jueves, octubre 05, 2006

Al oeste de todo - II


2. Cuatro metros cuadrados

Llegué a la puerta del White House jadeando. Las distancias son infinitas cuando no tienes más referencia que un mapa cuya escala ni siquiera parece posible. La fachada del hotel era una colección de cristales de colores imitando cubismo urbano. Un perro se aliviaba en la verja, y un viejo barbudo que fumaba junto a un joven rubio siguió con los ojos mi tímida entrada.

La “recepción” era una salita llena de mesas y sillas de madera desgastada, un par de máquinas de café y un vetusto PC en una esquina, para el que parecía haber cola de aspirantes a usuarios. Pasé a través de las mesas llenas de gente de todos los colores y dejé caer los codos como martillos sobre el mostrador de la recepción.

- Será mejor que vea antes la habitación, señorita – me dijo un hombre escondido tras una gorra y un enorme bigote – pero le aseguro que está limpia y se cierra desde dentro.

Nunca me asustó la sordidez, cuando esta es pasajera y parte de un viaje de la conciencia. Mi lado voyeur se alimenta, con las necesarias reservas, de esquinas oscuras; siempre hay alguna sombra que perfilar en la penumbra, y algún mensaje que llevarse a la habitación de la luz. La idea de pasar ahí dos noches me producía cierta satisfacción morbosa. Me convertiría en un personaje de Salinger, o de Capote, o incluso de Burroughs. Tenía licencia, tenía derecho a viajar por mi túnel.

- Me da igual, deme la llave.

Cargué con mis trastos por las escaleras, hasta el segundo piso. El pasillo era oscuro, infinito, flanqueado por una moqueta raída que hacía flusssh flusssh flusssh a mi paso.

Necesité tres o cuatro minutos para abrir la puerta número doscientos dieciséis y adueñarme de mis cuatro metros cuadrados compuestos de cuatro paredes que no llegaban al techo, una cama-litera y un nicho en la pared con una barra y una percha.

Y fue justo al poner la maleta sobre la cama que algo hizo “crack” en el techo y un ventilador de los tiempos de la guerra aplastó la almohada.

- Bienvenida a la segunda parada del túnel. – sonreí.

En recepción, el hombre del bigote me dijo que no había más habitaciones disponibles.

A mis espaldas, una voz cansada, grave y musical carraspeó y contestó por mí:

- Que se quede esta noche en mi habitación. Yo pasaré la noche como siempre, hablando con la luna.

- Tendrá que pagar la sobretarifa – contestó lacónicamente el de la gorra.

- No creo que vaya a arruinarse por ello.

Así es como conocí a Marvin.

Me di media vuelta y dos canicas azabache me miraron a casi dos metros de altura. Llevaba un traje de tweed deshilachado y una boina negra. Había sido guapo, y aún pendía de su mirada un cierto devaneo del bohemio afroamericano que se había atrevido a ser.

Le dije que no era necesario, que ya me buscaría la vida. Pero me agarró por la manga del jersey y me llevó a una mesa.

- ¡Pequeña amiga! - susurró su voz de saxofón - Me alegro de verte. ¿Has venido a visitarme, o sólo se da la feliz casualidad de que pasas por mi lado de la acera? No tengas miedo del viejo Marvin, aunque ya sé que no temes a nada. Menudo viaje para ver al viejo Marvin. Algún día yo también cogeré un avión y llegaré hasta Europa, a verte, pequeña amiga. Dicen que es un buen lugar. Un lugar auténtico. Cuando recupere mi gloria, ya sabes. Seré como la luna llena que dibuja rayas de plata sobre los tejados de Bowery Street. ¿Te conté lo de mi sobrino de Detroit? Vamos a hacer una maqueta tecno de lo mío, sí, ¿te lo puedes creer? Y vamos a rapear. Sobre las heridas de esta ciudad. Sobre el amor. Sobre lo que tú me digas, pequeña amiga. Dame una idea y lo pondré sobre papel. A no ser que vengas a otra cosa. ¿Te atreves ya a conocer al bueno de John Thomas? No te ofendas, pequeña, que no es más que una broma. A este viejo canalla le encanta engatusar a las chicas como tú. Le gusta mucho levantarse a mitad de la noche y montar la tienda de campaña en mi cama, ¿sabes? Y yo me despierto y digo “¡John Thomas, para abajo!” y John Thomas se vuelve a dormir. Es más fiel que un perro viejo. Así que no tengas miedo, pero de todos modos si cambias de idea ya sabes dónde estamos, ¡ja ja ja!

Decliné una y otra vez su invitación, deseando la mejor de las suertes a John Thomas. Y Marvin se rió enseñando dientes blanquísimos, el único vestigio que le quedaba de sus tiempos de gloria.

- Coge mi llave y ciérrate bien por dentro.

Un sinfín de posibilidades pasaron por mi cabeza. Jugué a balancear la lógica y al final la ecuación me llevó a la conclusión de que nada había que perder.

Le di sus quince dólares de sobretarifa, más del doble de lo que pagaba él por una noche, y cargué mis cosas a la doscientos nueve. Olor a polvo rancio y sudor. En la oscuridad sólo se veían las formas indefinidas de múltiples objetos que se amontonaban alrededor de mis pies. Me encerré con la pesada llave, me quité los zapatos y me tumbé en la cama. Y ni siquiera encendí la luz.

Desperté de un sobresalto.

Necesité cinco minutos para orientarme. Debían ser las seis o siete de la mañana. Me incorporé, moviendo una pierna fuera de la cama, y mi pie derecho chocó estrepitosamente contra la pared.

Aturdida, me senté mirando a mi alrededor frotándome dos dedos doloridos.

Cuatro escasos metros cuadrados repletos de libros mordisqueados y vinilos de Be-Wop, Motown, Muddy Waters y Dizzy Gillespie, plagados de cajas misteriosas y polvorientas fotos que libraban a las paredes de la vergüenza de mostrar sus llagas.

Ahí estaba, íntegra y legañosa, en la habitación de Marvin, con un pie estrellado y un single de vinilo de Nina Simone pegado a la piel de mi espalda.
(Foto: White House Hotel, NY)

10 comentarios:

Shangri-la dijo...

En fecha 2 de octubre de 2006, zarpó de puerto desconocido una embarcación sin bandera que la identifique: SHANGRI-LA. DERIVAS Y FICCIONES APARTE.

Unknown dijo...

Muy bien contado... si señor, da gusto leerte escribir.

Sigue así...

Miguel Sanfeliu dijo...

Sigo la historia.
Tus personajes y situaciones son muy sugerentes.
Saludos.

beren dijo...

Interesante, como siempre. Quedo a la espera de más.
Un saludo

pazzos dijo...

Otra vez enganchado a tu folletín. Sufriendo de ansiedad por la espera de una nueva entrega.

Qué no decaiga.

Francisco Ortiz dijo...

Sigue interesante y original la historia. Me han gustado mucho estas palabras: "Nunca me asustó la sordidez, cuando esta es pasajera y parte de un viaje de la conciencia. Mi lado voyeur se alimenta, con las necesarias reservas, de esquinas oscuras; siempre hay alguna sombra que perfilar en la penumbra, y algún mensaje que llevarse a la habitación de la luz." Hay fuerza y profundidad en ellas.

Alicia Liddell dijo...

No sé que es más caótico, si ese hotel (con un olor años 40, sombreros y jazz polvoriento) o refugiarse en la YWCA.

anilibis dijo...

Diminui:

Pardiez, qué sorpresa. Muchas gracias. Investigaré vuestra web... seguro que es una pequeña caja de Pandora (lo digo en el buen sentido).
Gracias de nuevo!!

Shangri-La:
Bienvenido-a a la azarosa marea de la blogosfera. Aquí abundan los piratas y también los bañistas... pero desde luego que lo que es cierto es que todos nos "mojamos".
Te visito!!!!

Rubén:
¡Otro pirata! Un placer, como no. A ver qué trae usted en su arcón.

Miguel:
Tanto cambio de registro no sé si es bueno. Pero es que no puedo centrarme en una sola cosa. Gracias por tus palabras. El secreto de los personajes es que siempre tienen alguien en quién amoldarse. No hay ficción sin realidad. ¿No crees?

Beren:
Aquí estaré, produciendo más ... rarezas. Un saludo.

Pazzos: No quisiera ser culpable de tu ansiedad. Tómatelo con calma, bebe tila. No es para tanto.
Abrazo.

Luxurioso:
Esto... gracias. ¿No pasas frío?

Francisco Ortiz:
Recuerdo uno de mis relatos favoritos, "A Aimée, con amor y sordidez", de Salinger. Una niña le pide a un escritor que le escriba un cuento sórdido... y él espera unos cuantos años para poder arrancarse algo que la conmueva. Creo que es importante saber acomodarse en las cuevas más oscuras y húmedas de la sociedad.

(No es lo que piensas, luxurioso)

Alicia Liddell:
No llegué a entrar en el YMCA, pero creo que es el Hilton comparado con ese sitio. Te lo aseguro.

Besos.

Virrey Mendoza dijo...

Yo conocí a Marvin cuando estuve viviendo en Amsterdam, allá por 1965, vendiendo mi aún impoluto trasero a jubilados alemanes.
Y pensar que aquello perteneció alguna vez a mi imperio, donde nunca se ponía el sol... ay!
Marvin, con sus charlas, conseguía que olvidase el escozor de recto que habitualmente sentía, era como la pomada, era como un somnífero.
Y es cierto: nunca fumó crack.
Qué gran tipo, Marvin.
Siga usted así.

anilibis dijo...

Chimp:
Sí, sí fumó crack. Lo que pasa es que seguramente no te enterarías en el fulgor de la batalla, o igual estabas mirando para otro lado (hacia la Meca)
:)
Besos