestras cabezas, el silbido de cada parada. El niño que me miraba en su asiento frente a mí, apenas ocho años y ya había aprendido a ponerse un pendiente. Pero todavía no sabía fingir indiferencia.

Mi sonrisa le hizo enrojecer y mirar rápidamente hacia otro lado.

Tal vez ya estuviera aprendiendo.

Salí del metro y crucé Chinatown en busca del Hotel Más Barato de Greenwich Village. Fue como atravesar dos mundos en una hora.

Sólo recordaba Nueva York de un lejanísimo viaje de niña, el cuello izado hacia las vertiginosas cimas de los edificios y 5th Avenue bullendo con businessmen y mujeres con caniches, hippies portando pancartas anti Nixon y kioskos de perritos calientes en cada acera.

Esta vez, el bullicio de aquella mañana al sur de Manhattan me despertó del viaje con una bofetada multicolor. Allá al fondo se percibía la escalera horizontal de los rascacielos, pero aquí todo era lámparas rojas, dragones de papel, guirlaches de colores y pollos descabezados colgando tras las ventanas de los restaurantes.

Los coches volaban a mi paso ahogando el soniquete de mil cascabeles, la gente se amontonaba en las aceras, olor a arroz frito mezclado con el regusto dulzón del aceite de cacahuete. Cascabeles. Voces babélicas. Camiones llenos de calabazas dulces. Y mi sombra serpenteando, cansina, por las aceras maceradas en salsa de soja.

A la entrada de Bowery Street, China se disolvía para dar paso a las tiendas de muebles y cachivaches de cientos de inmigrantes peruanos, colombianos, mejicanos, que tomaban el sol de la mañana a la puerta de sus locales. “¿Cómo te llamas, mamita?” me preguntaban, interpretando al vuelo mis facciones españolas. Pero podía haber sido cualquiera, como siempre que me marcho a perderme en algún lugar. Puedes ser quien quieras donde nadie te conoce, y a la vez – o precisamente por eso - ser mucho más que nunca tú misma.
(Foto: Vista de pájaro, Empire State Building)

8 comentarios:

Virrey Mendoza dijo...

De casualidad he llegado aquí. Y he estado a punto de pasar de largo, sin más, como hacemos tantas veces.
Pero no lo he hecho y he comenzado a leer. Desde septiembre de 2005 hasta ahora.
Joder.
Siempre he tenido muy poco interés en leer a mujeres. ¿por qué publican Carmen Posadas, Rosa Montero, Almudena Grandes y todas éstas, por qué? Con sus temas recurrentes, con sus reivindicaciones de salón... siempre me han aburrido mucho. Se me metió en la cabeza la idea absurda de que ser mujer tenía algo que ver con ese estilo monteril, posadil o grandesil... pero veo que me equivoco.
Usted me ha dejado fuera de juego. Noqueado de entusiasmo. A veces me alegro de que exista Internet.
Tal vez me he pasado con los halagos, pero nunca vienen mal,¿no?
Un saludo.

Alicia Liddell dijo...

Anda! Vaya lectores que se busca, Srta. Anilibis. Este es un caústico comentarista y por lo que veo misógino literario (no le falta razón, vivedios)

Me parece que le ha salido un admirador. Tenga cuidado que no sea como Emmanuele y otros conocidos suyos elegantes como serpientes de cascabel.

Francisco Ortiz dijo...

Ser uno mismo o no serlo: el relato nos hace preguntas a los lectores y nos intriga desde el principio. Me quedo con esta frase llena de poesía: "Como si la maleta cargara con el peso del último día de lluvia."

Miguel Sanfeliu dijo...

Alicia, una nueva aventura. Me encanta el tono de esta historia. Soy un rendido admirador. Está claro, eres una buena escritora. Sólo será cuestión de tiempo.
Un saludo.

EnLaOscuridadDeLaNoche dijo...

Puedes ser quien quieras donde nadie te conoce, y a la vez – o precisamente por eso - ser mucho más que nunca tú misma.
Me gusta mucho esta frase... tan cierta... como aqui, en la blogosfera.

Llegado el momento, si necesito una frase así ¿te puedo citar?

anilibis dijo...

El Gran Chimp:
La verdad es que al principio lo que me llamó la atención fue la foto; me dije, "por fín, un tipo cachas". Inmediatamente después visité su blog y vi que habías cambiado la foto por la de un chino; me desilusioné un poco porque eso significa que definitivamente no es usted el cachas. De todos modos no importa.. muchas gracias por sus palabras. Me ha dejado usted con la boca semi abierta, y sólo semi porque estoy a dieta. Hombre, hay algunas mujeres que escriben con otra cosa que no sea su santo molusco, pero también es verdad que muchos hombres escriben exclusivamente con la punta de... ya sabe.

Alicia Liddell:
Pues sí, pero será como todos: mucho blablabla pero luego nada.

Francisco Ortiz:
¿No te ocurre que a veces llevas esa sensación cuando viajas? a mí más de lo normal. Al menos, cuando corro hacia adelante. Saludos.

Miguel:
Gracias, Miguel. Lo del tiempo nunca se sabe... el otro día leí que a cada autor le lleva aproximadamente seis años en dar el campanazo o darse el batacazo. ¡Espero que sea lo primero para ambos! Saludos

Enlaoscuridaddelanoche:
Puedes citarme todo lo que quieras.
Jo, qué nostalgia... antes los chicos querían una cita. Ahora quieren... una cita.

beren dijo...

Promete bastante y Nueva York parece buen sitio para perderse y ser nadie o ser alguien. Me quedo a la expectativa de ver quién decidirá ser la narradora.

anilibis dijo...

Beren: Cualquier cosa es posible...