jueves, octubre 12, 2006

Al oeste de todo - IV



4. Dark America


Tras el bautismo de fuego, no tuve ningún inconveniente en compartir parte de aquellos dos días en la compañía de los inquilinos más vetustos del hotel. La segunda noche, cuando volví exhausta después de haber cruzado media isla hasta llegar al delirio nocturno y multisensorial de Times Square y recorrer de nuevo los cinco kilómetros que me devolvían al White House, me encontré al viejo Marvin y sus compañeros de aventuras en la salita común.

Eran los cuatro veteranos del White House: Marvin, Family, Rasputin y Mickey, sin nada más que hacer que juntarse alrededor de aquella mesa de madera, noche tras noche, para compartir el mismo espacio, respirar el mismo aire y ahuyentar al mismo demonio de la soledad. Había tantos resentimientos y tensiones entre ellos que, una vez estirada la goma elástica de su enemistad, su relación quedaba laxa como un lago.

- Aquí tenéis a mi inquilina favorita – anunció Marvin, apuntando su vaso de café hacia mí.

- Tómate un café con nosotros y cuéntanos tu historia – dijo Family.

No me sorprendió la pregunta. Al contrario, me pareció una propuesta interesante abrir una ventana a mi mundo a una mesa llena de extraños que, por algún motivo, querían otear la vista. Siempre que veían a alguien con cara de tener una historia que contar, me dijeron, le invitaban a su pequeño conciábulo nocturno. Y a través de sus palabras descubrían un trozo de universo que les proporcionaba material de sueño para el resto del invierno.

Me senté y les conté gran parte de mi vida, tranquilamente, del tirón, dejando caer golpes de humor entre las sombras y lamentos entre las luces. Me escucharon con el interés de quien encuentra un escaparate nuevo en la calle de siempre. Ojos multicolor oteándome desde sus escondites. Risotadas de brujo en medio de los silencios.

- Y por eso estoy aquí, para ver si todo esto tiene algún sentido.

- Nada tiene sentido en este mundo, pequeña. Deja que Papa Family te ayude.

Más risotadas estertóreas a lo largo de la sala.

Marvin mudo, indiferente.

¿Y qué de mi relato? Les miré confusa, irritada. Hasta que comprendí que era un juego más. Family había optado por tener el primer turno de la partida. Se sentó a mi lado y me acarició el pelo. Tenía una enorme cicatriz en el cuello, como si alguien le hubiera rebanado la nuez con una espátula. Y los ojos cansados tras las gafas, tal vez de haber visto demasiado. Debía rondar los cuarenta años y todavía se percibía en él al joven pillo que en algún momento de su pasado fue el mejor saxofonista de Queens.

- ¿Sabes por qué me llaman Family? Porque ahí donde voy dejo mi semilla.

Risitas nerviosas a mi alrededor.

- Tengo doce hijos, si señor, y quién sabe cuántos más por ahí. Por eso soy Papa Family. Nadie mejor que yo para enseñarte el verdadero sentido de la vida y la muerte. Podrás ir a muchos sitios y podrás arrastrar tus maletas por cinco continentes, muchacha, pero no sabrás lo que es vivir si no yaces con Papa Family. Y si no vives con Papa Family.

- ¡Todos a la habitación de Papa Family! ¡A ver morir la noche! gritó Rasputin, el más veterano, con un extraño deje en su voz ronca. Decían que había llegado hasta Nueva York en los años setenta desde Rusia, pero él se negaba a dar detalles disfrutando de su aire de misterio. Mesándose la barba blanca, se puso de pie y anunció que la Fiesta Había Empezado.

Mickey, un inquieto, mancillento y menudo personaje ratonil vestido con ropas militares del Ejército de Salvación, me tiraba de la manga cada diez segundos:

- Ten cuidado, ten cuidado. No cruces la línea de Dark America.

La América Oscura. Me gustó el nombre. Alcé mi vaso de café de plástico y les agradecí su compañía, en nombre de Europa. Brindé por Dark America y todos brindaron conmigo. Y luego me levanté.

Tuve que despegarme de tres o cuatro manos que insistían en mantenerme junto a ellos. Tuve que pedirles que me dejaran marchar. Y mientras lo hacía, Marvin me miraba desde su esquina de la mesa con una sonrisa velada y llena de intención que nunca fui capaz de descifrar. Viejo canalla.

Y antes de cerrar por dentro la habitación doscientos veinticuatro, pude oír como, al fondo del pasillo, el grupillo se arrastraba homogéneamente y entre risas hacia mi penúltima morada, la habitación de Marvin.

Me mecí al lejano olor de algodón de azúcar del crack destilándose por las ranuras de la pared mientras caía en el sopor de mi segunda noche en Nueva York.

Por la mañana recogí mi pequeña maleta y la mochila y me despedí de aquellos pasillos. La América Oscura quedaba atrás; esa tarde me esperaban en Brooklyn.

Marvin no estaba en la sala común, ni tampoco en la recepción. El surtidor de agua estaba vacante, y también la verja de la entrada. Quién sabe qué submundos estaría visitando el viejo poeta. Volví a subir y dejé una breve nota debajo de su puerta. “Gracias por todo, tu cama es muy cómoda. Espero que haya más mujeres que te puedan decir lo mismo, y con más motivos que yo.” El viejo canalla al menos sonreiría un poco.

Unos bloques más arriba, a la altura de 4th y Houston, un hombre con gabardina gris tomaba nota en una libreta negra. Fluuuu fluuuu fluuu, parpadeaba silenciosamente la ambulancia. Un cordón policial rodeaba una pequeña parcela de asfalto. Un reguero de sangre brillaba al sol de la mañana a su paso de la acera al suelo y varios curiosos se agrupaban alrededor de la escena. Entre ellos reconocí a Mickey, que, con los ojillos ausentes, retorcía nervioso los botones de su camisa caqui y musitaba al aire:

- Marvin, viejo estúpido, ¿Por qué te dejaste matar?

Me vio pero no dijo nada. No hubo rastro de reconocimiento en su mirada perdida. Como si tras de mí la calle se perdiera en un declinar infinito de edificios vacíos y mudos.

Dark America. Me quedé clavada en la esquina hasta el mediodía, abrazada a mi abrigo, espiando la tragedia e intentando comprender mientras ellos iban y venían con sus libretas, sus teléfonos, sus walkie-talkies y sus pistolas. Todos los procedimientos. Todo tan limpio. Me quedé ahí hasta mucho después de que todo hubiera vuelto a la normalidad y a los viandantes impávidos, como si nada hubiera pasado jamás, con la única secuela de la sangre seca sobre la acera.


(Foto: Cementerio GreenWood, Brooklyn, NY)

9 comentarios:

Alicia Liddell dijo...

Srta. Anilibis: Nos ha dejado mudos. El pobre Marvin había logrado sobrevivir y no perdió la esperanza. En mala hora cedió la habitación.

Anónimo dijo...

"La América Oscura. Me gustó el nombre. Alcé mi vaso de café de plástico y les agradecí su compañía, en nombre de Europa. Brindé por Dark America y todos brindaron conmigo. Y luego me levanté."

Te lo dije en su momento y te lo digo ahora: tienes mucho salero escribiéndo (y materia prima de sobra para modelar ficciones), así que, a la caaaaaaaaarga!!!!

pazzos dijo...

Más. Quiero más.

Andrés dijo...

El crack huele a algodón de azucar... No jodas...
qué poco he vivido, eh??

Tu historia me tiene el alma en un puño... voy a hacer como los lectores de don Alejandro Dumas, me siento en la puerta de tu casa hasta que salga la próxima parte!!

Beso

A.-

Virrey Mendoza dijo...

Si yo fuese tu editor te recomendaría que metieses en la historia a Marcianos. Todo el mundo sabe que los Marcianos viven en Dark América.
Por le demás le dedico un sonoro Ale-hop!

xnem dijo...

Si es a ti, a ti que parece que has visto pasar a Amelia Poulain cerca del fotomatón esperando que te olvides las fotos, a ti que has rescrito esto después de que yo me tomara un café y llegara a un blog de un tipo que habla del “mejor café del mundo” y lea esto que menciona mas cafés. A ti que debes de ser otra fan de Paul Auster, ese señor que como yo opina que las casualidades no existen, bienvenida a mi mundo.

No nunca he estado en Brooklyn, ni es su cementerio9, pero si en otros muchos.


Mira y llegué después de Mr. Proper!

anilibis dijo...

Alicia:
Ya lo ve usted, las cosas son a la vez eternas y efímeras. Así está construido el mundo.

Besos

Mi querido Cowboy Bill:
Más salero tienes tú, que lo sabes y lo sabes bien. Bueno, si quieres dejémoslo en empate y el que gane le paga al otro un cubatita. O dos. Te reto a traición.

Pazzos:
Ahí hay más, no desesperes. Y sigue bebiendo café. :)


Andy:
Sí, las cosas más dañinas a veces son las más dulces. Yo no he fumado crack, pero te aseguro que parece que estás en un parque de atracciones. ¿Olerá así la Parca cuando venga a buscarnos?

El Gran Chimp:
Ha tenido usted clarividencia: los Aliens aparecen ya en el siguiente capítulo. Cómo iban a faltar... faltaríamás. Habrá hasta fuegos apocalípticos, por ponernos serios y apropiados.

Xnem:
¡Un blog viajero! Voy a explorarlo a fondo, sí señor. Mira que me gusta perderme por ahí... bienvenido seas a este mundo tú también.

Lobo:
¿Una serie...? ¡cuando quieras! Aunque igual se convierte en un serial..
Besos

Francisco Ortiz dijo...

Lo oscuro entre risas y camaradería, la tristeza detrás de la fachada de ciertas alegrías. Me gusta mucho esta historia.

anilibis dijo...

Francisco:
Las sombras siempre acechan, estés donde estés, hagas lo que hagas. Tú deberías saberlo bien, don novela-negra !!