domingo, octubre 22, 2006

Al oeste de todo - VII


7. Impermeable a todo

Dejé a Sarah en Madison Avenue, subiendo a zancadas las escalinatas del Oxford University Press con un café de Starbucks en las manos. Anduve calle arriba despacito, retando con mi parsimonia a los miles de cuerpos que se cruzaban con el mío, disfrutando inmensamente de la sensación de sentirme invisible. En Manhattan nada sorprende: Puedes disfrazarte de lechuga, mandril o trilobito en plena Quinta Avenida y a nadie le resultará lo más mínimamente extraño.

Por eso nadie se asombró de que me sentara, con mi vestido de lana roja, al borde de una lápida mohosa en el cementerio de la Catedral de St. Patrick’s, que, abierto, perenne e intemporal, se fundía con la gran urbe. Y de que siguiera allí incluso cuando empezó a llover. Era octubre, era sábado, y yo era Sylvia Plath emulando a Mary Shelley, fascinada por el híbrido gótico-urbano-intemporal y haciendo chas-chas-chas con las botas de cuero sobre el suelo al ritmo de las gotas de lluvia.

- Impermeable, seré impermeable.

Atravesaba impertérrita mi túnel. Y fue justo entonces cuando me di cuenta de que, en cierto modo, tenía un motivo haber llegado hasta ahí, hasta los camposantos urbanos bajo la lluvia. Pero que lo mejor de todo era que el motivo no importaba. Atravesaba el túnel incólume, acarreando el estigma de mi propia futilidad, mientras que a mi alrededor la gente sobrevivía y caía sin preguntarse siquiera el por qué.

- Impermeable a todo.

Así que me puse la coraza. Me levanté. Volví a Madison Avenue y me encontré con Sarah esperándome a la puerta de su trabajo.

- Estás empapada.

- No lo creas, estoy seca.

- Eres tan rara...

- Vamos a comer.

- Esta noche te presentaré a unos amigos.

- Me encanta la idea.


Fuimos a un restaurante en Little Italy. Nada más terminar el último vermicelli, Sarah desapareció media hora en el cuarto de baño. Volvió un poco más pálida que de costumbre, y perseguí sus ojos esquivos.

- Has vomitado.

- ¿Podríamos dejar el tema?

- Como quieras.

Volví a la impermeabilidad. El metro de vuelta a Brooklyn, Park Slope oliendo a lluvia, el asfalto brillando como un espejo, la siesta en el silencio, y de pronto el teléfono tres, cuatro, cinco veces, la ducha, qué me pongo, ponte esto, no seas tímida, te queda bien, préstame tu jersey, pásame el secador, swsssh swsssh swsssh. Lápiz de labios, polvos compactos, eres impermeable, recuerda. Los Talking Heads en la cadena del salón y el clack-clack-clack de los tacones por el pasillo de madera.


Foto: Cementerio de la Catedral de St. Patrick's, NY.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

"Anduve calle arriba despacito, retando con mi parsimonia a los miles de cuerpos que se cruzaban con el mío, disfrutando inmensamente de la sensación de sentirme invisible. En Manhattan nada sorprende: Puedes disfrazarte de lechuga, mandril o trilobito en plena Quinta Avenida y a nadie le resultará lo más mínimamente extraño."

¿Tú crees que el usufructuario de una granja de pollos también pasaría desapercibido?

anilibis dijo...

Querido Cowboy:

Una granja de pollos es lo más metropolitano que podrías añadir a a gran urbe. Pasarías desapercibido por primera vez en tu vida.

Besos.

Alicia Liddell dijo...

A mi el que me encanta es el cementerio que hay al lado de Wall Street. Es como justicia poética.

anilibis dijo...

Alicia:
Qué bien queda descrito así... en realidad me fascinan los cementerios urbanos, en medio de las calles, abiertos y expuestos. es algo que sólo he visto en norteamérica.

Francisco Ortiz dijo...

Capítulo lleno de sensaciones. Impermeable. Una emoción. Sigo los pasos del personaje como si caminara a su lado, muy interesado y muy metido en esta buena historia, de la que destaco también las continuas referencias musicales, de lugares, que la hacen más real.